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Exposición del Santísimo Y Oración

 

Exposición del Santísimo 

En San Pedro Apóstol TODOS LOS JUEVES de 19.30 a 20.30

En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

Ciclo C

DOMINGO XXI T. ORDINARIO (ciclo C). 21 de agosto de 2022

Is 66,18-21: Vendré para reunir las naciones de toda lengua.

Sal 116: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.

Hb 12,5-7.11-13: Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor.

Lc 13,22-30: Esforzaos por entrar por la puerta estrecha.

El resultado no debe hacernos olvidar el proceso. Con poco la cabeza se llena de sueños, como visiones de lo que querríamos para nuestro futuro; la carne del sueño, la va adquiriendo en el trabajo necesario para que se haga realidad, se teje en la determinación en conseguir aquello que nos proponemos y poner los recursos, instrumentos y esfuerzo acorde a lo que queremos.

Cuanto mayor es la envergadura del proyecto, más también tendrá que ser el trabajo; cuanto más decisivo, más exigentes deberíamos ser con nosotros mismos. Ejercer una profesión interesante, formar una familia, comprar una casa… son objetivos de los que se sabe que habrá que implicar tiempo, dinero y dedicación, por lo que su consecución se prepara bastante tiempo atrás. Tal vez es una de las mayores tragedias de nuestro tiempo la ruptura entre el objetivo y el camino, con la ilusión de que las cosas vendrán por sí mismas, sin más. La renuncia al camino esforzado y valiente desprecia el crecimiento personal y, por ello, desiste del encanto de la vida por el que vamos enriqueciéndonos al paso que vamos luchando para conseguir lo que nos merece la pena.

Si hablamos de la participación en la vida eterna, ¿cuánto habrá que implicar? Excede las capacidades humanas, por lo que no queda otra que dejarle actuar a Dios de un modo más consciente. Él viene a nosotros para dejarse encontrar, aunque solo darán con Él quienes quieran descubrirlo en su camino. El equilibrio no es fácil entre la ayuda de Dios, su gracia, su don y el trabajo humano, y no serán pocos los momentos de yerro y las equivocaciones. También son un regalo las correcciones que, con la luz del Espíritu, suponen un trabajo adicional para rectificar ante las equivocaciones. Dios sale al encuentro en nuestros errores para esclarecer y será descubierto aportando luz por el que quiera realmente la claridad y aprecie la calidad de lo que busca, la felicidad del cielo.

 

Los sustitutos de esta meta, que se nos presentan como soluciones cómodas al deseo compartido de felicidad, son decepcionantes, y llevan consigo la propiedad de, en la frustración de conseguir lo que prometían, aumentar el deseo de plenitud. No valen los atajos para la vida eterna, sino que es la acción armónica del Señor y la nuestra la que hace camino para llegar adonde, por nuestra condición de hijos de Dios, somos llamados. 

DOMINGO XVII T. ORDINARIO (ciclo C). 24 de julio de 2022

Lc 11,1-13: Señor, enséñanos a orar.

 

Abraham seguía en pie ante el Señor cuando este le reveló lo que pensaba hacer con Sodoma y Gomorra. Permaneció erguido frente a su Dios mientras lo escuchaba y para hablarle, como está uno que dialoga con un amigo. Lo encontramos en el episodio precedente, que recogía la liturgia del domingo pasado, sentado a la entrada de su casa. Al percibir la presencia de los tres hombres que se acercaban, se levantó, fue corriendo hacia ellos y se postró. Luego volvió a levantarse y marchó corriendo para poner a todos los de casa en funcionamiento y servirles comida y descanso como huéspedes ilustres. La presencia de Dios hace levantarnos, adorarlo con profunda reverencia y ponernos en movimiento. Por último también nos mueve a quedarnos a la expectativa, atentos, con los sentidos dispuestos para recibir y dar, preparados para dialogar con el Señor escuchando y diciendo.

               Entonces, ante esta disposición de ánimo creyente y confiado, Abraham pudo interceder por los pueblos de Sodoma y Gomorra con una actitud de respeto y reverencia, al mismo tiempo que confiada. Conocía hasta qué punto se habían corrompido aquellas ciudades, intentando rebajar la exigencia de su salvación, con astucia dialéctica, hasta el número de diez justos para evitar el desastre. No lo consiguió, porque ni siquiera, en una gran población, Dios consiguió encontrar diez justos. ¿La intercesión de Abraham fracasó?

