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En San Pedro Apóstol TODOS LOS JUEVES de 19.30 a 20.30

En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

Ciclo C

DOMINGO V DEL T.ORDINARIO (ciclo C). 6 de abril de 2025

Is 43,16-21: “Mirad que realizo algo nuevo”.

Sal 125: El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres

Fp 3,8-14: Por Él lo perdí todo.

Jn 8,1-11: Anda y en adelante no peques más.

 

Las primeras palabras que pronuncia Dios en el libro del Génesis: “Hágase la luz” dejan iluminado el universo para la eternidad. Lo siguiente va de nuestra parte: ¿Hacia dónde dirigir nuestros ojos? ¿Cómo recibir esa luz para que nos sea realmente provechosa?

Lo que pasó tiene la capacidad de atraer nuestra mirada y cautivarla, pero abocándonos a dos peligros: la nostalgia de las cosas pasadas, idealizando lo que ya no es, amarrándonos a unos tiempos presumiblemente mejores e intentando replicarlos en este momento; por otra parte, la culpabilidad por las acciones u omisiones que miramos con desagrado y nos paraliza, como si ya no hubiera posibilidad de redención. El profeta Isaías invita a mirar hacia atrás, pero no para detenernos en ello, sino aprender la luz de Dios en los acontecimientos e interpretar el tiempo presente, como un momento donde el Señor está actuando y todo lo hace nuevo. Si Dios liberó a su Pueblo de la esclavitud, vamos a confiar en Él.

Y aprendamos también de la enseñanza de Dios que ilumina; acerquémonos a la mirada de Jesús para que, no solo sepamos de la luz, sino que realmente nos dejemos iluminar por ella.

El evangelio de Juan nos muestra a Jesús en el Monte de los Olivos, lugar donde se solía retirar a orar. Es allí donde dirige su mirada al Padre en el diálogo entrañable donde escucha y dice. Lo primero para Él: que sus ojos quedan llenos del Padre. Luego, se acercará al templo, a unos veinte minutos de camino a pie para enseñar, para que aprendan a mirar hacia la luz de Dios. No solo enseña de palabra, sino que también enseñará obrando. Cuando unos judíos le llevan a la mujer sorprendida en adulterio, estos la están mirando por encima del hombro. En sus miradas se delata superioridad moral, altanería hacia ella. Y en ella, hacia el mismo Jesús, al que quieren poner a prueba con su pregunta. Extraña que el Maestro se incline y se ponga a jugar con su dedo en la tierra. Con ello provoca que las miradas de todos se fijen en lo que está haciendo y esa la tierra que tocan sus dedos; está conduciendo los ojos de los presentes a la misma materia de la que estamos hechos todos: ellos, la mujer, Él mismo.

Solo teniendo esa doble referencia, hacia el cielo, hacia el suelo: hacia el perdón y la misericordia divina, hacia la fragilidad humana, podemos, por una parte, mirar a Dios y sabernos amados y perdonados, al mismo tiempo que avergonzados por nuestros pecados, y, por otra, mirar a los demás al mismo nivel, sin juzgar, reconociendo en sus debilidades, si las hubiera, las mías propias, las de todos, que las hay y muchas.

Cristo abre una puerta nueva a aquella mujer. Nadie la ha condenado, ni tenían autoridad para hacerlo, Él tampoco la condena. Le ofrece esperanza. Lo pasado no puede atar a la persona, sino servir para afrontar el presente con nueva luz.

Qué bien lo entendió Pablo y qué cerca se sentirá de él quien haya descubierto el tesoro de la misericordia divina para llegar a considera lo demás pérdida y basura. Qué diferente nuestra mirada cuando vivimos esto en Cristo y cómo la luz de Dios penetra más allá de nuestros ojos hasta iluminar nuestro corazón y ver esclarecidos como de ninguna otra forma se puede ver.

DOMINGO IV CUARESMA (Ciclo C). De laetare. 30 de marzo de 2025

Jos 5,9-12: Comieron ya de los productos de la tierra.

Sal 33: Gustad y ved qué bueno es el Señor.

2Co 5,17-21: Si alguno está en Cristo es una criatura nueva.

Lc 15,1-3.11-32: Era preciso celebrar un banquete y alegrarse.

