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Acercate a la Oración

jesus 7502413 1280«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».Él les dijo: «Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos hoy nuestro pan de cada día, perdónanos nuestros pecados, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos dejes caer en tentación”»  

Si quieres orar y estar junto a Jesús lo puedes hacer... 

 Todos los VIERNES a las 20:00 horas.

 En la Parroquia de SANTA MARÍA la Mayor.

Ciclo C

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS (ciclo C). 8 de junio de 2025

Hch 2,1-11: Estaban todos en el mismo lugar.

Sal 103: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

1 Co 12, 3b-7. 12-13: Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por el Espíritu Santo.

Jn 20, 19-23: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».

 

Allí que estaban los discípulos de Jesús, todos juntos en el mismo lugar. Ocupando el mismo espacio, cada cual en su lugar. Todos o muchos, tan cerca y con riesgo de encontrarse tan sin vínculo. Hacía un par de años que no se conocían y, en torno al Maestro, habían creado una comunidad, una familia de ingenuos o valientes o deseosos de Dios que lo siguieron. Él daba coherencia y sentido al grupo. Su muerte se extirpó las razones para la existencia de grupo como tal, ¿de qué servía estar juntos si ya habían perdido su referencia y el motivo que los hizo converger? Pero aún permanecieron reunidos en un mismo lugar, uno al lado del otro y tan distantes, como islas en un océano de tristeza y fracaso.

Entre los poderes de la muerte está el de la fragmentación. La muerte de Jesús dejó fragmentada a una comunidad unida en torno a su persona y conduce a que la pena se masculle en solitario y como a ciegas. El único remedio se lo trajo el mismo Señor que los había convocado y los había enviado a curar enfermos, expulsar demonios y predicar la llegada del Reino. La resurrección les ofreció esperanza y motivos para confiar en Dios más allá de la Cruz. Pero la despedida del Maestro con su ascensión al cielo los dejaba en una posición desconcertante. ¿Cómo continuar la labor encomendada por el Maestro sin el Maestro? Les había pedido una madurez, una mayoría de edad que no podían asumir por ellos mismos. Hasta que llegó el Espíritu.

El Espíritu Santo conecta con la Palabra de Dios iluminándola para profundizar en su interpretación. Da sentido a la historia de cada uno y fortalece los vínculos de unos con otros. El miedo se disipa, aparece la paz y una fuerza renovadora que empuja a llevar lo recibido superando las barreras de las limitaciones propias. Lleva más allá, provoca la palabra, el apostolado, la generosidad de los dones recibidos. Causa diversidad y armonía en esta; pluralidad y comunión. Las distancias geométricas no enturbian la proximidad, sino que cimienta fortaleciendo la fe en un mismo Señor, la esperanza en la resurrección de la carne, el ejercicio de la caridad como la actividad más sublime.

La proclamación de la Palabra se realiza de modos diversos, en multiplicidad de lenguas que transmiten una misma y única verdad: el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús y activo en nuestras vidas por el Espíritu. ¡Qué poder transformador en nosotros, por nosotros, con nosotros! Reivindica lo suyo en nosotros, lo nuestro en Él, porque es el primero que causa sinfonía haciendo que Dios more en nuestra vida.

FIESTA DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (ciclo C). Domingo 1 de junio de 2025

 

Hch 1,1-11: Lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista.

Sal 46: Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas

Ef 1,17-23: Que Dios os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo.

Lc 24,46-53: “Vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto”.

 

            El desnivel entre las estaturas entre el pequeño y el adulto puede ser salvada de dos modos: inclinándose el mayor hasta alcanzar la altura de los ojos o tomar al niño en brazos para auparlo hasta que queden rostro frente a rostro. Ambas modalidades aportan un contenido digno de valorar: el abajamiento, la humildad, la empatía, por una parte; la motivación, el esfuerzo, el ánimo para la escalada por otro. Estos ejercicios, tan frecuentes en la infancia temprana, irán haciéndose menos necesarios conforme vaya creciendo. Interesan ahora porque permiten deslizarnos hacia un arte de estatura que tiene que ver con la propia educación.

            La referencia del adulto es insustituible para el pequeño y observar cómo este es capaz de achicarse para nivelarse con él es una enseñanza maravillosa sobre el modo como debemos adaptarnos a los demás en sus necesidades y procesos. La elevación sobre los brazos mira a motivar para que no se conforme con el tamaño actual, sino que incentiva a desarrollar sus capacidades para crecer y madurar.  El adulto no debe, aunque se sienta tentado, ni permanecer en cuclillas indefinidamente ni perpetuar sobre sus brazos al niño. Con lo primero se le dejaría aniñado perennemente, con lo segundo se le haría creer que ya ha llegado a la meta de su altura y sin esfuerzo. Ambas cosas son destructivas para una educación verdadera.

