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En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

Ciclo B

DOMINGO IV CUARESMA (ciclo B) "LAETARE". 11 de marzo de 2018

 

2Cr 36,14-16.19-23: El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros

Sal 136,1-2.3.4.5.6: Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti

Ef 2,4-10: Estáis salvados por su gracia y mediante la fe.

Jn 3,14-21: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único.

 

De noche fue a encontrarse Nicodemo con Jesús en Jerusalén. ¿Quién era este Nicodemo? Un jefe judío, seguramente una persona de importancia entre los fariseos de Jerusalén, porque sería convocado al sanedrín que se reunió para juzgar la causa de Jesús y finalmente condenarlo (a lo que él se opuso). ¿Por qué fue a verlo de noche? Es un detalle que nos aporta el evangelista Juan, aunque no lo justifica: quizás por ser un momento de mayor calma en los quehaceres o porque era el momento en el que resultaba más asequible conversar tranquilamente con Jesús o bien porque quería de algún modo evitar la censura de otros judíos compañeros suyos, que miraban al Nazareno con sospecha. El encuentro fue en Jerusalén porque poco antes Juan dice que se encontraba allí por la fiesta de Pascua.  

Nicodemo estaba muy interesado por las cosas de Dios, el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, el Dios de los judíos. Parece que era un judío piadoso y buscador de la verdad de Dios. Cumpliría cabalmente con las tradiciones rituales y preceptos judíos y, al mismo tiempo, mostraba apertura y sensibilidad para rastrear a Dios por otras veredas. Encontró a Jesús a un hombre de Dios: “porque nadie puede realizar los signos que tú realizas, si Dios no está con él”, explicaba al mismo Jesús. Pero también contaría con el parecer opuesto de sus colegas judíos, muy recelosos de las enseñanzas de este galileo. Por ello provoca el momento para encontrarse con Él y conversar. Nos encontramos aquí con una conversación personal entre el que busca a Dios y el que ofrece una nueva relación con Dios.

Es preciso que se distancie de su entorno para acercarse al que él llama “Rabbí“, maestro. Causa una situación anormal, al acudir a un personaje que contraviene, en cierto sentido, las convenciones judías del momento. Pero -está aquí lo decisivo para él- ese maestro nazareno hace signos imposibles para alguien ajeno a Dios, ¿cómo no conversar con Él para saber más de Dios? Nicodemo conocía a Moisés y los Profetas, sabría a fondo sobre las tradiciones de su fe. Jesús acude a un pasaje de la Escritura, en el que el Moisés erige en el desierto una serpiente de bronce sobre un estandarte para que el pueblo de Israel, rebelde ante Dios por desconfiar de Él, pueda ser curado de las mordeduras de serpientes venenosas. Era un signo de la salud que viene de Dios ante el pecado y sus consecuencias. Y lo interpreta para Nicodemo refiriéndolo a sí mismo como Salvador que también será elevado sobre un estandarte, la cruz, para ofrecer una salvación eterna a todos los que crean en Él.

La historia conocida por Nicodemo recibe una dimensión novedosa y de más envergadura por Jesucristo, que hace nuevas todas las cosas y lleva a su plenitud las realidades del Antiguo Testamento. El acontecimiento de la cruz es asociado a la verdad: allí se revela de modo maravilloso el amor de Dios por el mundo, al entregar a su Hijo para causar la vida eterna; allí se descubre al que es la Verdad, que es luz para una auténtica visión de la realidad y la interpretación adecuada de los acontecimientos.

¿Podrá haber conocimiento de la verdad sin mirar a la cruz de Jesucristo? ¿Sabremos en realidad quiénes somos, qué es la vida, quién es Dios… si no nos encontramos personalmente con el Maestro para interpretar de otro modo nuestra historia? ¿Y nos allegaremos a la luz de la verdad si en esa historia no está de algún modo referida a la muerte y resurrección del Señor? Este domingo las lecturas nos invitan a mirar con alegría hacia el Señor elevado en su entrega para elevar también nuestros ojos y recibir luz de lo alto. Anticipamos con alegría la conmemoración en la Pascua de su muerte y resurrección, para no dejarnos de alegrarnos, porque ya es luz para nosotros.