Uno no se encuentra con un padre distinto todos los días. Tiene uno solo, lo quiera o no, es el suyo tal cual. Pero no es tan infrecuente el que, no que uno no sepa quién es su padre, sino que no lo conozca realmente, que no sea consciente del inmenso regalo de la paternidad. Esto lleva consigo, como consecuencia, que no se es buen hijo.

Por lo pronto, el Padre proporciona casa y comida, hogar y banquete. Si esto no se aprecia pueden suceder dos cosas, las que nos cuentan el hijo menor y el hijo mayor con su actitud:

  1. Sin aprecio por el padre y la casa: el menor quiere convertirse en padre de sí mismo y buscar hogar en otro lugar lejano. Cuanto más lejos, más aspiración a ser autopadre. Como esto no se sostiene, al final tiene que buscar asilo en un ciudadano de aquel país extranjero, que lo deja a la intemperie (sin techo donde cobijarse) y, consiente que sus animales, una piara de cerdos, como mejor que él.
  2. Sin sentir al padre cercano y la casa como propia: el mayor obedece sin disfrutar, parece encontrarse en un hogar ajeno; echa de menos un cabrito para comerlo con los amigos, cuando tiene siempre la comida lista a la mesa. No se atreve o no quiere pedirle al padre. De algún modo también es autopadre. Llamado a heredar como primogénito y ocupar el lugar del padre, quizás entienda a este como un rival que le impide actuar con libertad. En ningún momento dice padre, casa o hermano. Desagradecido, por una parte, tasador de los actos del padre y del hermano pequeño, por otra, utiliza su corazón para guardar las injusticias que creen que cometen contra él

Los pequeños suelen fijarse y aspirar a lo de los mayores. Imitan sus formas, admiran sus logros y alardean de ellos, replican sus acciones. Es posible que el hijo mayor contagiase a su hermano esa falta de sensibilidad hacia la figura paterna, la carencia de empatía, el desagradecimiento y se marchase para buscar al padre que no había descubierto en el suyo. No lo pudo enseñar bien, porque no había aprendido bien.

¿Quién imitará al padre en su forma de ser y actuar?

            Dos itinerarios distintos llevarían a uno y otro hermano a encontrarse con el padre desconocido para ellos, dos experiencias traumáticas a los que les llevó su autosuficiencia, su dureza ante la ternura del padre, su desagradecimiento de los bienes que recibían en la casa, lugar de abundancia para vivir la filiación y la fraternidad. Para acceder al encuentro con la verdadera paternidad que han obviado, tendrán que aprender a ser hijos.

El itinerario del pequeño es la consecuencia de su orgullo y altanería. Desemboca en el rechazo de todos, la marginación, la soledad, el hambre, la miseria… Nadie que se preocupe por él, ni que lo proteja. Hambriento, apartado, desechado. La ausencia del padre la palpa en que no es hijo de nadie. Intentó construirse a sí mismo, pero su actitud lo llevó a la autodestrucción, al fango de los cerdos. Cuántos como él que abandonan la casa familiar y han de regresar heridos y fracasados. ¿Hasta dónde los ha llevado sus sueños de grandeza y autonomía?

El camino del mayor se topa con una suerte de envidia por el hermano y un rechazo a la actitud del padre. Lo que ha edificado tiene unos cimientos frágiles que colapsan al constatar que el padre, al que nunca llama padre, los ama a los dos y no rechaza al hijo despeñado. A los ojos del hijo de obediencia espartana, se trata de un amo de la casa débil, que no premia al justo y castiga al pecador, que quiere vencer a fuerza de éxitos propios sin dar la mano al perdido y derrotado. ¿Se ha percatado alguna vez de su vida interior, de su falta de alegría, de la clase de aspiraciones que tiene (quizás para suplantar un día al padre)?

Los pasos de ambos los han llevado a confrontar sus vidas con una realidad desagradable, pero será el punto de inflexión para el regreso al hogar, al lugar de la resurrección: para la comunión con el padre y con el hermano. No es la resurrección definitiva, la parábola resuelve parte de la historia, pero no la completa.

¿Qué sucedió al día siguiente de la fiesta con el hijo menor? ¿Volvería un tiempo después, una vez recuperado, a pedirle a su padre para marcharse de nuevo?

¿Llegó el hijo mayor a entrar finalmente en la casa, a acoger a su hermano y perdonarlo, a participar del banquete con gozo?

Un buen número de personajes de los Evangelios que han tenido un encuentro con Jesús no vuelven a aparecer. ¿Qué pasaría con sus vidas tras conocerlo y descubrir de Él la paternidad del Padre?

