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En San Pedro Apóstol TODOS LOS JUEVES de 19.30 a 20.30

En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

Ciclo B

DOMINGO IV T. ORDINARIO (ciclo B). JORNADA DE LA INFANCIA MISIONERA.28 de enero de 2018

 

Dt 18,15-20: “Suscitaré a un profeta de entre sus hermanos”.

Sal 94,1-2.6-9: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: “No endurezcáis vuestro corazón”.

1Co 7,32-35: Quiero que os ahorréis preocupaciones.

Mc 1,21-28: Se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad.

 

Por muchas palabras que salgan de una boca y mucho énfasis implicado en la expresión, no alcanzarán suficientemente su destino sin ese elemento, ese “algo” que hace verosímil y útil el mensaje.

Los habitantes de Cafarnaúm habían escuchado, y seguramente con gusto, a los escribas, que les hablaban de Dios. Los escribas eran especialistas en la ley de Dios que la estudiaban y la explicaban al pueblo; verdaderos maestros de los mandatos del Señor y de gran reputación entre los judíos. En cambio nunca habían oído a nadie que hablase como este nuevo maestro que se presentó en su sinagoga aquel sábado. La diferencia se encontraba en la autoridad. Es distinto transmitir conocimientos que expresar la propia vida. El Nazareno convencía y era capaz de suscitar preguntas entre sus oyentes.

Pero los de Cafarnaúm no solo oyeron, sino que también vieron. Ante Jesús que habla se presenta un hombre poseído por un espíritu inmundo (un demonio) que grita. Las palabras que causan admiración y reconfortan se enfrentan a unos gritos que atemorizan y desasosiegan. Podemos incluso recrear la imagen y verla con la imaginación como si estuviéramos presentes. El pueblo permanecería expectante ante ese combate entre el espíritu inmundo y Jesús. Con su palabra el Maestro de Nazaret ha llegado a penetrar en el interior de su auditorio, ahora su palabra va a imponerse sobre el ámbito de dominio del espíritu inmundo. Esta era una denominación judía para hablar de los demonios. Su soberanía la ejercen sobre las personas a las que controlan, pretendiendo deshumanizarlos. De ahí los gritos y las reacciones violentas. Aunque este espíritu inmundo conoce a Jesús y su condición: “Sé quién eres: el santo de Dios”, no tiene ningún poder sobre Él. Al contrario, Jesús lo increpa y se va del hombre, que libre ya de este dominador déspota, recupera su libertad.

                El primero de los milagros que recoge el evangelista san Marcos es la expulsión de este espíritu inmundo, es decir, la liberación de una persona de la soberanía del mal. La autoridad de su palabra es capaz, no solo de llegar al corazón de sus oyentes, sino incluso de apartar a los demonios y anular su dominio en el hombre, lo que no puede hacer ningún escriba. Su autoridad revela algo nuevo, que viene de Dios, que tiene soberanía para prevalecer sobre el mal, porque es Dios mismo el que habla y actúa. Este pasaje anuncia todo el evangelio de Jesucristo, que desarrolla el evangelista Marcos y se encumbra con su muerte y resurrección. Hasta entonces nadie podrá decir con corrección sobre Jesucristo, porque solo tras su derrota en la cruz y su victoria con el sepulcro vacío se puede conocer quién es el Hijo de Dios hecho hombre. Por eso manda callar.

                El que no puede callar es Dios. Sin embargo, su voz les parecía tan terrible a los israelitas, tan sublime, que pidieron profetas para hablar en su nombre. Al modo de los escribas, tendrá que saber de las cosas de Dios, estudiarlas y comunicarlas, pero, todavía más, habrá de tener experiencia de vida divina, pasando mucho tiempo de conversación con el Señor. Solo así hablará con la autoridad suficiente para transmitir lo que el Altísimo le dice al pueblo.

