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Exposición del Santísimo 

En San Pedro Apóstol TODOS LOS JUEVES de 19.30 a 20.30

En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

Ciclo B

DOMINGO III DE PASCUA (ciclo B). 14 de abril de 2024

Hch 3,13-15.17-19: Arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.

Sal 4: Haz brillar sobre nosotros el resplandor de tu rostro.

1Jn 2,1-5: Él es víctima de propiciación por nuestros pecados.

Lc 24,35-48: Vosotros sois testigos de esto.

 

Una sola palabra puede darnos la clave para interpretar un conjunto de textos o una serie de episodios.

Las lecturas al completo de la liturgia de este domingo tienen como denominador común el pecado, la desobediencia a Dios. Este pecado tiene propiedades amnésicas: tiende a perderse en el olvido, bien perdiendo el rastro del mal causado bien desoyendo la voz paterna de Dios. La recuperación de la consciencia del mal cometido o el bien debido y no hecho reclama un itinerario que se puede recorrer gracias a ciertas luces: el de la misericordia de Dios.

            El día de Pentecostés los discípulos pasan de estar reunidos ellos solos en una estancia a salir e interactuar con judíos de diversas partes del mundo. Es una consecuencia de la presencia del Espíritu Santo en ellos. Aunque se habían encontrado con el Resucitado, necesitaban el Espíritu enviado por Él para la misión. Lo primero que hace Pedro es predicar, porque el Espíritu lleva a hablar de lo que Dios ha obrado para la salvación del hombre, pidiendo que el hombre reconozca su pecado, que es responsable de la muerte de Cristo y se arrepienta. Conocer a Dios lleva a reconocer el pecado y no querer pecar más. A Dios lo podemos conocer por el testimonio de quienes han vivido con Él, de los que pasan tiempo y tiempo a su lado para escuchar su Palabra. El proceso de conversión lleva a vivir con mucha alegría la unión con el Señor y querer transmitirlo a los demás. Quien recibe el anuncio de un misionero del Evangelio debe acabar convirtiéndose él mismo en misionero para otros.

            Jesús Resucitado se apareció primero, según el evangelista Lucas, a los dos discípulos de Emaús y también a Pedro. Luego a todos los discípulos reunidos en la misma estancia. Unos pocos fueron testigos, antes de la Iglesia al completo, de que estaba vivo. Actúa libérrimamente, sin atenerse a criterios humanos. Una avanzadilla de discípulos serán los primeros para preparar el camino. Aun así, tardarán todos en reconocerlo como Resucitado, a pesar de enseñarles las llagas de la pasión y de comer con ellos. Hasta que no les abre el entendimiento, no creen, no saben interpretar las Escrituras. Qué confusión para quienes tienen que vivir experiencias sin saber el vínculo entre unas y otras ni la razón y sentido de lo que sucede. Cuánto despiste si no se encuentra en las Escrituras el modo de armonizar todo y que esto tenga eficacia para la vida propia.

            Sobresale la relación de amor entre Dios y los hombres, donde estos responden a Dios con su pecado y Él perdonando como modo de amor. El pecado descompone, retuerce, destruye la criatura humana; el perdón de Dios lo regenera, lo regenera, lo configura para la esperanza. El primero viene de la fragilidad, el segundo del libérrimo amor divino. Como con la parábola del buen samaritano, a quienes hemos descubierto el pecado personal y el perdón de Dios recibimos el mandato: “Anda y haz tú lo mismo”. 

DOMINGO II DE PASCUA. DE LA DIVINA MISERICORDIA. 7 DE ABRIL DE 2024

Hch 4,32-35: Distribuían según lo que necesitaba cada uno.

Sal 117: Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

1Jn 5,1-6: ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?

Jn 20,19-31: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»

 

            Nuestro tiempo viene pautado por un esquema semanal. En este espacio distribuimos nuestras tareas, que vienen a repetirse sustancialmente semana tras semana. En ella prevalece un día que se significa entre los demás como referencia. Lo común actualmente es hablar de un largo día llamado fin de semana, que parece darle sentido al resto del tiempo, cuanto momento de expansión, libertad, donde uno retoma su libertad, muy restringida en el trabajo y quehaceres del resto de la semana.

            Si es común esta forma de vivir el tiempo, también será común una concepción de los días como un fardo más o menos pesado, donde se recogen los frutos, el salario, para poder disfrutarlos en ese día especial que tiende a prolongarse hasta las tres jornadas (de viernes a domingo). Difiere mucho esto del modo de concebir el tiempo en la tradición creyente judeocristiana. Para los judíos el último día de su semana era el Sabbat, momento para el descanso de las labores cotidianas, en las que el hombre se identifica como colaborador del Dios Creador. El sábado resplandece como la jornada para la alabanza divina, para la acción de gracias, para reposar en la contemplación de Dios. Esta jornada da acceso al preludio del paraíso, donde el pueblo elegido y todas las naciones cumplirán perfectamente la Ley.