DOMINGO III CUARESMA (ciclo B). 4 de marzo de 2018

 

Ex 20,1-17: En aquellos días, el Señor pronunció las siguientes palabras: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud.

Sal 18,8.9.10.11: Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

1Co 1,22-25: Nosotros predicamos a Cristo crucificado.
Jn 2,13-25: Él se refería al templo de su cuerpo.

 

Cuarenta y seis años de piedra; cuarenta y seis de madera, oro y plata; cuarenta y seis de trabajos esmerados para el templo de Jerusalén. El esfuerzo tenía sus motivos: lo mejor para Dios. Una primera construcción, soñada por el rey David, pero ejecutada por su hijo Salomón, implicó gran cantidad de medios y personal. Una segunda, tras la destrucción de aquella, había sido ampliada y embellecida en tiempos de Jesús por Herodes. Cuarenta y seis años de dedicación para ofrecerle lo mejor a Dios.

El templo era el corazón del judaísmo. Había custodiado el arca de la alianza que contenía las tablas de la Ley. El Dios creador es también un Dios que todo lo ha dispuesto con orden y pide la armonía de su criatura humana en su trato con Él, con los demás y con uno mismo. El “ordenado” sintoniza con Dios, y no hay mayor orden que cumplir con el servicio para el cual cada ser ha sido creado. En el humano: la alabanza, la acción de gracias, la petición… a su Señor. El reconocimiento de su soberanía y su majestad, de su presencia en la historia, de su amor fiel y justo. Y esto ha de ser llevado también a las relaciones sociales y a la propia vida. En el templo se rubricaba este orden divino: el creyente ofrecía en sacrificio de los dones divinos (representado en los animales) asintiendo a la voluntad de su Señor. “Te entrego, Señor, lo que Tú, generosamente, me has entregado, dándote gracias, alabándote, pidiéndote perdón…”.

Conforme se fue haciendo más compleja la sociedad judía se fueron complicando también sus instituciones; entre ellas el templo. Para ofrecer sacrificios había que proporcionar suficientes animales: el templo los procuraba allí mismo a los creyentes. No puede entrar moneda extranjera en el recinto sagrado: la compra de animales se realizaba con una moneda propia del templo que era cambiada allí mismo por la de curso normal. Todo en el atrio del templo, una zona que, propiamente, no era espacio sagrado, aunque sí era parte del templo. Todo muy bien dispuesto para ordenar algo importante. ¿Qué le inquietó a Jesucristo para arremeter contra los vendedores y los cambistas? La imagen de aquellos negocios allí mismo para una persona de sensibilidad tan delicada y espiritual tendría que resultar hiriente a los sentidos y al corazón. La finalidad principal y única del templo, la relación de Dios, ¿no parecía haberse convertido en instrumento para el comercio?

No se limita a censurar, sino que propone. Propone una obra de mayor antigüedad y belleza que aquella construcción; preparada por Dios desde el principio de los tiempos: su propia vida entregada en la cruz y resucitada a los tres días. Y de este modo va a hacer posible que, quien se comulgue con su muerte y resurrección, habiendo sido hecho hijo de Dios por el bautismo, se convierta también en templo vivo para alabar al Padre formando parte del Cuerpo de su Hijo. Aquí se adquiere un nuevo orden regido por la misericordia de Dios manifestada en la carne de Jesucristo y lleva a la comunión divina. La sensibilidad se configura con la de Jesucristo para tener sus mismos sentimientos hacia el Padre y hacia los que, ya no son “otros”, sino hermanos, partícipes de la misma carne amasada por Dios y llamados a ser carne gloriosa. Es este el templo que hay que cuidar, limpiar, proteger, amar. La armonía es sintonía con el Crucificado resucitado, y cuanto en este cuerpo, en esta vida, distraiga de Él, será negocio turbio.

A los intentos de mejora sobre este cuerpo, sobre esta carne, que pretenden una liberación inventada de sus mismos fundamentos les antecede una ilusión sacrílega de ocupar el lugar de Dios para que el ser humano se rinda tributo a sí mismo. No se puede mercadear con este don tan sagrado para el que el mismo Señor envió a su Hijo y murió en la Cruz. 