                El apóstol de los gentiles, Pablo, profeta tras la resurrección de Cristo y el envío del Espíritu Santo, ofrece su valoración de la vida célibe, para una mayor dedicación al Señor. Recuerda la conveniencia de la consagración a Dios en este estado de vida y, desde ahí, nos tendríamos que ver interpelados, sobre todo aquellos que aún no han asumido un compromiso de por vida, a descubrir la vocación escogida por Dios para cada cual.

                No basta con asumir un cristianismo genérico, sino que ha de concretarse en una elección acorde con lo ofrecido por Dios. Es mucho ya - lo tenemos presente en esta Jornada de la Infancia Misionera – encontrarse con Cristo y dar testimonio de su Evangelio de amor, pero aún mejor, hacerlo sabiendo del lugar especial e idóneo preparado por Dios. Si nos convencemos de su autoridad, seguramente tenga algo que decir importante para nuestra vida. 

DOMINGO III T. ORDINARIO (ciclo B). 21 de enero de 2018

 

Jon 3,1-5.10: Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida.

Sal 24,4-9: Señor, enséñame tus caminos.

1Co 7,29-31: La representación de este mundo se termina.

Mc 1,14-20: Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.

 

De uno y otro lugar caminan hacia nosotros palabras y gestos con propósito de traernos algo. De todos los mensajes que recibimos con cierta insistencia, ¿cuáles de ellos nos resultan eficaces? A cada mensaje le acompaña una finalidad: persuadir, deleitar, animar, emocionar… o sencillamente informar, pero, ¿cuántos acaban cumpliendo con su propósito? Todo momento de comunicación cuenta con tres elementos fundamentales para el éxito de lo que se comunica: el emisor que transmite, el mensaje transmitido y el receptor que recibe el mensaje. El éxito de acto comunicativo pende de estos tres: uno que dice y que es digno de crédito, una cosa que se dice y que resulta inteligible y clara, uno que entiende lo que se le transmite y lo encuentra provechoso.

            La Palabra de Dios llegó hasta Jonás con la petición de que anunciase a Nínive su destrucción, y Jonás se resistió. Aquí se interrumpió la comunicación… hasta que finalmente la insistencia divina causó lo que pretendía y el profeta, el que tenía que hablar en nombre de Dios, hizo de profeta. Jonás predicó un mensaje contundente y poco halagüeño: “¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!” y los ninivitas dieron credibilidad al mensaje y a su mensajero y se convirtieron abandonando su mala vida. La comunicación resultó eficaz, pero, por la inicial y tenaz negativa de Jonás estuvo a punto de frustrarse, la iniciativa divina que ponía la palabra de Dios en la boca de Jonás habría fracasado si este se hubiera negado a hablar en Nínive.

            Otro mensaje entre las lecturas de este domingo, el que san Pablo comunica a la comunidad cristiana de Corinto, resumido así: “la representación de este mundo se termina”. Invita a no vivir como si las realidades actuales fueran definitivas, sino a poner nuestra esperanza en la promesa de eternidad y de gloria hecha por Dios. El mensaje, digno de crédito por quien lo expresa, es también claro, pero solo tendrá eficacia en la medida en que el que lo recibe se vea interpelado, entienda que es algo que atañe a su vida y le trae algo de importancia.  

            De nuevo puso Dios palabras a disposición de un profeta; pero Este era más que profeta, el Hijo de Dios. Decía: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios”. Y, acto seguido, invita a cuatro pescadores del lago de Galilea a seguirlo. Y lo siguieron. Uno no se va con cualquiera: dieron crédito a Jesús, su invitación (su mensaje) le resultó sugerente y les removió internamente para dejar en ese momento su oficio y seguirlo a Él inmediatamente con la promesa de un nuevo oficio: “pescadores de hombres”. Ellos, receptores de esas palabras, se van a convertir en mensajeros de la misma Palabra divina y acreditados, porque van a vivir con esa misma Palabra hecha carne, aprendiendo paulatinamente de este Maestro que no adoctrina meramente, sino que comparte vida.

