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En San Pedro Apóstol TODOS LOS JUEVES de 19.30 a 20.30

En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

Ciclo B

DOMINGO IV DE PASCUA (ciclo B). DOMINGO DEL BUEN PASTOR. 22 de abril de 2018

 

Hch 4,8-12: “Bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos”.

Sal 117,1.8-9.21-23.26.28-29: La piedra que desecharon los arquitectos 
es ahora la piedra angular.

1Jn 3,1-2: Cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

Jn 10,11-18: Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.

 

Al frente de un racimo de balidos, pezuñas, leche, lana y tozudeces, ¿qué cabe esperar? Ante todo cosas de oveja. Fue uno de los primeros animales domesticados y desde el momento en que se acostumbró a la mano humana, ya no supo vivir sin pastor. Tanta necesidad tiene de él, que al primero que llegue lo nombrarán tal y será difícil que se acostumbren a otro. Esta facilidad para concederle tal autoridad a cualquiera supone exponerse a un gran peligro, porque ya no se trata solo de elegir a un pastor mejor o peor, sino también abrir la posibilidad a tratar como pastor a quien no lo sea y no tenga propósito de serlo.

 

¿Cómo se distingue al buen pastor del que no lo es? Por sus intereses, que se desvelan al observar cómo cuida a su rebaño. Pero la fuerza de autoridad no radica en su capacidad para imponerse, engañar o ni siquiera seducir, sino en la credibilidad que le da cada oveja. Y esta confianza se sostiene en  la fascinación de sus promesas. Podrá tratarse de esperanzas inverosímiles, desajustadas a las necesidades reales o incluso dañinas, pero si se les da crédito, entonces la oveja y, posiblemente el rebaño, irá detrás. Tanto anhelo existe de pastor que somos capaces de pedir que lo sea a cualquier cosa.

 

Cuando Jesucristo se presente como el buen pastor, apela a una imagen bien conocida por los judíos. El pueblo tenía una amarga experiencia de pésimos pastores y a la vez de su Dios se había presentado ante ellos como el verdadero pastor, aunque el caso que le hicieron fue discontinuo. Y ¿qué es lo que provoca que se prefiera lo malo a lo bueno, la inmundicia a la calidad? Quizás por la oveja tiende a una comodidad insana y para nada exigente, que la limita a ser un animal gregario, sin distinción entre las demás del rebaño y con pocas más preocupaciones que satisfacer lo que en cada momento pide el cuerpo y disfrutar cuanto tiene. Tal vez porque renuncia a buscar lo mejor y claudica, por tanto, de ese esfuerzo por vivir con hondura e intensidad. Posiblemente porque no ha encontrado en la vida de otras ovejas algo que reamente convincente sobre lo que presuntamente tendría que ser un buen pastor.

 

Con todo, Cristo sigue siendo el Buen Pastor, aunque quienes lo entendamos como tal no demos muchas muestras de que realmente es Él quien nos guía, porque nos conoce, porque nos ama, porque es el único que pronuncia con propiedad nuestro nombre. También porque, a la hora de asomarnos a lo que nos proporciona, no vemos interés de lucro ni un provecho prevaricador, sino a Aquel que quiere cumplir la voluntad de su Padre, al que ha dado su vida por todos y por mí, al que ha resucitado para que tengamos vida. Dependiendo de aquello a lo que aspiremos le daremos credibilidad y será para nosotros el único pastor, el de verdad, el bueno. 

DOMINGO III DE PASCUA (ciclo B). 15 de abril de 2018

 

Hch 3,13-15.17-19: arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.

Sal 4,2.7.9: Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor.

1Jn 2,1-5: Quien guarda su Palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud.

Lc 24, 35-48: ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona.

 

La prensa, a través de los acontecimientos cotidianos que nos comunican, ofrecen la posibilidad de actualizar preguntas que ayudan a reflexionar, transcendiendo el hecho concreto que transmiten. Bien es cierto que en la mayoría no nos preocupamos por planteamientos mayores ni llegamos, menos aún, a profundidades. La oportunidad de estos días concierne al tema de la verdad y su ausencia o su rival, la mentira (protagonista mediático de estos últimos días). Una definición clásica habla de la verdad como la adecuación a la realidad. Esto desemboca en otra cuestión: ¿qué es lo real?