            La pedagogía divina ha empleado estos dos movimientos para acercarse a nosotros y allegarnos nosotros a Él. El Hijo de Dios se ha hecho carne humana rebajándose y empequeñeciéndose para que podamos mirarlo a los ojos y sentirlo próximo, de los nuestros. Pero a este ejercicio le ha seguido el de ayudar a elevarnos para alcanzar unas cumbres que superan nuestras posibilidades y a las que solo podemos llegar con la ayuda de Dios. Sin el Espíritu Santo no es posible, sin la colaboración humana no lo quiere Dios.

El Evangelio de esta fiesta nos sitúa en Jerusalén, donde Jesús resucitado da las últimas instrucciones a sus discípulos. Primero dice que lo que ha sucedido y ha de suceder ha sido escrito: la pasión y la resurrección de Jesús y la llamada a la conversión para el perdón de los pecados. Las Escrituras dan fe de ello, no es una improvisación precipitada, sino un plan preparado por Dios desde antiguo, desde la misma creación del mundo. Ha sido paciente para ir avanzando entre los hombres y que estos fueran abriéndose a Él. Ahora deja el encargo a los que han sido testigos de su vida y de la acción misericordiosa de Dios manifestada en Cristo Jesús. Comienza la misión de la Iglesia que ha de trabajar para continuar con la tarea encomendada para que todos conozcan su Evangelio.

Él asciende al cielo para, desde allí, tirar de nosotros, auparnos por medio de su Espíritu que actúa en nosotros, que actúa en la Iglesia. Allí alcanzaremos la cumbre de nivel a la que Él nos llama, cuando el mundo sea un lugar de fraternidad, de justicia de amor y participemos plenamente en nuestra humanidad de la condición divina. 

DOMINGO VI DE PASCUA (ciclo C). 25 de mayo de 2025

 

     Hch 15, 1-2. 22-29: “Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las           indispensables”.

    Salmo 66: Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

Ap 21, 10-14. 22-23: La gloria del Señor la ilumina, y su lámpara es el Cordero.

Jn 14, 23-29: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”.

Unos pies pequeños de paso corto e inexperto que quieren hacer camino sin trastabillarse ni sufrir caídas constantes, con seguridad y resolución, deberán hacer amistad con un gigante para que, agarrándose a él, pueda avanzar con aplomo y firmeza. Todo el que no sea caminante solitario busca su gigante, con un peso descomunal, conformado por muchas personas, historias, batallas; no andará junto a él con un caminar grácil y ligero, pero sí seguro y compartido, y también tendrá que arriesgarse a posibles caídas desastrosas.

¿Quién le diría a la tierna y pequeñísima Iglesia de los tiempos apostólicos que alcanzaría dimensiones gigantescas? Increíble el patrimonio de personas, historia, cultura, instituciones recabado en esta historia bimilenaria. Y comenzaron como un pequeño grupo entusiasta con el único tesoro de la certeza de la Resurrección de su Maestro y alentados por el Espíritu Santo. Esto es en esencia lo que sostiene a la Iglesia primitiva y actual, menuda y diminuta antes y enorme e inabarcable ahora. Pero cuyo valor reside en ese mismo Espíritu, el de siempre, el que le da el peso de la autoridad, la credibilidad y la verdad.

Cristo anuncia esta Iglesia en su despedida a los discípulos como recoge Juan en el Evangelio. Sus cimientos y razón de ser se encuentran en la Trinidad: el Padre habla con palabras de vida eterna para llevarnos a Él y su Palabra es el Hijo que, hecho carne, es para nosotros el Camino, la Verdad y la Vida. Y el Espíritu es el que enseña y recuerda. La Palabra que parte de Dios y llega a nosotros por el Hijo en forma de siembra, ha de germinar y crecer y dar fruto. Esto lo provoca el Espíritu, que actualiza a cada momento la Palabra para nutrirnos y vincularnos más a Dios y entre nosotros. Por eso el Espíritu es maestro y también agente de la memoria, porque la Palabra pasa continuamente por el corazón para hacer allí morada y que la vida del creyente sea configurada conforme a lo que ha recibido, ha creído, ha acogido como propio. Dios hace así morada en nosotros. Y de este modo avanza la Iglesia haciendo progresar a los cristianos.