La clave se encuentra en el banquete: lugar donde vidas moribundas resucitan; donde se festeja la alegría de la comunión con el Padre y los hermanos. 

DOMINGO III DE CUARESMA (ciclo C). 23 de marzo de 2025

Ex 3,1-8.13-15: “El sitio que pisas es terreno sagrado”.

Sal 102: El Señor es compasivo y misericordioso.

1Co 10,1-6.10-12: La roca era Cristo.

Lc 13,1-9: “Señor, déjala todavía este año… a ver si da fruto”.

 

Todos los días pasa alguna cosa; algunas son sonadas por su dimensión, su repercusión, su excepcionalidad…, pero la mayoría pasan inadvertidas o bien solo son relevantes para los más cercanos. Los medios se encargan de seleccionar por nosotros y nos ofrecen lo que entienden (sesgo ideológico por medio) que es lo más destacable. Otro elemento importante en una noticia es el modo de contarla y su perspectiva. ¡Señor, líbranos de las medias verdades con apariencia de verdad entera!

A Jesús le llegaron unos con una noticia dramática: Pilato, el máximo representante del poder imperial había asesinado a unos galileos mientras ofrecían sus sacrificios en el templo. El Maestro recuerda otra tragedia, seguramente reciente: la muerte de dieciocho personas por el derrumbe de una torre en la piscina de Siloé. Los dos casos son terribles; el primero, con una intervención humana violenta y el segundo por un accidente. Utiliza Jesús ambos ejemplos para hablar de la necesidad de conversión, de revisar la vida y corregir todo aquello que no está bien.

Entiende que los oyentes parten de una premisa (todavía fresca entre nosotros): que Dios premia a los buenos y castiga a los malos. Parece que Jesús es bastante duro, pues da la sensación de mostrar indiferencia ante un acontecimiento tan cruel. La violencia en aquella época era atroz y la sociedad estaba bastante acostumbrada a escenas de lo más horrible, como la crucifixión de los condenados. Lo que el Maestro quiere destacar es que esa lógica: bueno-premio, malo-castigo, no se da en la manera como esperan los que lo oyen, y que, por el hecho de morir así unos y otros, no significa que fuesen peores que sus oyentes y el resto de judíos. Entonces hace una llamada a la revisión de vida, el arrepentimiento y la toma de medidas para mejorar, es decir: pide conversión.

La noticia de las dos tragedias le sirven para hacer una interpretación provechosa de lo sucedido: la muerte puede llegar en cualquier momento, estad preparados con una vida acorde con Dios. El asesinato de los galileos sucede en un ámbito religioso: el templo. El derrumbe de la torre de Siloé se produce junto a esta piscina, que los judíos utilizaban para su purificación antes de subir al templo. Andar en cosas religiosas no nos garantiza un corazón limpio, generoso, de Dios. Si no es desde una actitud de reconocimiento de nuestros pecados y de arrepentimiento sincero, podemos trajinar en la iglesia, la confradía, las imágenes, la oración, la misa, las adoraciones… que nos servirá de poco. Todo lo anterior son herramientas para llegar a lo fundamental: conocer a Dios como nuestra Padre, pedirle perdón por nuestros pecados y vivir como buenos hijos suyos que cumplen su voluntad, tratar a los demás como verdaderos hermanos.

Los gestos cristianos pueden estar cargados de contenido y sentido o ser mero cascarón. Moisés, al acercarse a la zarza que ardía sin consumirse, se descalzó, como signo de respeto y admiración ante la presencia de Dios en la zarza. Andar descanso es expresión de transparencia y humildad o, curiosamente, puede hacerse también desde la hipocresía de quien quiere que lo admiren por esa penitencia.

Advierte san Pablo de lo que les puede pasar a los cristianos que no se toman en serio su fe tras recibir el bautismo. Para ello alude al pasaje de la salida de Egipto, al atravesar el mar Rojo, y al camino por el desierto. Todo aquello sucedía como figura o anuncio del bautismo cristiano. Sin embargo, así como hubo israelitas que experimentaron la liberación de la esclavitud murieron en el desierto, porque murmuraron contra Dios, dudaron de su Palabra, también los cristianos deben cuidar su fe, no sea que, perezcan igualmente.

 

Todos los días nos pasa algo. ¡Dios nos libre de no estar atentos a descubrir qué es lo que el Señor nos dice en los acontecimientos de la jornada y a desoír su voz dedicándonos a cosas de Dios sin contar realmente con Dios!