DOMINGO II CUARESMA (ciclo B). 25 de febrero de 2018

 

Gn 22,1-2.9-13.15-18: Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido.

Sal 115,10.15.16-17.18-19: Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida

Rm 8,31b-34: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?

Mc 9,2-10: “Este es mi Hijo amado. Escuchadlo”.

A la hora de hacer camino, mejor con una buena compañía. Qué bien si podemos elegir compañero. Y si, puestos a elegir, podemos quedarnos con Dios, ¡miel sobre hojuelas! Esto no excepcional, sino absolutamente cotidiano, aunque con un pequeño matiz, es Dios el que te escoge a ti para andar.

            Podría parecer una actitud de predominio o de imposición. La decisión de tener contigo a Dios en ese itinerario implica que Él elija el destino (y no siempre coincide con lo que pretendías), que Él te tome de la mano y te guíe, y que te haga pasar por tramos especialmente ásperos y desagradables. No parecen a simple vista unas condiciones muy halagüeñas. Pero, si se acepta la invitación a compartir andadura, es por una razón predominante: la confianza en Él, la certeza de que Él sabe, porque Él quiere lo mejor, porque, sencillamente, te quiere.

            Las historias de algunos de sus amigos son ilustradoras. Abrahán recibió la invitación para andar con promesa de descendencia y de tierra. Y anduvo. Dios lo tomó de la mano y lo llevó a una nueva tierra y le dio un hijo. Sin embargo, no se detuvo con esto, sino que Dios lo siguió guiando, más allá de la nueva patria y de su recién estrenada paternidad hacia una meta de más calado. El nuevo camino exigía prescindir del hijo tan deseado, tan esperado, tan amado. A veces parece que Dios te hace desandar lo ya caminado. Sin saber seguramente el porqué de esta petición, Abrahán continuó agarrado a la mano de su Señor, aunque esto suponía renunciar a lo más querido para él, y sus pasos, siguiendo los de Dios, tuvieron que enfrentarse con una costosa pendiente hasta que llegó a una cumbre. La cima de aquel itinerario fue la de la fe en Dios en carne viva, la confianza, aunque faltasen motivos para entender lo que Él pedía y por dónde lo llevaba.

            Otros amigos del Hijo de Dios subieron de la mano del maestro a una montaña alta. Allí su amigo apareció con una presencia gloriosa, como de resucitado, como antes no lo habían visto. Les enseñó la amistad que tenía con otros amigos de Dios que habían elegido hacer camino juntos, de la mano del mismo que condujo a Abrahán: uno, Moisés, para sacar de la esclavitud de Egipto y conducir a su pueblo a la libertad de la Tierra prometida; otro, Elías, para mostrarle al pueblo Dios vivo del que se habían apartado y pedir su confianza en Él (cuando uno se suelta de la mano de Dios en su camino, se busca otros compañeros que lo suplan). Y entonces el Dios de Abrahán y de Moisés y de Elías, el Señor de todo hombre pidió que se soltasen de la mano de su Hijo, Jesucristo, que lo escuchasen. Nadie podría tener amistad con Dios, sin tener a su lado a su Hijo. Aquel momento les supo a gloria, aunque tuvieron que volver de nuevo a lo llano. No se acaba aquí el camino, sino que continúa con una nueva pendiente que llevaría al Amigo a su pasión y su cruz y a su mayor altura, la de dar la vida por todos en la cruz y resucitar al tercer día. Fue un momento en que casi todos sus compañeros de camino se soltaron de su mano por no entender y por miedo.

            Habiendo aprendido de tantos amigos del Maestro, habiéndolo experimentado tan sabio y tan certero en tu propio camino: ¿Quién o qué habrá más convincente para tu travesía? ¿Quién te podrá apartar de Aquel en quien has puesto tu confianza? Mirando tus manos descubrirás que se ajustan a la perfección a sus manos y que no hay alegría comparable a la de hacer camino juntos, aunque a veces cueste. 

DOMINGO I DE CUARESMA (ciclo B). 18 de febrero de 2018

 

Gn 9,8-15: Pondré mi arco en el cielo, como señal de mi pacto con la tierra. 