En las ocasiones en las que se le ha dado más importancia a la Iglesia por su tamaño, riquezas, éxitos que a la presencia en ella de la Trinidad, ha sufrido grandes perjuicios y escándalo entre los hombres. Su propósito no puede ser protegerse a sí misma, sino cuidar de aquello que la mantiene viva y es la razón de su existencia como servidora del género humano hacia el encuentro completo con Dios. También en la época apostólica se encontró la Iglesia, poco después de su nacimiento, con facciones que pretendían atarla a ritos que restringían el movimiento del Espíritu. Las tradiciones pueden ofrecer una falsa seguridad, si no revisadas desde el mismo viento del Espíritu Santo.

El Apocalipsis nos ofrece una visión majestuosa de la Nueva Jerusalén, que es símbolo de la misma Iglesia, destacando su belleza con las imágenes de las piedras preciosas que la conforman. Estos materiales son, en realidad, las gracias divinas que se derraman sobre los hombres por los que son hechos semejantes a Dios. El hombre embellecido por el Espíritu es capaz de hacer cosas bellas, a través fundamentalmente de su vida, pero también en instituciones, ritos e instrumentos para la alabanza de la Trinidad y, cuidando el equilibro y armonía, no debe descuidar adorar al Señor y celebrar la liturgia y toda dirección hacia Dios con delicadeza, cuidado, elegancia: bellamente.

La despedida de Jesús advierte del final de una etapa en el camino y la apertura de una nueva. La primera concluye muerte y resurrección y la segunda comienza con el envío del Espíritu Santo y el parto de la Iglesia. Esta es la Iglesia que, desde entonces, busca hacer familia fraterna dejando que el Padre diga, el Hijo pronuncie y el Espíritu Santo haga germinar todo lo que Dios ha vertido sobre nosotros. En ella nuestro camino será cierto y seguro, aunque a veces camine con la torpeza con la que se mueven los gigantes y a nosotros nos inquiete la impaciencia que agita a los inexpertos en el camino.

DOMINGO V DE PASCUA (ciclo C). 18 de mayo de 2025

 

Hch 14,21b-27: Hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios.

Sal 144: Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi rey.

Ap 21,1-5a: “Todo lo hago nuevo”.

Jn 13,31-33a.34-35: Os doy un mandato nuevo.

 

“Cuando salió Judas del cenáculo” el resto de discípulos presentes en la sala se quedó con el Maestro. Uno se fue y otros quedaron. Ciertamente había participado Judas de muchas cosas al lado de Jesús, escuchándolo, viéndolo obrar milagros, explicándoles en la intimidad a los más cercanos, hasta incluso había celebrado aquella cena de despedida tras la que él había dejado que el Maestro le lavase los pies. Pensaría que con eso le bastaba, que era mucho y no necesitaba más. Era mucho, pero no lo suficiente. No se quedó hasta el final y, por eso, no pudo ser testigo de su resurrección, de cómo Dios actúa en la debilidad y el fracaso.

Le pudo más quizás lo que le puede a este mundo, a nosotros: lo que nos empuja a salir más que quedarnos al lado de Dios. Allí, en su presencia no tiene por qué haber necesidad de hacer, sino tantas veces lo que pide es estar, así junto a Él y que sea Él que haga, aunque no se le entienda, aunque parezca que todo va a naufragar. Judas salió porque tenía que hacer algo, cuando el Señor solo, solo le pedía quedarse y estar con Él, atento, expectante, receptivo… improductivamente, pero con Él.

El modo como Dios soluciona las cosas y en lo que invierte el tiempo no siempre agrada. En su lugar buscamos una alternativa: hacer nosotros lo que no hace Él; encontrar una respuesta donde Él no la ha dado o donde la dada no convence. Judas salió para buscar una resolución de la situación diferente a la que intuía que iba ofrecer Jesús. Todo lo que se había emprendido debía terminar con un final glorioso y era él el que alcanzaría para sí, para el Maestro, para los demás esa gloria. Nada más marcharse el discípulo Jesús habla de la glorificación del Padre y del Hijo. Se encuentra en la entrega, en la obediencia hasta el agotamiento, hasta un final que solo Dios conoce. En ese desenlace hace una declaración de amor hacia el Padre y pide que se amen los discípulos como Él los ha amado. También ellos se dispersarán cuando arresten al Maestro y lo condenen, pero no habían perdido la referencia a la comunidad y volvieron a reunirse, aun sumidos en la tristeza, tras su entierro. Pocos de los suyos se salvaron del abandono y el silencio cobarde, otra forma de traición; sin embargo, no acabaron de irse y no pretendieron encontrar otra conclusión distinta a la que Dios había preparado. Atemorizados, cobardes y achicados no buscaron gloria en otro lugar; se quedaron hasta un final más allá del final que había puesto la cruz.