DOMINGO II DE CUARESMA (ciclo C). Día del Seminario.16 de marzo 2025

Gn 15,5-12.17-18: Creyó Abrán al Señor y se le contó como justicia.

Sal 26: El Señor es mi luz y mi salvación.

Fp 3, 17-4, 1: Hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo.

Lc 9, 28b-36: Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió.

 

La amistad que se forjó entre Abrán y Dios los llevó a un trato cordial y cotidiano donde ambos se decían con confianza y se escuchaban. Es uno de los rasgos más bonitos de esta relación entre ambos: por ser amigo, Abrán no dejó de mirar a Dios con asombro y temor, por ser criatura suya Dios no dejó de escuchar a su amigo y tratarlo con ternura y cariño. Dios le enseñaba a mirar hacia las estrellas para contemplar algo más elevado, más allá, una promesa cumplida. Dios le invitaba a vivir en esperanza. Abrán creyó, y obedeció. La obediencia es la respuesta del amigo a su Señor y la obediencia es la escucha atenta y la implicación en lo escuchado.

¿Qué le dirías al mismo Jesús si pudieras conversar tranquilamente con Él? El Maestro se llevó a tres de sus discípulos a que aprendiesen a escuchar, como una clase magistral para aprender a prestar atención a Dios. Los llevó a lo alto de un monte para hacerles partícipes de su conversación con el Padre, es decir: les invitó a orar con Él. Y, en este ámbito de oración, su rostro y sus vestidos se hicieron resplandecientes, mostrando hacia el exterior la transformación que provoca la relación con Dios y anunciando el momento más sublime e íntimo del diálogo del hombre con Dios: su resurrección. En ese trance aparecieron Moisés y Elías para conversar con Él. Ambos eran buenos amigos de Dios, que fueron aprendiendo a escucharlo en su trabajo, duro trabajo, con el Pueblo. Compartieron momentos críticos en los que querían desistir de su misión, se desearon la muerte, pero fueron fieles hasta el final, porque amaban a su Señor y al Pueblo que Él les había encomendado. Qué mejor materia de conversación que aquello que les unía a los tres y su relación con el Padre: la encarnación del Hijo de Dios que habría de culminar en la pasión, muerte y resurrección en Jerusalén. Esto venía anticipado en la historia de estos dos personajes: el éxodo de Moisés y las batallas de Elías para que el Pueblo creyese en el único Señor. Todos los esfuerzos de Dios para estrechar con fuerza la amistad con los suyos y con toda la humanidad, convergían en el Hijo hecho hombre y entregado, por esa misma amistad, para dar su vida.

Parece que la oración les provoca sopor a los tres discípulos y les entra sueño, hasta que se espabilan viendo la gloria de Jesús, Moisés y Elías. A Pedro le mueve un sentimiento de bienestar y sugiere hacer tres tiendas para cada uno de los presentes ilustres. Las razones del sentimiento tienen un alcance bienintencionado, pero corto. La amistad con Dios no puede fundamentarse en el sentimiento, si bien este puede ayudar. La tienda en la que se hacía presente Dios en el camino por el desierto cuando su salida de Egipto, manifestaba a un Dios en camino, que acompañaba a su Pueblo hacia la meta prometida. Muchos fueron los momentos en los que el Pueblo quiso detenerse o regresar de nuevo a la esclavitud: no terminaban de creerse la promesa y fallaba la confianza en su Señor. La lectura de la Carta a los Filipenses de Pablo advierte de darle más credibilidad a los sentimientos y pasiones propias que a Dios. Esto lleva a una vida desordenada y paralizante, que se detiene en satisfacer lo que el apetito pide en cada momento y no en buscar la voluntad de Dios que nos hace avanzar hacia la promesa, caminar en esperanza.

Jesucristo es la tienda donde Dios habita, Él mismo es Dios caminando a nuestro lado, que busca cumplir la voluntad del Padre. Esta le lleva a la entrega por amor, a la Cruz, a Jerusalén.

Los tres amigos de Jesús aún no viven una amistad sólida y de escucha. Necesitarán tiempo para aprender a escucharlo. A esto les invita el Padre: “Este es mi Hijo, el elegido, escuchadlo”. Y esa actitud les lleva a seguir al Maestro, dejándolo que vaya por delante; a fijarse en lo que dice, en lo que hace, en cómo ora y buscar una amistad recia con Él.