Sal 24,4-9: Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad para los que guardan tu alianza.

1Pe 3,18-22: Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conduciros a Dios. 

Mc 1,12-15: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»

 

Aún quedan muchas iglesias donde, a la entrada, puedes encontrarte una pila con agua bendita. Los dedos tocan el agua y corazón y la mente recuerdan el bautismo. Ese gesto es memoria de este sacramento. El agua corriente se convierte en un poderoso evocador de la historia de la salvación cuando es capaz de suscitar una interpretación profunda y espiritual de la historia.

                De esta forma lo expresa la liturgia del bautismo, singularmente en la bendición del agua de la fuente o la pila bautismal. Un elemento tan cotidiano y necesario para la vida aparece en momentos singulares de la historia humana global y, en particular, de la historia del pueblo de Israel. La creación del mundo a partir de las aguas, el diluvio universal, el paso por el mar rojo, la Jerusalén futura anunciada con torrentes de agua purificadora… Todos estos episodios alcanzan un significado vinculado a la acción salvadora de Dios. Y aún más, porque con la humanación de Jesucristo, su entrega en la Cruz y su resurrección, aquellos episodios son entendidos como un anuncio de la salvación íntegra y definitiva que se abre con el bautismo. Este sacramento que hace participar, por medio del agua, de la misma resurrección de Cristo, capacitando para ella.

                La primera y segunda lectura están relacionadas desde esta dinámica. El acontecimiento del diluvio universal significó muerte a la vida vieja y corrupta para la regeneración de la humanidad, ante la cual Dios se compromete a garantizar su salud por siempre. La primera Carta de Pedro entiende aquí una prefiguración del bautismo por la muerte de Cristo. Es el Señor el que lleva a la comprensión íntima y misteriosa de los acontecimientos, donde Dios conduce a la prosperidad humana en términos absolutos, hacia su plenitud.

                Aquellos que en los primeros siglos del cristianismo querían ser cristianos (según unos de los primeros testimonios de finales del siglo IV que nos hablan de la costumbre en la Iglesia del norte de Italia), se preparaban para el bautismo durante la cuaresma. Al inicio de esta daban sus nombres y eran inscritos en un libro. Cada día recibían la instrucción del obispo, que les hablaba sobre los principales artículos de la fe. Una vez bautizados en la Vigilia Pascual (también confirmados y habiendo participado de la Eucaristía tomando la comunión), recibirían en los días sucesivos la explicación de los misterios o sacramentos recibidos. Las lecturas de este primer domingo de Cuaresma nos señalan hacia el bautismo. Nosotros, ya bautizados, recordamos este sacramento y ratificamos nuestro compromiso con la vida, tomando consciencia de la vigilancia constante que requiere nuestra fe: pendientes de que Dios extirpe de nosotros toda raíz de maldad y toda semilla de pecado presente en nuestras vidas, y esforzándonos por vivir con mayor intensidad nuestra fe, nuestra filiación divina, nuestra fraternidad eclesial… cuyo cuño renovaremos en la celebración de la Vigilia Pascual.

                Tras el bautismo de Jesús el Espíritu escoge para Él el desierto. Nada más lejano a la frescura del agua recibida, pues es un páramo de soledad y árido, con dificultades para la vida. Es, sin embargo, ahí precisamente donde el Espíritu Santo obrará visiblemente la fuerza de Dios en Jesucristo, haciéndolo fecundo para vencer toda tentación y robustecerlo para la misión, porque, después de esta estancia en el desierto y tras enterarse del arresto del precursor, Juan, comenzará a predicar la llegada del Reino de Dios y pedirá la conversión.

                El mismo Espíritu Santo recibido de un modo especial en el bautismo, nos mueve a que ejerzamos nuestra responsabilidad como hijos de Dios y ajustemos la vida a la voluntad del Señor. Un momento muy oportuno, y así nos lo ofrecer la liturgia, es la Cuaresma, recuerdo del amor de Dios incondicional y no suficientemente aprovechado por nosotros. Que el agua purificadora y renovadora del bautismo que aparece en la liturgia de hoy y que nos recuerda el sacramento recibido nos refresque la memoria del regalo tan grande recibido y nos esmeremos en cuidar nuestra vida cristiana en espera de la venida del Señor. 