Esta fraternidad forjada en la Cruz del Señor será la identidad de los cristianos. Pablo y Bernabé recorrías las comunidades fundadas animándolas e instruyéndolas. Necesitaban aliento y la visita de otros hermanos con fuerte experiencia en Cristo. Estos les recuerdan que hay que sufrir para llegar al Reino de los cielos. La vida cristiana es exigente y sacrificada; también gozosa y alegre.

En la trama del libro del Apocalipsis, hay momentos en los que las fuerzas del mal parecen vencer sobre Dios y el Cordero. La impaciencia de muchos los llevó a ponerse en el bando de los enemigos del Señor; solo los que perseveraron hasta el final alcanzaron el triunfo, solo los que creyeron que Dios realmente hace todas las cosas nuevas, en cielo y tierra. Nosotros no tenemos esa capacidad; sí para unirnos a su poder renovador y no buscar un final glorioso distanciados de Él, marchados del lugar en el que nos ha reunido para celebrar su misericordia.

Este espacio es para nosotros la Eucaristía, a la que podemos acudir y no quedarnos hasta el final. Y es que este sacramento no concluye con las palabras del “Podéis ir en paz”, sino que ha de prolongarse en cada tramo de nuestra vida dándole continuidad en nuestra jornada que el Espíritu va haciendo nueva en Cristo.

DOMINGO IV DE PASCUA (ciclo C). DOMINGO DEL BUEN PASTOR. 11 de mayo de 2025

 

Hch 13,14.43-52: Sabed que nos dedicamos a los gentiles.

Sal 99: Nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño.

Ap 7, 9. 14b-17: Dios enjugará las lágrimas de sus rostros.

Jn 10, 27-30: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco”.

 

Cierto día a cierta persona se le ocurrió inventar una oveja. No la creaba de la nada. Habría observado y observado y contemplado innumerables veces ciertos animales salvajes (posiblemente muflones), incluso los habría cazado, y tuvo la ocurrencia de que, en vez de andar detrás de ellos para atraparlos, por qué no convertirlos en huéspedes de su propia casa. Podía ofrecerles lo que necesitaban: sustento, cuidado y seguridad, con el propósito de recibir de ellos lana, leche y carne. Entonces los hizo tan próximos, tan suyos que los domesticó. Y así no solo inventó la oveja sino también el pastor, un oficio completamente novedoso. Esto sucedía, dicen los que saben, hace unos quince mil años.

Nacía una relación donde ambas partes daban y ambas recibían. Para los dos también era una situación de estreno. El hombre no podía descuidar el alimento de sus ovejas ni procurarles un lugar seguro al abrigo de las fieras y las inclemencias del cielo, tenía que estar pendiente de la salud de ellas y asistirlas en momentos como el parto. También debía acostumbrarse a la terquedad animal y aprender con paciencia a tratarlas enseñando una y otra vez hasta que adquiriesen nuevos hábitos. La labor era exigente y no podía distraerse un solo día. Las ovejas dejaban de conducirse exclusivamente por su instinto para tener una nueva referencia a la que obedecer. Cedían autonomía para obtener sin tanto peligro como antes lo que necesitaban, con lo que tenían que poner atención en su pastor.

El Maestro utiliza este invento de la civilización, el pastoreo, para reflejar su vínculo y su tarea con sus discípulos y todo el que se acercase a Él buscando sustento, cuidado y protección. Ya antes los escritores sagrados habían plasmado en las Escrituras esta imagen para referirse a Dios, Pastor, y a su pueblo, ovejas de su rebaño. Antes aún aparecen documento donde los gobernantes de civilizaciones mesopotámicas se aplican el título de pastor. Jesús, al llamarse a sí mismo pastor, se inserta en una tradición religiosa y profana, donde culminan las expectativas de la gente, que necesita dirigir su mirada a un referente que se preocupe por todos personalmente, que no busque su exclusivo provecho, que promueva la paz y la justicia, que ahuyente los peligros.

En primer lugar, la presencia del pastor aleja de riesgos de dentro y de fuera, lobos y rapaces que atacan desde el interior o desde lo externo. Libra de los peligros que merodean dentro de nosotros para hacernos súbdito de los instintos y que sean ellos quienes impongan lo que hacer en cada ocasión. El pastor ofrece disciplina por el bien de sus animales y unos modos que procuran a cada oveja lo mejor para ellas, aunque la apetencia y el deseo no se correspondan con ello. Nos hace libres marcando unas pautas y normas de vida. Con relación al exterior, sobre todo ante lo que pueda tener apariencia de pastor, pero, sin embargo, no busca el bien de la oveja ni del rebaño.