               Cuando al Maestro le pidió uno de sus discípulos que les enseñara a orar, le estaba requiriendo que les mostrara cómo mantenerse de pie ante Dios, atentos y dispuestos. Les dio una oración que conocemos con el nombre de sus primeras palabras: “Padre nuestro”. Sustancialmente es un conjunto de peticiones. La percepción de la presencia divina, que muchas veces se nos despierta cuando notamos la falta de algo, nos mueve a ponernos de pie ante Él y buscar su ayuda. Pedimos por nosotros y por otros, buscando una solución efectiva a circunstancias complejas, difíciles, que generan sufrimiento, desconcierto… Jesucristo insiste en pedir con insistencia y promete que el Padre da el Espíritu Santo a quienes se lo piden. Puede aparecer la sensación de fracaso cuando no conseguimos lo que esperamos obtener de Dios. ¿Hemos pedido mal? ¿No somos los suficientemente buenos? ¿Dios no ha escuchado o no ha querido intervenir?

               Podría decirse que el éxito de la petición se encuentra ya en el diálogo, que nos ha hecho levantarnos para acudir a Dios y solicitar su ayuda, como se hace con un amigo. La oración es un regalo del Espíritu, que nos enseña a decir: “Padre nuestro” y que nos abre, manteniéndonos cara a cara ante Dios, a acogerlo a Él, en su inconmensurabilidad y grandeza, para que se haga su voluntad, más allá de nuestras expectativas. Este es ya uno de los frutos de quien dialoga en amistad con Él: no someter la relación con el Señor dependiendo del cumplimiento de lo que pedimos, sino basar el encuentro en la confianza en quien sabe más que nosotros y nos hace levantarnos para esperar en Él.  

DOMINGO XVI T. ORDINARIO (ciclo C). 17 de julio de 2022

Gn 18,1-10: Señor, no pases de largo junto a tu siervo.

Sal 14: Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?

Col 1,24-28: Me alegro de sufrir por vosotros.

Lc 10,38-42: María ha escogido la parte mejor.

 

La puerta no se le abre a la ligera a cualquiera; se dejaría expuesta y vulnerable toda la casa. Si hablamos de casa podemos referirnos a tantas cosas: el lugar donde vivimos con los nuestros, el pueblo propio o el país, el mundo entero o la creación, la interioridad… y todas estas realidades tienen su puerta y sus visitas.

               Dios visitó a Abrahán. Salió de su casa, del abismo infranqueable entre el cielo y la tierra y pasó por el hogar, una tienda de pastor, de su amigo, como pasando de largo. El libro del Génesis no resulta claro sobre la identidad de aquellos tres que visitaron a Abrahán: ¿tres hombres?, ¿tres ángeles?, ¿Dios mismo acompañado de dos de la corte celeste? El anciano pastor no se detuvo en dilucidar la naturaleza de los caminantes; entendió en ellos la presencia de Dios y se esforzó porque fueran hospedados en su propia casa. Primero intenta convencerlos para que no pasen de largo, luego les ofrece pan, agua y reposo y, finalmente, habiendo puesto a trabajar a los de casa, les da lo mejor de lo que tenía. La atención a aquellos huéspedes pone en funcionamiento todos sus recursos para la hospitalidad, para que se sientan como en casa. Esto va a provocar, como consecuencia, el anuncio de una nueva vida: tendrás un hijo. La casa hospitalaria es fecunda, da frutos de vida.

               Pero esta disposición a acoger a otro para hacerlo de la propia casa supone gastos: de tiempo, de recursos, y, entraña riesgos (dependiendo de lo que se quiera arriesgar): puede darle una nueva configuración a la casa. En el caso de Abrahán, trajo al hijo deseado, abrió el horizonte a una esperanza ya acabada y a una descendencia antes imposible. En el caso de Pablo, con relación a los Colosenses, le llevó a sufrimiento, para que el Evangelio de Cristo muerto y resucitado llegue a ellos. Sufre por amor a ellos y al mismo Cristo.

Los hermanos de Betania Marta, María y Lázaro (aunque a este último no se le nombre en el relato de Lucas) abrieron la puerta de su hogar a Jesús, el Maestro Nazareno. La iniciativa parte de Marta, que se acerca a Él para invitarlo. En aquel hogar se va producir dos formas diferentes de hospedaje: lo que sería un servicio que atiende materialmente al modo como se cuida a cualquier huésped (con una comida bien preparada) y la atención a la persona escuchándola. María pasa de ser anfitriona a huésped de Jesús, porque se llega a su corazón.