            Las palabras de Jonás, las de Pablo y las de Jesús tenían un origen común, Dios Padre, que comunica un mensaje de salvación con la finalidad de la salvación y que, a su vez, convertía en el receptor de su Palabra en emisor mediador para que llegase a otros. Fallará en algo esta comunicación con nosotros cuando o bien no nos mueve internamente y el mensaje no produce algo nuevo en nuestras vidas o bien no nos sentimos interpelados para convertirnos en comunicadores que hablen en nombre de Dios. Tal vez, si es así, porque no es suficientemente digno de nuestro crédito este Jesús de Nazaret y, sospechoso de no decirnos algo que nos interese, nos resistimos a compartir vida con Él.  

DOMINGO II T. ORDINARIO (ciclo B). 14 de enero de 2018

 

1Sm 3,3-10.19: “Aquí estoy; vengo, porque me has llamado”.

Sal 39,2.4ab.7.8-9.10: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

1Co 6,13c-15a.17-20: ¿Es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?

Jn 1,35-42: “Venid y lo veréis”.

 

¿Quién no busca maestro? Hoy los solemos llamar profesionales. El maestro albañil, el maestro carpintero, mecánico, electricista, gestor… nos auxilian donde nuestros conocimientos no son suficientes. En ellos interesa la solución, no tanto el camino para dar con ella. Su maestría está, ante todo, fundamentada en la experiencia, y esto los capacita para enseñar también a quienes quieran participar de su arte, en lo que no se aprende exclusivamente en la teoría, sino en el ejercicio constante. Y ¿quién nos enseña sobre el arte de vivir? En la familia recibimos las primeras y fundamentales enseñanzas entre nuestros familiares (padres, hermanos, abuelos…) quienes, más experimentados que nosotros, nos han enseñado. Muchos maestros y todos aprendices, porque que el que de verdad sabe y nos puede enseñar sobre la vida es Dios. Por eso es vital dar con maestros, que, ante todo, nos enseñen a mirar hacia el Señor.

            Las lecturas de este domingo nos hablan de maestros, maestros sobre Dios. El pequeño Samuel lo tuvo en Elí, el anciano sacerdote, que tras las tres llamadas a Samuel por su nombre en la noche, entendió que era Dios el que pronunciaba el apelaba al pequeño, y a Él lo dirigió. Dos galileos (Andrés y otro no identificado) buscaban maestro de la vida, y encontraron a Juan, el Bautista. Encontraron la voz que clamaba en el desierto: “Preparad el camino del Señor” y que bautizaba en el Jordán con un bautismo de conversión; encontraron un hombre íntegro, manifestado en su vida austera, penitente y piadosa. Pero, cuando su maestro Juan les señaló quién era el Cordero de Dios, cambiaron de maestro: de Juan a Jesús. Tras estar con Él media jornada, descubrieron, no ya a un maestro mejor, sino al Mesías (como le informa Andrés a su hermano Simón): vivieron con Él y comprendieron la maestría hecha vida en su persona.

La maestría de Juan el Bautista es tan limitada como su propia misión: señalar al Mesías y, una vez aprenden esto sus discípulos, él se aparta cediendo el lugar a otro de quien hay que aprender más, pues él ya no tiene nada más importante que enseñar. Era la experiencia de Dios la que lo legitimaba para hablar de Dios. El encuentro con Dios mismos hecho carne, hace que todos los demás maestros sean pequeños en comparación con Jesucristo.

El discípulo de este Maestro de Nazaret está llamado a participar también de este magisterio, sin dejar nunca de ser alumno aprendiz, pues quien tiene experiencia de Dios, quien pasa el tiempo con el Señor, puede y debe enseñar a los demás, principalmente con su vida, dónde está Él. Debe interpretar los acontecimientos, experiencias, encuentros, frustraciones, afectos y todo el rico mundo interior del corazón y la mente, desde las enseñanzas de Jesús de Nazaret, para saber si Dios está o no está ahí.

Otro discípulo del Maestro, Pablo, convertido en maestro para muchos, nos interpela para que vivamos cuidando nuestro cuerpo, evitando dejarnos llevar por lo que no construye la gloria divina en nosotros. Jesucristo resucitado es Maestro de corporeidad gloriosa, de Él debemos aprender a que nuestra carne se deje construir por el Señor en todo aquello que prepara también su gloria, su resurrección, y que no la reduce y la disminuye como objeto de deseo y de pasión seca, ausente de Dios.