            La semana cristiana atraviesa el Sabbat para llegar de nuevo al primer día de la semana. El pasaje de Juan de este día sucede en dos domingos, el de la resurrección y el siguiente. Parece querer insistirnos en la importancia de este día, tal como lo vivían desde el principio los cristianos. El hombre pasa de ser el colaborador predilecto de Dios a ser protagonista de su obra, con quien construye el Reino entre los hombres; con quien comparte soberanía para reinar con él.

            Tomás se había quedado varada en el viernes, día de la creación del hombre y de su destrucción. Para él había quedado frustrado el Sabbat judío, por lo que no quería llegar más allá. A pesar de la insistencia de sus compañeros y de que, sus palabras, su entusiasmo, las expresiones de sus rostros… no los creyó. Su tiempo se había quedado detenido en los límites humanos y no daba paso al Espíritu de Dios que impulsa hacia otra dimensión del tiempo. La Palabra de Dios nos interpela sobre el modo de vivir nuestro tiempo y nos muestra cómo las primeras comunidades, con un mismo sentir y amar, compartían su fe. 

VIGILIA PASCUAL. 30 de marzo de 2024

Mc 16,1-7: El va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis.

 

Con la expiración, comienza a trotar la muerte por el cuerpo inerte iniciando la descomposición del cadáver. No se puede correr más que la muerte, acaso paliar o disfrazar sus secuelas solo por un tiempo.  

A aquellas mujeres les llegó encima, demasiado pronto, el día consagrado para el descanso. El tiempo les dio lo suficiente para preparar en lo básico el cuerpo del Señor y enterrarlo. Debían regresar lo antes posible. Si no lo hicieron antes se debió a que era Sabbat; si no partieron nada más terminar el Sabbat es porque estaba oscuro y en la noche se trabaja si tino, a tientas. Lo tuvieron que dejar para el tercer día, el primero de la semana. Y a poco que comenzaba a clarear la mañana se pusieron en camino hacia la tumba. Demasiada espera por una razón y por otra para llegar al cuerpo del Señor. Esperaban encontrarlo tal y como lo dejaron, como a medio amortajar. Había prisas por terminar lo comenzado, para honrar el cadáver y embadurnarlo de ungüentos para ralentizar su descomposición. Extraña costumbre la de retener los efectos de la muerte sin poder detener a la muerta misma. Y tuvieron que esperar a que la Ley de la Torah y la ley de la naturaleza lo permitieran.

Las prisas humanas se topan con estos contratiempos y no les cabe más que esperar. No sabían que en sus espera se cumplían las Escrituras. Dios escribe lento, pero seguro. Cada letra y tilde de la Ley tiene su cumplimiento en lo relativo al Hijo de Dios hecho carne. Pero el ritmo de la carne humana no es la del Espíritu de Dios, que dice y se hace. A la carne le cuesta más hacerse a Dios, a vivir como en eternidad. Resucitó el Padre la carne del Hijo y en ella comenzó a resucitarnos a todos sus hijos; cuánto nos cuesta todavía creer en la Resurrección, vivir como resucitados.

Como había anunciado, esperaría en Galilea. Donde la morada de buena parte de sus apóstoles, donde sus oficios y su elección para una nueva pesca, donde mucha de su predicación y milagros, donde su propia casa junto a sus padres, María y a José. La Resurrección tendrá allí, según el relato de Marcos, su publicidad frente al colegio apostólico, columnas de la Iglesia. Volviendo al lugar del tiempo anterior en su cotidianidad, regresan a sus tierra, pero no a lo mismo. El tiempo del quehacer cotidiano queda atravesado por la presencia del resucitado y cada jornada les sabrá a gloria, a camino hacia la resurrección; gustarán la victoria sobre la muerte, viendo lo que antes no veían, centrando la historia en el Señor glorioso. El pecado y el mal que arrastra queda acobardado por el derroche de amor regalado por Dios. El tiempo denso y espeso a consecuencia de la maldad humana, comienza a desperezarse animado, por la esperanza de la novedad de la resurrección de Cristo. 

VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR. 29 de marzo de 2024

Is 52,13-53,12: Mirad, mi siervo subirá y crecerá mucho.

Sal 30: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.

Heb 4,14-16; 5,7-9: Se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

Jn 18,1-19,42: “¿A quién buscáis?”.

 

Tantos y tan variados, se elevan sobre nuestras cabezas proporcionando sombra y fruto. Y, antes de todo eso, belleza. Los árboles pueblan el mundo repitiendo un esquema de raíces, tronco, ramas y hojas. No es difícil dejarse fascinar por su prestancia. ¿Cuándo encontró el hombre motivos para arrancar su carne de madera ingeniando nuevos usos distintos a aquellos naturales que ya le proporcionaba? El propio movimiento del espíritu humano para indagar, explorar, crear le haría echar mano a lo que admiraba buscándole una utilidad novedosa. Tuvo que mediar un silencio contemplativo para vincular los árboles a las recientes ideas. De él extraía solo madera, y de ella labró la viga, la columna, el arado, el carro, la puerta… Le permitió seguir generando belleza extraída de algo bello.