Tenemos necesidad de pastores, más bien aprendices de pastores, porque pastor absoluto solo es Cristo, en los ámbitos estatal, social, laboral, espiritual. Estos no pueden perder la referencia al único pastor total y saber que fundamentalmente son también ovejas. Estas han de saber que en ellos hay límites y pecado, para no esperar más de lo que pueden ofrecer, para exigirles que cumplan con su servicio y para no poner la esperanza firme y la confianza sino en Jesucristo, el pastor bueno. Él conoce y llama y cuida a cada una de sus ovejas. Ellas escuchan y siguen y obedecen a su pastor bueno y bello. En ello les va la vida, la vida luminosa aquí y eterna después, porque la muerte no puede arrebatar siquiera una oveja de la mano de Dios Padre, adonde conduce el Hijo a su rebaño.

Este rebaño puede crecer o menguar. Pablo y Bernabé se frustraron al comprobar que los judíos a los que predicaban no querían formar parte de él, a pesar de ser los invitados privilegiados. En cambio, recibieron con gozo a los paganos que acogieron su mensaje. No escuchan todos por igual a Cristo y su Evangelio no satisface a todos o, incluso, causa rechazo.

Ese rechazo lo llevó a la muerte convirtiéndose en el condenado y crucificado. Con otra imagen antigua pasa a ser oveja, el cordero degollado, protagonista del libro del Apocalipsis. Pero una oveja pastora, la que ha dado su vida por el rebaño y que purifica a quienes den su vida por Cristo. Obedecerlo es entregarle la vida propia. Esta entrega lleva a padecer también por Él y por su evangelio. La oveja protegida por su Pastor se transforma en carnero que se expone a peligros y envite contras lo que ataca a su Señor y su rebaño. Es el resultado de la fortaleza y la fuerza que ha provocado el pastor en sus ovejas donde, ya no hay que preocuparse por la supervivencia, sino por amar más al modo del Pastor, por Él y para Él. Aquí un invento que viene de Dios: el amor sin medida.

DOMINGO III DE PASCUA (ciclo C). 4 de mayo de 2025

Hch 5,27b-32.40b-41: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.

Sal 29: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

Ap 5,11-14: Los ancianos se postraron y adoraron.

Jn 21,1-19: “Otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras”.

 

            Prefería Pedro obedecer a Dios antes que a los hombres, aun siendo estos hombres de religión. No siempre los caminos de Señor son los mismos que los de los humanos, aunque estos sean autoridades religiosas. Se había elevado una nueva autoridad en lo divino, la que estaba fundada en la Palabra encarnada. Jesucristo era el criterio para la obediencia a Dios.

Como Palabra, la obediencia empieza por la escucha, tras la que viene nuestra respuesta. Un reclamo, una solicitud que puede venir de fuera o de dentro, nos está pidiendo contestación. De fuera: personas o colectivos; de dentro: nuestros deseos, apetitos, ilusiones, conciencia… En la decisión desvelamos qué posición tomamos y cuáles son nuestros intereses; nos construimos. Entre esos mimbres podemos encontrarnos con mandatos de Dios, pero hay que saber distinguir lo que viene de Él y lo que no, para responder obedientemente a Dios antes que a los hombres. Esto requiere un trato habitual con la Palabra, con Jesucristo.

            La obediencia a Dios puede traer complicaciones, primero, porque puede suponer oposición a nuestros propios gustos o intereses; segundo, porque puede despertar oposición, rechazo o indiferencia por parte de otros. A los apóstoles les agradó recibir ultrajes por el nombre de Cristo. Él había dado su vida por ellos, qué menos que defender su Evangelio entre los hombres.

            En la tercera aparición de Jesús resucitado entre sus apóstoles pidió tres cosas: que echasen las redes a la derecha de la barca, que le llevasen lo pescado, que comieran. Es Dios quien hace fecundos nuestros esfuerzos cuando Él quiere, cuando se escucha su voz y se cumple; es Dios quien prepara una mesa con el cuerpo y la sangre de su hijo para alimentarnos. Ya a solas con Simón Pedro le manda tres veces, tras tres preguntas, que apaciente y pastoree a sus ovejas y corderos. La obediencia a estas órdenes lo llevará finalmente al martirio, a morir por su Señor, como su Señor.

            La consecuencia última de la obediencia a Dios puede llevar a lugares amargos. Estos nos acercan a la expresión de la obediencia máxima de Jesús con su Padre: dar la vida por amor.

¡Dios nos libre de las desobediencias a Dios y las obediencias a las cosas que no vienen de Él!

El bon samarit de Pelegri Clave i Roquer web