¡A ser maestros de Dios!, mientras aprendemos de Él por medio de tantas personas y experiencias mediante las cuales nos enseña. El cristiano que renuncia a aprender y enseñar o se convertirá en un mal maestro o renunciará a una obligación, dificultando que otros se acerquen a Dios donde él tenía que ser guía como el que señala dónde está el Cordero de Dios. 

FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR (ciclo B). 7 de enero de 2018

 

Is 42,1-4.6-7: “Sobre él he puesto mi espíritu”.

Sal 28,1-4.9-10: El Señor bendice a su pueblo con la paz.

Hch 10,34-38: Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo.

Mc1,7-11: Se oyó una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto.»

 

Lo vio Isaías en profecía, el que había de nacer como príncipe, siervo sufriente, consuelo de Israel, luz de los pueblos. Lo vio el arcángel Gabriel en anuncio. Lo vieron María y José, admirados ante la maravilla de un Dios hecho carne en una concepción virginal. También lo vieron los pastores en torno a Belén tras el anuncio de los ángeles, y lo vieron niño en todo, hasta en debilidad, indefensión e indigencia hasta dependen en todo de los humanos. Lo vieron Simeón y Ana, ancianos, piadosos y sabios, anhelantes del Mesías. Lo vieron los Magos de Oriente, y le ofrecieron presentes y lo adoraron.

Y tú, ¿qué has visto? ¿Ha acompañado a tantos que vieron al Hijo de Dios hecho carne recién nacido? O, ¿dónde encontraron tus ojos motivos para detenerse y hallar encanto en todo lo que venimos preparando y hemos celebrado? ¿Qué has visto de la espera expectante acentuada en el Adviento y la disposición para la celebración del misterio del Dios encarnado? ¿Qué has visto en su nacimiento de la humildad del Dios todopoderoso hecho carne para nuestra salvación? ¿Has visto a María como Madre de Dios y a José como el santo piadoso que asume la paternidad adoptiva del Hijo de Dios? ¿Has visto a la familia de Nazaret? ¿Y a todos los pueblos de cualquier época y lugar adorando al Niño representados en los magos de Oriente? ¿Has visto algo de todo esto?

También lo vio Lo ha visto Juan el Bautista, acercándose hasta el Jordán para recibir el agua del bautismo. Con este acontecimiento, con Jesucristo ya adulto, se clausura el tiempo de Navidad. Pero no para dar por finalizada una etapa e iniciar otra nueva, sino para seguir recorriendo con nuestros sentidos el itinerario del Señor, para no dejar de contemplarlo y escuchar y ver cuanto nos dice Dios Padre por medio de su Palabra hecha carne.

Lo que vio Juan el Bautista y nosotros vemos y escuchamos en la letra del Evangelio es el gozne entre la vida llamada “oculta” de Jesús y su manifestación pública. Juan tomaba el agua como símbolo de una conversión interior. Jesucristo no se acerca para aparecer como uno de tantos, sino para recibir el Espíritu Santo que lo acredite y disponga para la misión que va a desarrollar. Es el Espíritu cuyas huellas distinguimos en su concepción (por obra del Espíritu Santo); en su crecimiento en sabiduría y gracia ante Dios y los hombres; el que se derrama tras el agua sobre Él para que lo humano de Cristo sea configurado por Dios. Aquí se manifiesta la Trinidad y el Padre nos revela a su Hijo para que lo veamos, lo contemplemos y conozcamos que eso mismo quiere hacer con nosotros: Hijos obedientes a su voluntad para la gloria.

El Espíritu que le da al agua un poder especial para, a través de ella, hacer hijos de Dios, haga nuestras realidades, tan cotidianas como el agua, de vigor divino y cumplamos con nuestra misión… hasta que el Señor vuelva. 