DOMINGO VI T. ORDINARIO (ciclo B). CAMPAÑA CONTRA EL HAMBRE. 11 de febrero de 2018

 

Lv 13,1-2.44-46: El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza.

Sal 31,1-2.5.11: Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación.

1Co 10,31–11,1: hacedlo todo para gloria de Dios.

Mc 1,40-45: “Quiero: queda limpio”.

 

¡Miserable, desgraciado! Con palabra o sin ella, expresamos con virulencia nuestra desaprobación a aquellos que nos molestan reflejando que no son bien recibidos, que nos son molestos, que son amenaza para nuestra paz. Un modo de evitar esa presencia perturbadora es procurar una distancia que puede ser física o una actitud de indiferencia u olvido. Esto para los incordios individuales; ¿Y para los comunitarios? Basta con no arrimarse: no preocuparse, no interesarse o, más agresivo, expresar un rechazo manifiesto. Hay que defenderse de algún modo. Los prejuicios justifican la conciencia, porque la comunidad ha de preservar su integridad, procurando evitar aquello que la desestabiliza. Estas maneras defensivas tienen su éxito mayor cuando la persona interpelada por la sociedad asume su condición de “proscrito”, miserable y desgraciado, y, sabiéndose generador de malestar, él mismo decide apartarse.

El enfermo de lepra no era bien recibido en la comunidad israelita. Su enfermedad, difícilmente curable, provocaba desasosiego en la sociedad, pues traía el anuncio de un muy probable contagio. La falta de recursos movería a tener que alejar al enfermo de todo contacto con el resto de paisanos y obligarlo a vivir en la distancia. El problema sanitario derivaba en uno social y luego religioso: no solo estaba enfermo, sino que, además, era considerado “impuro”, elemento distorsionante en la armonía divina reflejada en la sociedad judía. Privado de trato social, también era apartado de una relación normalizada con Dios: no podía participar en el culto ni seguir las normas rituales…  Por ello era el sacerdote el encargado de determinar sobre la pureza o impureza.

La actitud del leproso que se acerca a Jesús es ciertamente osada. Rompe la barrera de la distancia impuesta por la ley religiosa, a riesgo de que se le increpe, que se le desprecie y rechace con violencia. Ejerce cierta rebeldía ante su situación, no resignándose a su situación y a la consideración de los demás. Está enfermo, pero no tiene por qué estarlo siempre. La esperanza en un Dios Padre misericordioso, el mismo que anuncia el Maestro de Nazaret, abre expectativas para una acción misericordiosa de Dios. Se acerca a Jesús a pedir lo que nadie antes le había dado: salud. Mientras que los sacerdotes no hacían más que constatar la realidad, pureza o impureza,  Jesucristo aparece mucho más eficaz, porque es capaz de convertir al considerado impuro en un israelita de pleno derecho, tan puro como los demás. No lo cura en la distancia, sino que lo toca, evocando la imagen del Dios Padre Creador obrando como alfarero para darle forma al hombre primero de la tierra del suelo. Es la misma tierra que asumió Jesucristo al hacerse humano, la misma tierra que Él ha venido a sanar y salvar.

Ni la comida ni la bebida nos distrae de Dios, sino, al contrario, nos invitan a alabar a nuestro Señor, porque todo cuanto recibimos, cuanto vivimos y trabajamos ha de estar referido a Dios, a su gloria. Y la gloria de Dios es que el hombre viva y viva en plenitud, con integridad y en crecimiento hasta el encuentro definitivo con su Creador y su fin. Pero, si observamos importantes carencias en alguien de cerca o de lejos con respecto a esta integridad, hemos de sabernos sacerdotes por nuestro bautismo para acercar, como hizo el Señor, acoger, integrar, sanar… La terrible fisura generada por el pésimo reparto de los bienes de la tierra, que hace sufrir a tantas personas, nos ha de estremecer y conmover, porque es una de las mayores y más feas barreras entre unos y otros. De ahí que en esta Jornada por la lucha contra el hambre vuelve a incidir en esta realidad anti-cristiana donde Cristo, a través de nosotros, discípulos suyos, ha de obrar

Nadie indigno nadie miserable ni desgraciado ni impuro, sino solo aquellos que rechazar ser instrumento de la misericordia de Dios para acoger y promover la plenitud de toda persona. 