            El ajuste a la realidad supone uno de los más relevantes esfuerzos. El trabajo en esta materia no asegura el éxito. Desde la pregunta particular y personalísima: ¿Qué soy? ¿Qué estoy llamado a ser? Cada respuesta conlleva una serie de consecuencias. La presunción de que mi realidad la construyo yo aboca a una vivencia de la verdad individual y subjetiva. Y, no obstante, internamente golpean los mismos deseos de plenitud y felicidad en todos.

La fe en Jesucristo nos descubre la Verdad de un Dios que nos ha creado por amor con el proyecto de que vivamos para la eternidad en gloria de resurrección. Por ello su Hijo se encarnó, murió en la Cruz y fue resucitado. Y, al mismo tiempo, no dejamos de ser un cuenquito de debilidad, torpezas y limitaciones. La renuncia a la verdad está motivada por el miedo al reconocimiento de estas fragilidades y al desconocimiento del Resucitado, que disipa todo temor.

Las palabras del libro de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado corresponden a un mentiroso, Pedro. Tuvo miedo ante quienes le interrogaban sobre su Maestro apresado y negó conocerlo tres veces. La mentira no desacredita perpetuamente, sino que advierte sobre la propia debilidad e invita a la búsqueda de la verdad. Aquí tenemos a Pedro predicando sobre la Resurrección de su Señor. El encuentro con el resucitado hizo revivir al apóstol para la verdad y a lanzarse a predicarlo.

Este Cristo es la Verdad y solo configurando nuestra vida con Él podremos ser nosotros verdaderos, cuando integramos que venimos de Él y vamos hacia Él, viviendo  en coherencia con relación al que creemos vivo, conforme al proyecto personal de Dios para cada uno, en Cristo. Las señales de clavos en manos y pies aclaraban que Él era el crucificado ahora vivo. Tras la muerte de Jesús se encontraron con el mismo poder extranjero dominante y opresor, las mismas autoridades judías aferradas a sus tradiciones y privilegios, el mismo apego a ciertos ritos y normas superpuestos a las personas… La derrota de la Verdad se confirmaba en cada una de estas continuidades. Y sin embargo todo había cambiado, porque el corazón humano había encontrado la Verdad de su existencia en este Dios misericordioso cuya historia encuentra verosimilitud en cada vida y en la historia humana. Porque sus heridas son mostradas desde la misericordia y no el reproche ni la intención de castigo; porque toda su historia puede ser interpretada desde el triunfo de Dios sobre las expectativas humanas, mentirosas en cuanto que no esperan lo que su Señor ha prometido y, por miedo a la verdad, renuncian al encuentro con el Resucitado, teniéndolo más por fantasma que por Aquel con el que tengo que ser configurado por su Espíritu.

A más mentiras, más distancia de creernos que Él realmente tiene que ver con lo que somos y estamos llamados a ser. ¿Para qué hambrear donde no sé nos ha pedido una realidad que no nos corresponde, despreciando el proyecto de Dios para mí en su Hijo resucitado? Que su luz, la que irradia de su rostro, llegue a nosotros para desenmascarar nuestras mentiras y hacernos amigos incondicionales de la Verdad. 

DOMINGO II DE PASCUA (ciclo B). De la DIVINA MISERICORDIA. 8 de abril de 2018

 

Hch 4,32-35: Se distribuía todo según la necesidad de cada uno.

Sal 117,2-4.16ab-18.22-24: Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

1Jn 5,1-6: Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios
Jn 20,19-31: “Señor mío y Dios mío”.

 

Culminando la Octava de Pascua en este domingo llamado de la “Divina Misericordia”, el relato de Juan nos remite a dos momentos diferentes distanciados por una semana.