El Señor nos visita, para alojarnos consigo. El que comienza siendo acogido, se convierte en el que acoge… para quien quiere acogerlo. Entonces puede observarse cuánta fecundidad trae al hogar propio y cómo renueve y transforma las realidades donde es recibido. Más aún aquellos que se dejan acoger por Él, a lo que se llega, como regalo divino, mediante la escucha de su Palabra y la intimidad con Él.

Ninguna puerta, por lo general, anda parada. Cuidado con creer que estamos bien tranquilos y sin huéspedes, mientras se nos van colando a través de la televisión, redes sociales, internet y otros medios una suerte de infiltrados a los que damos hospedaje casi sin darnos cuenta, pero que nos conforman e inoculan una buena sarta de mensajes y modos de entender la vida, condicionándonos, restándonos libertad. Cristo huésped, libera y agranda la vida. 

DOMINGO XV DEL T. ORDINARIO. 10 de julio de 2022

Dt 30,10-14: El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca.

Sal 68: Humildes, buscad al Señor y revivirá vuestro corazón.

Col 1,15-20: Por Él quiso reconciliar consigo todos los seres.

Lc 10,25-37: ¿Quién es mi prójimo?

 

Los prójimos no los ponemos nosotros, nos los descubre Dios. En principio cualquier persona cercana es susceptible de convertirse en el tipo de prójimo del que nos habla Jesús, pero habría que dejar a la iniciativa divina el hallazgo, porque el encuentro con el prójimo es, ante todo, un descubrimiento ante el cual el Señor nos dice: “aproxímate”, escucha y haz tuyo lo suyo (sus preocupaciones, sus necesidades, sus anhelos).

            Es un modo, que puede resultarnos extraño, que tiene Dios de ejercer la paternidad. Ninguna vida le es indiferente, toda persona le preocupa y, para ello, interviene para ofrecer sus cuidados a través de otras personas, a las que invita y pide que ejerzan la fraternidad. Una intervención unilateral divina en todo caso y circunstancia, prescindiendo de la atención entre unos y otros, nos impediría desarrollarnos realmente como personas, porque una de las características de la persona es la relación con otros, y el modo de relación más importante y bello es la comunión.

            Cuando se pierde la referencia hacia el otro, se distorsiona la perspectiva para cuidarse a uno mismo. Cambia mucho un trabajo entendido exclusivamente para ganar dinero para sí mismo, que si se plantea como el modo de ejercer un servicio y ayuda a los demás. El sentido de la vida, sin esta atención a la “projimidad” decae notablemente.

            Muchos personajes entran en escena en la parábola que le ofrece Jesús al maestro de la ley: unos bandidos, un levita, un sacerdote, un samaritano. Todos giran en torno al hombre que cae en desgracia por la maldad humana. Existe riesgo en considerar que nunca obraríamos como los malhechores que dejaron al hombre moribundo y con esto bastaría. Evitar el mal no nos convierte en buenos, no nos hace crecer en fraternidad. El planteamiento al que nos conduce el Maestro es tener en cuenta las necesidades de una persona en apuros y buscar una solución. El acercamiento, el descubrimiento de que aquella persona es prójimo ya es inicio de solución, porque un elemento fundamental que todos necesitamos es saber que importamos a alguien. La indiferencia de los dos personajes religiosos refleja una actitud altamente repetida donde, o bien se valora el grado de incomodidad que produce tener que atender a una persona necesitada de ayuda, o bien simplemente se descarta la intervención por inercia, por considerar que no es un asunto nuestro.

            La pérdida de esa sensibilidad de prójimo muestra un deterioro humano personal y, si se vive de forma común, una decadencia comunitaria. Los prójimos no los escogemos, nos los elige Dios, nos los descubre Dios, despertando en nuestros sentidos la atención hacia aquel donde se hace presente Jesucristo en su necesidad o precariedad. Tal vez no haya una manera más visible para reconocer a las personas donde vive el Espíritu de Dios, aquellos que realmente se toman en serio su ser cristiano. 

DOMINGO XIV DEL T. ORDINARIO (ciclo C). 3 de julio de 2022

Is 66,10-14c: Vuestros huesos florecerán como un prado.

Sal 65: Aclamad al Señor, tierra entera.

Gal 6,14-18: Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.

Lc 10,1-12.17-20: “El Reino de Dios ha llegado a vosotros”.