DOMINGO V T. ORDINARIO (ciclo B). 4 de febrero de 2018

 

Job 7,1-4.6-7: Recuerda que mi vida es un soplo.

Sal 146,1-6: Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados.

1Co 9,16-19.22-23: ¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!

Mc 1,29-39: Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.

De madera, de resina, de cristal, de aluminio, hierro, bronce o incluso de piedra, una puerta hace posible el paso a otro lugar o permite salir del recinto. La muralla del famoso poema de Nicolás Guillén, formada por las manos de todos los hombres  se abría para dejar pasar y permanecía cerrada para impedir la entrada. A bueno, bienvenida; a lo perverso, resistencia.

            Las puertas de Job, abiertas de par en par para que entrase la vida, se le cerraron de golpe con una cadena de desgracias que acabaron con sus bienes y con su familia. Él mismo sufrió una molesta enfermedad. Se quedó a oscuras en el cuarto de su tragedia, su soledad y su sufrimiento. ¿Hacia dónde dirigirse? Miro a un lado y no vio nada, al otro y tampoco… Y sin embargo, por una misteriosa fidelidad del hombre creyente, a pesar de su situación, de su desánimo y profunda decepción con la vida, aún seguía dirigiéndose a Dios, con fe, como sosteniendo un hilito que aún le motivaba a no dejarse vencer por una amargura desesperada del corazón.

            ¿Qué razones le daremos al corazón cuando se le hiere con fuerza hasta destrozarlo? A veces son otros, en ocasiones uno mismo, en otros momentos ambos… Pero todo lo sufre el mismo, el mismo cuajo de sensibilidades acurrucado en el pecho. Cuando se siente agredido, fácilmente cierra la puerta de acceso hasta él y se queda en penumbra y soledad. Entonces, qué difícil acertar en la invitación a que vuelva abrirse para la luz, para la salud.

Lo hemos dicho, lo hemos repetido invitados por el salmista con experiencia de corazón restablecido y renovado: “El Señor sana los corazones destrozados”. Él tiene poder sobre las estrellas. Ellas, las que eran contempladas desde la tierra como con poder sobre la vida de las personas, se sometían a la soberanía de Dios, conocedor de su nombre. “Su sabiduría no tiene medida”: Él sabe. “Humilla hasta el polvo a los malvados”: Devuelve a la realidad de la tierra, al humus, a los que se elevaron a sí mismos a alturas inapropiadas.

Y, por si fuera poco, llamó a nuestra puerta, la de nuestro mundo, la de nuestra tierra. ¿Qué esperaba encontrar allí el que es todo Luz y Verdad y Sabiduría? Se encontró un corazón, el humano, con ansias de Dios y búsqueda de la puerta donde encontrarlo. El evangelista Marcos nos acerca a una de las jornadas de Jesús y nos indica hacia Él para que nos asomemos y veamos y nuestro corazón sea seducido. Con qué ternura lleva la salud a la suegra de Pedro, cómo se ofrece a sanar a tantos y a liberarlos del mal, qué importancia en su vida la relación con el Padre, para el que reserva momentos de silencio y soledad, y su interés por hacerse presente en otros lugares.

            Todo esto solo lo intuyó en sombras Job, como una estrella lejanísima, y a nosotros nos ha brillado cercanísima para iluminar todo nuestro espacio. Ya no hace falta buscar ninguna puerta, porque todo lo que esperábamos encontrar, y más aún, ha venido a nuestro hogar en Jesucristo.

Cuando se vive esto, ¿cómo no ayudar a descubrir y abrirle la puerta más íntima a tantos corazones que desean, que buscan, que necesitan salud? Ay de nosotros si no nos abrimos a Cristo; ay de nosotros si no testimoniamos las maravillas que hace en el corazón humano. Solo el amor entrañable de Dios cura la herida, ilumina la oscuridad, sostiene y la desgracia y hace que lo débil sea fuerte y pueda fortalecer.

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