¿Cuándo? Tras el Sabbat judío, el primer día de la semana. Seis días había empleado Dios en su creación y el séptimo día quedó consagrado a su alabanza, a la contemplación de sus misericordias, con conciencia de que el ser humano recibía el encargo del cuidado y promoción de esta creación. El primer día de la nueva semana se inaugura con una nueva creación estrenada por Jesucristo resucitado. Abre las puertas del nuevo tiempo que se asoma a la eternidad. El Maestro se aparece resucitado a sus discípulos el día de su resurrección y ocho días después, de nuevo el domingo, el día que recibirá su impronta en el mismo nombre para designarlo: día del Señor (Dominica, Dies Domini).

¿Dónde? Parece que en el mismo lugar donde transcurrieron sus últimos días (su entrada de triunfo junto a los peregrinos que se acercaban a celebrar la fiesta de la Pascua judía, la cena de despedida con sus discípulos, su entrega, pasión y muerte y su resurrección), en la ciudad sagrada, Jerusalén. Es probable que se encontrasen en la misma estancia donde se desarrolló la Última Cena.  

¿Quiénes? El evangelista Juan habla de los discípulos de Jesús. No se trataría, por tanto, solo de los Doce o los apóstoles, sino un grupo más amplio de seguidores cercanos que incluiría a aquellos. En la primera aparición estaban todos, salvo el apóstol Tomás. En la segunda ya se encontraba Tomás.

¿Cómo? Con las puertas cerradas, por miedo a lo que pudiesen hacerles las autoridades judías, Jesús resucitado se presenta en medio, superando aquella barrera provocada por el miedo.

¿Qué? Les saluda con la habitual salutación judía. Shalom, con el deseo de paz. En los oídos de aquellos discípulos les tendría que sonar muy diferente aquel saludo, acreditado por el que ha vencido la muerte y el pecado. Se lo dirigía el crucificado que ha resucitado. Y el Maestro repite el saludo unido al soplo del Espíritu Santo. El Espíritu viene unido a un extraño poder: perdonar los pecados o retenerlos. Una de las primeras fecundidades del Espíritu de Dios atañe a la misericordia para superar la ofensa con amor, o, desde el mismo amor, provocar el reconocimiento del pecado para una auténtica reconciliación (posible interpretación de la “retención del pecado”). La ausencia de Tomás y su incredulidad suscita preguntas: ¿Por qué no se encontraba con todos los demás? ¿Por qué no da crédito al conjunto de sus compañeros? Parece que el distanciamiento de la Iglesia, de aquella primera comunidad eclesial (origen de la Iglesia), provoca resistencias para creer en el anuncio de la Resurrección del Maestro. Finalmente Tomás, tras ver con sus propios ojos a Jesucristo, confesó con la profesión de fe más contundente del Evangelio: “Señor mío y Dios mío”. Probablemente este relato fuera tomado como interpelación a las comunidades de cristianos primitivos que no habían sido testigos de la vida de Jesucristo ni del encuentro visual con el Resucitado, para que creyesen el mensaje de la Iglesia, depositaria y transmisora de esta verdad central de la fe.

Sirve como interpelación actual a los cristianos de hoy, mucho más distantes de aquellos acontecimientos, pero igualmente escuchantes de la Buena Noticia de la Pascua del Señor. ¿Creemos realmente que Él ha resucitado? Para no pocos la Iglesia de hoy no resulta creíble, y en gran medida su crédito depende de nosotros, cristianos, cuya vida, cuando se aleja de la vida pascual de quienes se han encontrado verdaderamente con el Señor de la Vida, causa descrédito. La vida de los primeros cristianos, convencidos de la realidad de la Resurrección de Cristo, golpeaba el corazón y la mente de quienes los veían. ¿Somos capaces de suscitar por nuestra vida nosotros hoy la pregunta sobre Dios y su misericordia entre quienes vivimos? 

TRIDUO PASCUAL. marzo 2018

 

TRIDUO PASCUAL

 

JUEVES SANTO. 29 de maro de 2018

Ex 12,1-8.11-14; 1Co 11,23-26; Jn 13,1-15.

Lo que comimos ayer nos sació el hambre también de ayer, pero no han llegado a hacerlo hoy. ¿Por qué tener que tomar alimento todos los días? ¿Por qué no nos creó Dios ya saciados?