 

  1. PALABRA HUMANA:

Las palabras humanas acercan calor y cercanía al sufrimiento por la muerte de la persona querida: “Te acompaño en el sentimiento”, “recibe mi más sentido pésame”, “siento mucho esta pérdida”, “que le sirva de gloria y descanso” … Palabra humanas que la sabiduría popular ha ido fraguando y de la que somos herederos. Con un alcance reducido, que prácticamente se limita a expresar: “sé que no puedo hacer nada para aligerarte el dolor, pero que sepas que estoy aquí contigo y me preocupas”. Es lo que humanamente podemos aportar.  

  1. PALABRA DE DIOS

Pero contamos también con la Palabra divina, que ofrece más que una presencia cercana, una apertura a la esperanza.

El profeta Isaías pronunciaba al final del libro que lleva su nombre: “Vuestros huesos florecerán como un prado”. Jerusalén, la gran ciudad que representaba al pueblo judío, como una madre, había sufrido avatares diversos a lo largo de su longeva historia con momento de gloria y de maltrato. Las palabras de Isaías de la primera lectura se sitúan al final del libro del profeta y recogen la historia reciente de la ciudad, de la nación. Tras haber sido destruida, expoliada y despojada de la gente con más capacidades; después de haber permanecido durante décadas asolada, va a recuperar su esplendor. Palabras que invitan a la esperanza. Renace la esperanza tras cada desgracia que pudiera entenderse como la definitiva, el golpe final. No es así para Jerusalén; a pesar de su devastación, alcanzará todavía un esplendor y fama mayores. La razón para esta visión alentadora es que Dios está con ella.  

“Vuestros huesos florecerán como un prado”: La tristeza seca los huesos (cf. Pr 17,22), lo repite en varios momentos la Biblia. Por el contrario, la alegría, el gozo, provoca vida en los huesos, como la humedad en la hierba. ¡Qué intuición tan genial! Tal vez entendían que el cuerpo se iría formando de dentro hacia fuera y los huesos serían lo primero en aparecer, de ahí los tejidos, músculos, carne. Ahora sabemos que es en los huesos donde se generan las células de la sangre, el alimento vital de nuestro organismo. La Palabra de Dios, por tanto, empuja al potencial óseo a vibrar provocando vida y no dejar de hacerlo, a pesar de que todo a su alrededor sea árido y seco.

  1. 3.EL ENVÍO DE JESÚS A SUS DISCÍPULOS: “El Reino de Dios ha llegado a vosotros”.

Los enviados de Jesús llevaban anuncio de paz y de Reino. Fueron, hicieron conforme el Maestro les había indicado, y volvieron contando entusiasmados lo sucedido.  Los ojos entusiastas de los discípulos primerizos pueden ignorar las escenas más desconcertantes. Pero, con algo más de recorrido, ser harán visibles: las injusticias clamorosas, el sufrimiento de los inocentes, vidas desaprovechadas, a la deriva, y otras que se acaban demasiado pronto. La opresión puede llevar a una mayor unidad, la injusticia a una lucha por mejorar las condiciones, el enemigo común a una lucha también comunitaria…

  1. 4.EL REINO FRUSTRADO. LA PANDEMIA MALGASTADA.

Así parecía con la pandemia, que cabía entenderse y creo que muchos así lo concebíamos, como un momento para la renovación, para volver a lo esencial, para recuperar vínculos y fortalecer… para una humanidad más consciente, sensible y fraterna. Pero no parece haber sido así. Hemos malgastado toda una pandemia: todo el dolor, miedo, preocupación, propósito de mejora… desaparece en la medida en que la visibilidad del riesgo se diluye. Tanto o más que antes, pensamos en lo nuestro sin contar con lo del otro, con lo de todos. Da la impresión de que hemos malgastado la posibilidad de cambio de la pandemia y que tanto sufrimiento, enfermedad y muerte no nos ha interpelado realmente para nada.

  1. 5.EL POTENCIAL DE LOS HUESOS.

El potencial de nuestros huesos para que florezcan como un prado y contagien pasión por la vida en Cristo, por la aceptación del madero de la Cruz como un umbral para la esperanza y la vida. No hace falta esperar a que lo hagan los otros: ¿tienes huesos? Ánimo, deja que el Espíritu de Dios los haga florecer, los haga ser generadores de vida. Déjalos llevar de la fuerza del Señor, del entusiasmo por la vida, de la preocupación por el que sufre. No esperes a que se anticipen los otros; mírate a ti e irradia lo que Dios ha puesto en ti, porque tus huesos están creados para ello.