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA. DOMINGO DESPUÉS DE NAVIDAD. 31 de diciembre de 2017

 

Eclo 3,2-6.12-14: Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas.

Sal 127: Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos.

Col 3,12-21: El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.

Lc 2,22-40: Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del Niño.

 

El Padre eterno abrió sus brazos y, sin dejar de abrazar a su Hijo, hizo que otros padres lo acurrucaran nacido en la carne en Belén, María y José. Y pasando de brazos a brazos, llegó hasta los de un anciano, Simeón, que esperaba con piadosa expectación el nacimiento del Mesías, porque el Espíritu Santo le había revelado que no moriría hasta verlo. La Palabra hecha carne, tenía Padre celeste desde la eternidad, madre en la carne y padre adoptivo. Podría entenderse que ya tenía familia suficiente, pero aún quiso Dios darle abuelos. Y es que, tal vez, una familia andará con alguna carencia, si no están presentes, de algún modo, los ancianos.

Nada dicen las Escrituras de los abuelos maternos de Jesús, de los paternos, solo sabemos el nombre del padre de José. Llegarían escritos posteriores que quisieron hablar de Ana y Joaquín como padres de María. Pero en la lectura del evangelio de hoy, aunque sea de modo fugaz, el Niño es sostenido en los brazos del anciano Simeón y alabado por la anciana Ana. Donde no habían aparecido aún abuelos, Dios Padre los puso. Sucede en el templo, precisamente en el templo, la morada de Dios entre su pueblo, suplantado ya por la carne humana de su Hijo, nuevo templo.  

¿Y qué necesidad tendría el Niño Dios de los mayores? Sencillamente la misma que nosotros. Simeón y Ana se presentan como representantes de Israel creyente y contemplativos que esperan en la promesa de su Señor. Son memoria viva de la historia de la salvación del pueblo judío, que solo encuentra motivos para alabar a Dios, estando atentos a su palabra, a sus signos, a su manifestación en la historia humana. Han hecho que permanezca fresca la esperanza y son capaces de reconocer al Salvador, desde el que interpretan la intervención protectora y providencial de Dios. De este modo enseñan a María y a José la trascendencia de este nacimiento, haciendo ver que no solo abrirá una nueva senda para Israel, sino para todos los pueblos. Enseñan la universalidad de este Niño. Su experiencia creyente los hace testigos privilegiados de lo que ha sucedido en Belén. Simeón y Ana rezuman sabiduría; su dedicación a Dios les había hecho participar del conocimiento del mismo Señor. Enseñan mucho, porque han aprendido mucho. Ellos son la experiencia, mientras que el Niño la inexperiencia; en ellos se acaba la vida, y en el Niño comienza. Y, sin embargo, comparten debilidad, limitaciones y el riesgo de no ser tenidos en cuenta, con la consecuente privación de dos de las predilecciones de Dios: los niños y los ancianos.

Mirando ahora hacia nuestros abuelos, hay que considerar que su referencia es vital para la familia, y toda familia que no la tenga adolecerá de alguna falta (por no decir muchas). En cierto modo y resumiendo, son dos los males posibles y muy actuales cuando ellos no ocupan el lugar que les corresponde en la familia: cuando se les olvida (pérdida del vínculo con la memoria familiar, con la propia historia y tradición), cuando se acude tanto a ellos que sustituyen a los padres y quedan estos auto-desplazados de sus responsabilidades.  El cristianismo trajo una inversión en el orden de prioridad tradicional de la familia: padre, madre e hijo, para dejarlo en hijo, madre y padre. Y los abuelos son garantes de que esto sea así, si ejercen y se les deja ejercer ciertamente como abuelos. No fue ocioso que el Niño Jesús pasase de los brazos de sus padres a los del anciano Simeón. 

SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR. MISA DE MEDIANOCHE. 25 diciembre 2017

 

Is 9, 1-3.5-6: El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande.

Salmo 95: Hoy nos ha nacido un salvador: el Mesías, el Señor.

Ti 2, 11-14: Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres.

Lc 2,1-14: “Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor”.