La comida es para la vida; tal vez el Señor puso hambre habitual en nuestros cuerpos para que descubriéramos el milagro de la vida en nuestras propias existencias… y lo cuidáramos. Así cada comida es una celebración de vida. ¿Por qué, si no, toda celebración importante pide un banquete? ¿Qué celebramos que reamente merezca la pena que no esté relacionado con el misterio de la vida?

Un día habló Dios a Abrahán con una promesa de vida: una descendencia y un lugar para habitar. La esclavitud en Egipto del pueblo de Dios fue un atentado contra esta promesa. ¿Podemos tolerar las agresiones contra la vida? El Señor los liberó del faraón, de uno que se creía dios, pero sin embargo no era capaz de proteger la vida, sino que la oprimía hasta la muerte. El verdadero Dios, el Dios de la vida, se manifestó como liberador, como el que realmente defiende toda vida humana. Para conmemorar la liberación de la esclavitud de Egipto, Israel celebraba una fiesta, la Pascua, el paso de Dios por nuestra historia. No se celebraba como el recuerdo de un momento pasado, sino como la actualidad de la acción de Dios liberadora de todo aquello que esclaviza, especialmente del pecado. La mesa se preparaba con esmero para celebrar la gran fiesta del Dios liberador, del Dios de la vida, que da y protege la vida de su pueblo. Para el banquete: un cordero, panes ácimos y hierbas amargas. Para beber: vino.

El banquete pascual de la despedida de Jesús de sus discípulos fue un acontecimiento de vida. Ninguna otra fiesta, ninguna otra comida lo había sido así. La fiesta de Pascua, tantas veces repetidas en la historia del Pueblo, no había traído aún la liberación definitiva. Jesús avanzó en ello. Él mismo se dio como alimento de vida para comer y para beber, en el pan y en el vino. Sólo podía darse a comer a sí mismo el autor de la vida hecho carne. Para comer su amor eterno al Padre, su obediencia hasta la cruz, su misericordia con todos los hombres, su servicio hasta abajarse a los pies. De esta forma el cuidado de la vida saltaba a la eternidad. Comerlo a Él para tener vida eterna.

De nuevo un banquete, pero como ningún otro, porque esta fiesta de vida hace posible la vida divina en nosotros y la cultiva. Nos hace resucitar paulatinamente al comer la carne del resucitado y florecer en obras de resurrección: para ser pacientes con los demás, misericordiosos en la ofensa, serviciales con los pobres, generosos con todos… obedientes al Padre. Es pan de fraternidad para sabernos y gustarnos más hermanos, hijos del mismo Padre bueno del cielo. Y para ello, quedan instituidos unos hermanos que puedan preparar este banquete de vida, los sacerdotes, y trabajar para cuidar y administrar los otros sacramentos de vida y la Palabra de vida por encargo del Señor.

La noche de esta cena anuncia muerte, y sin embargo es preámbulo de más vida que nunca, porque Dios se ha hecho comida para que tengamos vida eterna.

 

VIERNES SANTO. 30 de marzo de 2018

Is 52,13-53,12; Hb 4,14-16. 5,7-9; Jn 18,1-19,42.

Cuando se sienten ligeros los pies, ¡qué bien se anda! Se trota, se corre… hasta casi el vuelo. Cuando se sienten ligeros los pies. Por eso, no se entiende que tengan que encontrarse con el estorbo, en medio, de lo que obstruye el camino hasta hacerlo temeroso, aborrecible, hasta entrar ganas de dar media vuelta y marchar por otro sitio. No se entiende que, después de haber caminado con tanta holgura, ahora tengan que detenerse para escalar por ese árbol tan desagradable. Y no solo haciendo más lento el paso, sino que además los pies son retenidos por un clavo que los amarra a la madera. Si se paran los pies, ¿de qué sirven? Para acostumbrarse a la madera y al clavo. Y se quedan suspendidos, un poco despegados de la tierra, pero sin llegar a tocarla, y aún distantes del cielo, elevados, pero no lo suficiente. Sin tierra y sin cielo, demasiado en lo incierto, con la única certeza de la cruz. Cuanto más sepa esta cruz a la del Señor, a entrega y misericordia y justicia, más cómodos la tocarán los pies reposando en ella.