Pero ¿Cuándo vinculó al árbol con la violencia y la crueldad, queriendo encontrar en él la flecha, el arco, el mástil para la lanza y la pica o un instrumento de tortura como la cruz. Secando sus maderas para el daño afeaba la belleza para las que habían sido creados.

Dios no renuncia a la belleza y, de la maldad humana, de su pecado, extraerá hermosuras inauditas. El arte que manifiesta el Padre en la Cruz de su Hijo alienta a toda carne humana herida o desolada por el pecado a que se acerque al amor extremo de Cristo entregado en la cruz. Exhaló el aliento definitivo para que ahora diga el Padre. Sabemos que pronuncia y pronunciará resurrección. La nueva belleza engendrada supera a la antigua, a pesar del pecado, en el pecado. Por la cruz nos ha traído la redención y la salvación. 

JUEVES SANTO (ciclo B). 28 de marzo de 2024

Ex 12,1-8.11-14: Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta del Señor.

Sal 115: El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo
1Co 11,23-26: He recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido.

Jn 13,1-15: Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.

 

La mesa equilibra a todos situándolos al mismo nivel, cuando hay que sentarse para el banquete. Sean buenos o malos, exitosos o fracasados, a todos se les sirve la misma comida y a nadie se le prohíbe disfrutar de lo que se ofrece, alimento y conversación. Más aún cuando la comida tiene un sentido que la motiva y un vínculo que une a los comensales, algo para celebrar.

            El primer desnivel resuelto fue el que distancia a Dios y los hombres. El Hijo de Dios vino a comer con nosotros, sentándose a la misma mesa. Hablar de banquete en estos términos, es hablar del cogollo de la vida, donde se lleve a la mesa el fruto del esfuerzo y cogen energías para continuar con el trabajo. En esta cena de despedida, Jesucristo, Hijo de Dios, vino a comer al ras de sus discípulos, en ellos, al de toda la humanidad. Lo que realizó está cargado de significado: bajaba hasta nosotros, los suyos, para subirlos a ellos, a nosotros. El último gesto en torno a la mesa no dejaba lugar a dudas: Dios es el único grande, y lo muestra haciéndose el más pequeño. Sucedió en aquella y aún más bajo, al nivel de los siervos.

Para nivelarse con Dios habrá que descender con Él hasta llegar al servicio que Él hace por nosotros. Para esto hace falta humildad y la humildad se va recibiendo como don de Dios en la medida en que se hace silencio interno. De otro modo no se puede disfrutar de esta mesa tan singular, sino solo muy parcialmente.

El servicio es una expresión del amor. Este amor centraba la celebración del banquete, donde se hacía memoria de lo que Dios amaba a su pueblo, al que había liberado de Egipto sin que nada les dañase. Recogiendo esta historia consignada en la Palabra de Dios, se abraza la historia de la salvación del Pueblo Santo con todos los momentos en los se ha percatado de la acción poderosa de su Señor. La cena de despedida forma parte también de esta historia de salvación. Se va a convertir, por el deseo de Jesús, Señor de la historia, en un momento crucial para entender esa misma historia desde Cristo. Del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús brota la Eucaristía, se instituye el sacerdocio y mueve para la caridad fraterna. Tanto regalo para dejar que el Espíritu Santo nos eleve a la mesa preparada por Dios, donde nos sentamos con el título de reyes y de hijos.

            La invitación a este banquete del amor de Dios es abierta a todos, aunque algunos comenzaron a ausentarse y otros pusieron excusas para no acudir. Dios puede parecer demasiado pequeño o demasiado grande, dependiendo de cómo se le mire. Pero esta tarde y esta noche, que solo haya ojos para Él y para entender en aquella cena la cantidad de gracias ofrecidas por Dios para nuestra salvación. 

DOMINGO DE RAMOS (ciclo B). 24 de marzo de 2024

Is 50,4-7: El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes.

Sal 21: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Fp 2,6-11: Tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.

Mc 15,1-39: Realmente este hombre era Hijo de Dios.

 

 

Llega el Domingo de Ramos invitándonos a los últimos preparativos para la Semana Santa, y él es ya Semana Santa. Casi todo viene anunciado este día, abriéndonos a la contemplación del Cristo reconocido y exitoso hasta la del Jesús maltratado y derrotado. Él lo va a dejar todo dicho, a los hombres y al Padre, y nos quedaremos esperando la respuesta de Dios Padre a la obediencia del Hijo. No se puede llegar hasta allí sino recorriendo, punto por punto, los acontecimientos últimos, decisivos, de la vida del Maestro, y hacerlo como discípulo. A la Resurrección solo se accede tras conocer la hondura del pecado humano y la misericordia divina manifestada en la Cruz del Salvador y en el silencio de su sepulcro.

 

 

Las lecturas insisten en el hombre enviado por Dios hecho humilde, para pasar por uno de tantos, y maltratado para llevar los pecados de otros. Hecho fragilidad humana, para robustecerla de salud divina. ¿En qué quedará todo esto de comprensión, de vida, de celebración? La respuesta comienza a escribirse ya, en este pórtico hacia el Triduo Pascual. 

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