La vida cristiana no busca tener momentos de oración, sino que todo tiempo esté impregnado del diálogo con Dios donde aprendemos a escucharlo en los avatares de la vida y nos damos cuenta de que Él nos escucha y es misericordioso. 

DOMINGO I DE CUARESMA (ciclo C). 9 de marzo de 2025

Dt 26,1-2.4-10: Te postrarás delante de Él.

Sal 90: En el peligro, Señor, estás conmigo.

Rom 10,5-13: La palabra está cerca de ti, en tu boca y en tu corazón.

Lc 4,1-13: Fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado.

 

Dios Padre daba la mano a su Hijo con su nuevo oficio recién estrenado, el que iniciaba con su vida pública. La mano tendida al Hijo era el Espíritu. Llegó a Él para llenarlo a rebosar en el bautismo y escuchó las palabras del Padre: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”. Pero este Espíritu lo llevó al desierto para que fuera tentado. Dos veces aparece referido el Espíritu al principio del pasaje para luego desparecer, entonces hace presencia el diablo, cuyo nombre queda escrito cuatro veces. ¿Desproporción entre la ayuda del Espíritu y la hostilidad del maligno? Probablemente no nos resulte desconocida esta paradoja en nuestra propia vida. ¿No parece que Dios, tras habernos acompañado, nos deja a la intemperie e indefensos?

Desapareció la explicitud del Espíritu, pero Él siguió presente, porque Jesús estaba lleno de Él. Obraba desde dentro, desde la invisibilidad de quien fortalece internamente para librar las batallas externas. Y conduce a Jesús hasta un lugar inhóspito para una estancia de cuarenta días, clara alusión al recorrido de cuarenta años del Pueblo de Israel por el desierto. En aquel lugar, donde no habita nadie, de aridez y esterilidad lo esperaba el diablo con un manojo de tentaciones.

Las tentaciones comienzan su virulencia cuando la fragilidad es más patente. El Maestro llevaba cuarenta días sin comer y el hambre tenía que ser enorme. Sin embargo, renuncia a un pan inapropiado, el pan que se obtiene sin esfuerzo, por el que no se ha trabajado. El pan será rancio y no alimentará si no es acorde con la voluntad de Dios, que nos llega a través de su Palabra. El gobierno sobre todas las naciones de la tierra es seductor, pero, para hacerlo bien, hace falta ser muy libre, tanto como para no dejarse arrastrar por el afán de poder, la violencia, el favoritismo, la avaricia, el desinterés por los indefensos… El diablo pide a Jesús someterse a él, al mal, para obtener este botín de poder. En realidad, le pide perder su libertad, el gobierno sobre sí mismo, para tenerlo sobre otros. El máximo poder que podemos desplegar es el regir nuestra vida conforme a la bondad, la justicia y la belleza: desde Dios y hacia Dios. Entonces seremos soberanos libres de nuestra propia vida. La última tentación sucede en un lugar sagrado, el templo de Dios. La fe y la vida cristiana no exime de las agresiones de la vida ni de los reveses que se sufran. Si tenemos que sufrir desgracias no se devalúa nuestra condición de Hijos de Dios, ni el amor del Padre por nosotros. El Espíritu Santo obra en nuestro interior con su fuerza, para que todo golpe no haga crecer en confianza en Dios, en amor a Cristo y a los hermanos, como sucedió con Jesús, que aprendió sufriendo a obedecer.

El Espíritu que parecía dejar a Jesús indefenso ante los ataques de su enemigo es el mismo que parece abandonarnos cuando tenemos que librar las batallas más recias. Y, sin embargo, lo que hace es cuidarnos, protegernos, robustecernos internamente para que lo que puede ser el motivo de nuestra derrota y destrucción se convierta en el de nuestro triunfo y crecimiento. 

DOMINGO VIII T.ORDINARIO (ciclo C). DÍA DE HISPANOAMÉRICA. 2 de marzo de 2025

Sir 27,4-7: No elogies antes de oírlo hablar.
Sal 91: Es bueno darte gracias, Señor.
1 Cor 15, 54-58: Manteneos firmes e inconmovibles.
Lc 6, 39-45: No hay árbol bueno que dé fruto malo.