Llegó la Hora del Hijo del hombre. No llegará la hora para ninguno de los hijos de Dios hasta que no se sienta el tacto de la madera de la cruz. La hora es el momento de la glorificación, de la prueba de las convicciones íntimas. Es el instante en el que se puede escuchar con mayor claridad la paternidad de Dios y la respuesta de hijo. Hay misterios de Dios a los que solo se puede llegar atravesando el umbral de la cruz.  

El andariego de Galilea anduvo mucho e hizo caminar a otros con Él. Lo siguieron gentíos numerosos, otras veces un grupo más reducido. Pero hasta aquí, hasta la cruz, prácticamente nadie. Que no nos pide Dios lo que no pudieron hacer otros, ir al Calvario. Solo nos pide acompañar a su Hijo. Allá donde esté, estaremos nosotros. Y si tiene que ir a la cruz, tal vez el trato con el Hijo de Dios nos ablande para llegar hasta donde no esperábamos. No se puede ir al Calvario a fuerza de puños o sino a fuerza de amor. Entonces, siguiendo al crucificado hasta el final, ¡cuánto amor se descubre! A partir de entonces comienza a caminarse de otra manera.

 

VIGILIA PASCUAL. 31 de marzo de 2018

Gn 1,1-2,2; Gn 22,1-18; Ex 14,15-15,1; Ex 15,1-18; Is 54,5-14; Is 55,1-11; Is 12,2-6; Bar 3,9-15.32-4,4; Ez 36,16-28; Rm 6,3-11; Mc 16,1-7.

¡Escuchad! No se oye nada. ¡Otra vez! Nada tampoco. Entonces habrá que esmerarse o simplemente contentarse con lo que no existe y hacer como si existiera. Tantas veces hemos simulado el “como si existiera” que no pesará hacerlo una vez más. Procuramos retener nuestro genio, evitar la crítica, mitigar egoísmos como si Jesucristo hubiera resucitado; intentamos cumplir con nuestras obligaciones religiosas como si Jesucristo hubiera resucitado; hacemos un esfuerzo por perdonar y pedir el perdón de los otros como si Jesucristo hubiera resucitado; es decir, amparados por un acontecimiento del que todavía no acabamos de creer del todo. ¿Qué credibilidad tenemos entonces los cristianos si procuramos vivir como si Jesucristo hubiera resucitado cuando realmente no estamos convencido de ello?

            Pasó el viernes, pasó el sábado… y nada. Los días de la Creación fueron más productivos; cada día trajo criaturas nuevas y además, “vio Dios que era bueno”. Parece que resulta más fácil sacar de la nada que reconstruir lo destruido. En un solo día, el que se convertiría en el primer día de la semana, Dios creó la luz, el cielo y la tierra, y ahora han pasado los días sin haber podido impedir que asesinaran al único justo entre todos los vivientes. ¿Cómo esta paradoja entre ese poder absoluto para decir y crear, y esta impotencia para evitar la injusticia sobre los buenos? Dejemos a Dios que sea Dios, mientras esperamos la obra de su poder que puede hacer aparecer de repente galaxias inmensas, pero se toma su tiempo con los humanos. Puede decir en un instante y fabricar un mundo completo, y sin embargo esperar años y años con amor paciente la conversión del corazón de un hijo suyo. Para la resurrección de su Hijo hubo que esperar un poco, para la nuestra algo más, porque la resurrección tiene que ver con el mundo creado, pero también con el corazón convertido deseoso de Dios.