Es la hora de la ternura. Isaías describía a Jerusalén con rasgos maternos, como una madre que da el pecho a su hijo hasta saciarse, como la madre que lo lleva en su regazo para acariciarlo. El poder renovador de los huesos no solo está vinculado a la fuerza, sino también a la caricia. Es la hora de hacerse fuertes en la determinación porque los huesos florezcan, y de estimular trabajo con la caricia de la acogida y el cuidado mutuo.

El definitivo prodigio de los huesos es su docilidad al poder de Dios en ellos para que florezcan en su plenitud, la resurrección. El oído atento a la Palabra de Dios podrá causar una transformación potentísima en orden a la gloria que irradie la presencia del Señor moviendo a la vida y la esperanza.  

DOMINGO XIII DEL T. ORDINARIO (ciclo C). 26 de junio de 2022

1Re 19,16.19.21: se levantó, siguió a Elías y se puso a su servicio.

Sal 15: Tú eres, Señor, el lote de mi heredad.

Gal 5,1.13-18: Para la libertad nos ha liberado Cristo.

Lc 9,51-62: “Tú vete a anunciar el Reino de Dios”.

 

A rey muerto, rey puesto. De este modo despacha el dicho popular un problema considerable, la sucesión en una responsabilidad. Una mirada hacia nuestra historia tan longeva y rica nos permite observar cómo el poder ha ido pasando de unas manos a otras sin que nunca faltase quien lo asumiese, sucediéndose periodos largos de gobierno con otros más breves, líderes más capaces y otros rematadamente ineptos, decisiones acertadas o dañinas, oportunismos, intrigas, asesinatos, relevos pacíficos… si no de todo, de bastante. Muy probablemente, no dejarán de parecernos hechos distantes ajenos a nuestra realidad actual. Y sin embargo, cuánto beneficio o perjuicio para quienes tuvieron que asumir las consecuencias de las decisiones de tales responsables.

               El gran profeta Elías tuvo sucesor. Parecería que la profecía se iba a agotar en Él, profeta apasionado, entregado y fiel hasta la extenuación, pero la Palabra de Dios no se acaba y tiene que ser llevada a cada generación con mensajeros mayores o menores, conforme el Señor lo suscite, el momento lo requiera y ellos acepten esta encomienda. El relevo lo tomaría Eliseo, un labrador que, parece ser, tenía importantes posesiones. Si no era suyo el campo que labraba al menos tenía una yunta de bueyes y los aperos para labrar. No era poco. Aunque fue más lo que pensaba que ganaría siguiendo a Elías. Lo dejó todo de modo radical (matando los bueyes y dándoles de comer a la gente del pueblo con su carne asados con la leña del yugo) y sucedió a Elías como profeta. La Palabra no se iba a quedar detenida por jubilación de su portavoz.

               Cuando el Maestro toma la decisión de ir a Jerusalén, según nos cuenta Lucas, está marcando un límite a su presencia entre nosotros. Entonces el evangelista subraya la cuestión del seguimiento de Jesús. Quienes lo seguían desde el principio, como Santiago y Juan, no acababan de saber de quién eran discípulos. No era Cristo de castigar a la gente por los desaires que tuviesen con Él o con los suyos. Había venido a salvar, no a condenar; a enseñar, no a castigar. Por eso los regañó cuando propusieron pedir que cayera fuego del cielo contra los samaritanos que nos los habían recibido. Luego, durante el camino, dos muestran su decisión de seguirlo y otro más es invitado por Jesús para el discipulado. Los discípulos serán quienes lo sucedan tras su ascensión a los cielos. Sin embargo, hay reservas para el seguimiento, sobre todo relativas a la familia. También Jesús precave de la desposesión a la que lleva ser su discípulo. La exigencia no es pequeña, pero también aporta un tesoro considerable.

               “Para la libertad nos ha liberado Cristo”. El trabajo, los bienes, los vínculos familiares no terminan con el seguimiento del Maestro, sino que cobran otra dimensión, donde el criterio para hacer uso de las cosas y la relaciones con los más cercanos están centrados en Él y para la libertad. De otro modo la posesión, el ámbito laboral, los lazos de familia pueden absolutizarse y hacernos resistir a la llamada a un discipulado más generoso, más libre, por tanto. Nuestra cotidianidad no debe dejar de tener en cuenta al Hijo de Dios hecho carne y entregado en la Cruz por amor.

               Discípulos de Cristo y, por ello, también sus sucesores. Nuestro legado será de cosecha buena, mediana, mediocre o mala, dependiendo de a lo que estemos dispuestos a renunciar para quedarnos más con Él.