 

¿Por qué esta noche es diferente a todas las otras noches?

- Asómate y mira. ¿Qué ves?

- Un Augusto ordenando que todo el imperio se registre en un censo. Tantos súbditos, tantos impuestos. Qué antiguo y qué actual el valor de la gente medido a peso de moneda, para que más tengan los poderosos.

¿Y qué más ves? A José y a María, caminando hacia Belén obligados por un decreto imperial. Las órdenes del César afectan a los pequeños a lo grande, hasta causar enormes incomodidades. Los pobres de ayer como los de hoy, tan atados a los caprichos de los césares. Por eso, ¿por qué esta noche es diferente a las otras noches?

- Y en Belén, ¿qué ves?

- A un niño nacido, recostado en un pesebre por no hacérsele sitio en la posada. A unos padres primerizos admirados por el misterio del Dios encarnado y nacido en condiciones tan humildes. Veo también a unos pastores junto a su rebaño, unos durmiendo, otros velando, mientras los ángeles se les acercan esclareciendo la noche con la gloria de Dios para anunciarles el nacimiento del Hijo de Dios en Belén y dar gloria a Dios.

- ¿Qué más cosas ves?

- A un profeta Isaías, anunciando luz por el nacimiento de un niño enviado por Dios para instaurar un nuevo orden. Al apóstol Pablo contándole a Tito que ha llegado la gracia de Dios que trae la salvación a todos los hombres y que hace posible el cambio de vida, para dejar los deseos de este mundo y llevar una vida sobria, honrada y religiosa. Pero, ¿adónde llegan las profecías de los antiguos y la fuerza de la vivencia apostólica? Lo que dijeron, lo que vivieron, parece que se enfrentaron con otras palabras y otras experiencias y se acallaron entre un ruidoso tumulto.  

- ¿Y ves algo más? Observo el recuerdo repetido de aquellos acontecimientos de esperanza año tras año, sostenido por generaciones y generaciones hasta nosotros y que apenas llega a tocar la mente y el corazón incluso entre los creyentes. Por eso pregunto, me pregunto, te pregunto: ¿Qué motivos hay para celebrar lo que sucedió y ya no es, con apenas huella eficaz entre nosotros. ¿Por qué esta noche es diferente a todas las otras noches?

- ¿Alguna respuesta? Solo vosotros podéis responderos a esta pregunta. ¿Por qué crees tú que esta noche es diferente a las otras noches?

Quizás porque esta noche, el extraordinario acontecimiento que celebramos esta noche, tiene la capacidad de que agucemos la mirada para contemplar cuanto nos rodea como obra maestra de la misericordia de nuestro Dios, todo preparado para que su Hijo se hiciera hijito humano, uno de tantos. Tal vez ese Niño nacido de María tiene poder, más que el César Augusto, para arrebatarle al corazón una entrega en absoluta libertad, una consagración que se esfuerza por renovarse cada día. Posiblemente también, porque desde entonces sabe a poco llamarnos compañeros, ciudadanos o paisanos y encontramos otro modo de llamarnos que “hermanos”.  Y, seguramente, porque Dios nos hace capaces de las cumbres divinas, sin otro camino que recorrer que nuestra propia humanidad tan indigente y tan necesitada como la del Niño de Belén: ante el cual ya no es posible decir: yo no puedo, yo no sé, yo no valgo… porque tampoco lo pudo, tampoco lo supo y tampoco lo valió Él, tan pequeño como nosotros; sino que solo tuvo poder, sabiduría y valor en Dios, su Dios y nuestro Dios. Porque esta noche es un eco de la Noche de todas las noches cuando el Niño Dios venció a la muerte y al pecado resucitando de la muerte.

Porque solo esta noche será ineficaz en mí y en ti y en todos cualesquiera en la medida en que seguimos envejecidos, amarrados a nuestras cosas, a nuestras ranciedades, ajenos a la frescura renovadora que nos trae la Navidad. Por ello, y con nosotros y, a veces, a pesar de nosotros, esta Noche seguirá siendo distinta a las demás noches. 

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