 

Nuestra experiencia popular nos ha dejado expresiones más o menos simpáticas, que parten de historias curiosas, para referirnos al mismo hecho, al mismo tipo de persona, al fácilmente reconocible como... Se le nombra a través de distintos apellidos: del bote, del haba, a las tres, del capirote… o, el más terrible, el más contumaz e irremediable: el para siempre. Todos estos apelativos apuntan al mismo modo de posicionarse en el punto, se refieren al tonto.

Hablar de tonto, no señala a una persona con una capacidad intelectual más limitada que lo normal, sino al que defiende un universo de ideas falaz y mentiroso con propósito de verdad, el que engaña, aun sin saberlo, filtrando una ideología que daña a la persona, el que dice y hace cosas malas creyendo o haciendo creer que son buenas, el que, en el colmo de la estulticia, se sitúa en el lugar de Dios con una superioridad moral sobre los demás, con una autoridad de juicio sobre los otros que esquiva siempre la autocrítica. Lo peor de ello es contar con una serie de seguidores, una sociedad de tontos que hagan presión para retorcer los valores de una comunidad y alterar fuertemente su convivencia generando rencor, crispación, malestar, sospechas.

Nos instaba Cristo en el evangelio del domingo pasado al amor incluso a los enemigos. En este nos habla del tonto, el que, creyéndose lúcido, guía a otro ciego haciéndolos caer en el hoyo, el que evita revisarse internamente en sus acciones, pensamiento y omisiones y, por tanto, no llega a descubrir sus faltas, pero, sin embargo, ejerce una maestría singular para delatar el mal ajeno. No es que no tengamos que amarlo, por supuesto, pero tenemos que ser precavidos y evitar ser seducidos por su maldad, por su ignorancia, por su estupidez, que, desgraciadamente, cala con facilidad. Porque las palabras de Cristo van dirigidas, especialmente, para que, personalmente nos miremos cada uno y distingamos si estamos ejerciendo lo que Él mismo critica: si estamos cualificándonos como tontos consumados.

Existen una serie de ejercicios que impiden esta tragedia personal y social. Lo primero consiste en saberse del montón, es decir: considerar que todos estamos hechos de la misma masa, tan frágil y deslucida como el barro, pero amada por Dios hasta hacerla capaz de lo divino. Ser del montón equilibra los afectos, pues ni nos deja caer en el desánimo pesaroso de quien se cree siempre peor, incapaz, derrota-do ni en la ficción del que piensa ser el único, el mejor, el excepcional. Con respecto a los demás nos lleva a saber que lo que le sucede a él, para bien o para mal, también me puede suceder a mí; lo que hace ese, ¿por qué no terminaré haciéndolo yo (si es que ya no estoy en camino)? Ayuda a la fraternidad, porque parte del reconocimiento de una misma condición.

Esto nos ha de llevar a la humildad, virtud completamente antagonista del tonto, y, de ahí, a la consciencia de nuestros pecados y el arrepentimiento consecuente. Ya no solo soy de la misma masa que el resto, sino, además, pecador, mal-versador de los bienes que Dios me ha dado. Junto a ello se encuentra el temor de Dios, antídoto ante quien piensa ocupar su puesto (movimiento reconocible en el tonto). Y, como cierre de buenos propósitos para evitar esta estulticia dañina, la implicación en la felicidad de las personas que encuentro en el camino, el compromiso por la paz, la esperanza, la fe, la justicia, la belleza, la caridad. Mientras el tonto trabaja por la destrucción y la muerte a través de sus mentiras, el que lo evita y camina en amistad con Cristo trabaja por la resurrección, todo lo que favorece la acción del Espíritu Santo en nosotros, donde lo material va recibiendo de los espiritual y divino configurando, no una vida meramente buena, sino santa. Porque el oponente al tonto no es el que practica con inteligencia la bondad, sino el santo, el que deja que Dios actúe amarrando todo lo que él puede y tiene a su Señor para trabajar con Él, por Él, en Él. Es el que acoge la siempre de la Palabra de Dios en su corazón, para que, lo que este asesore, sea cosecha de la semilla de su Señor y su lengua hable lo que rebosa allí dentro. Esto lo convierte en árbol bueno, que toma distancia del árbol declarado como inútil por su infecundidad, por su fruto vacío o rancio.

Que el Espíritu Santo nos aparte de la estulticia, de creernos sabios al margen de Dios, de creernos poseedores de la verdad fuera de la Verdad, a ser jueces de los demás habiendo despreciado al Maestro, la Palabra de Dios viva y eficaz.