            La rutina de los días dificulta escuchar otra cosa que rutina. Los muertos seguirán tan muertos como los vivos amenazados de muerte. La previsión es que un día estemos todos compartiendo la misma muerte. El primer día de la semana (¡qué lejos quedaba aquel otro primer día de la creación de la Luz!) fueron unas mujeres a encontrarse con un muerto. Muerto lo dejaron, muerto lo encontrarían, no cabía mucho más. La tumba estaba vacía. Había más motivos para pensar en el robo que en otra cosa; y es que se busca a Dios como motivo de algo como último remedio, aunque sea el causante habitual. A pesar del anuncio que les hizo el joven vestido de blanco, hablándoles,  parece que no se lo terminaban de creer. Acabaron con más miedo que alegría. Así habría de acabar este evangelio, a no ser por el apéndice que parece ser añadido posterior. Así al menos nos deja esta lectura de hoy en esta Vigilia Santa, como probando nuestra fe: sin haber visto el sepulcro vacío, ni al Señor resucitado, ¿nos fiamos de los que nos llegan anunciando resurrección? Si encontramos testigos apasionados de Jesucristo muerto y resucitado, habrá más facilidad para contagiarnos su entusiasmo y creer también nosotros, que es vivir como que Él realmente ha resucitado (y no como si hubiera resucitado). Estos testigos son los que han descubierto que su vida carece de sentido sin Cristo y lo saben acompañante en todo momento de su historia.  Ellos oyeron en lo profundo, oyeron mucho, lo oyeron a Él pronunciando su nombre y la resurrección les pareció como lo más real.

No se oye nada, ¿verdad? Eso es que todavía vivimos solo como si Jesucristo hubiera resucitado, donde el miedo supera aún a la alegría, el rito formal al culto en espíritu. No está mal seguir así perseverando con fidelidad, pero mucho mejor si, con experiencia pascual, vivimos sabiendo que Jesucristo verdaderamente ha resucitado y nosotros estamos en trance de resurrección hasta su culminación en la gloria definitiva.  

DOMINGO DE RAMOS (ciclo B). 25 de marzo de 2018

 

Mc 14,1 – 15,47: Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.

 

Parece que el relato de la pasión, muerte y Resurrección de Jesucristo existió como documento independiente en las primeras décadas de cristianismo, antes que las narraciones evangélicas. Serviría, probablemente, como material evangelizador para los misioneros itinerantes  o para las comunidades locales ya constituidas, con el contenido de los momentos más decisivos y cruciales de la vida del Maestro de Nazaret. La palabra escrita apoyaba a la tradición oral, auxiliaba a la memoria y se defendía de posibles tergiversaciones partidistas sobre la historia de Jesús. Los evangelistas tomarían estos relatos como punto de partida, centro y culminación de sus obras, acompañándolos con narraciones y discursos del Nazareno en sintonía con ellos.

Lo que escucharon y pudieron leer nuestros primeros hermanos sobre la pasión del Señor, lo escuchamos y lo leemos nosotros. El mismo escenario, Jerusalén, y las mismas circunstancias en torno a la fiesta de Pascua; el mismo Imperio romano dominante y el mismo grupo de autoridades judías, deseosas de acallar al Galileo; también el mismo traidor y los mismos discípulos sentados a su mesa de despedida, débiles para acompañarlo en oración en el trance de Getsemaní, temerosos ante su condena y muerte; y la misma Madre, cercana en la pasión, muerte y sepultura; y el mismo Cristo, Dios y Señor, protagonista de estos acontecimientos. ¿El mismo Cristo? Él, Palabra viva de Dios Padre, es acontecimiento vivo que vivifica y, más allá que quedarse repetido en la letra que vuelve, da argumentos muy nuevos para la vida en plenitud.

Este Domingo de Ramos nos abre la puerta para la Semana Santa haciendo un recorrido por aquel relato de su entrega, su cruz y su muerte, que fueron únicos y definitivos, pero que tienen que seguir causando en nosotros la renovación del discípulo que lo sabe vivo en la Iglesia, comunidad de creyentes, y en cada corazón, y que, por tanto, se une a su corazón obediente y misericordioso. Para ello nos preparamos cada día, para ello la Cuaresma ofrece un tiempo para una preparación más esmerada, para ello celebraremos el gran Triduo Pascual, el triunfo sobre el pecado y la muerte de Aquel que todo lo hace nuevo. ¿Nos resistiremos a una Semana Santa de mera repetición? ¿Nos sentiremos interpelados a una vida de mayor unidad a nuestro Señor? ¿Nos dejaremos renovar por Él? 

DOMINGO V DE CUARESMA (ciclo B). DÍA DEL SEMINARIO. 18 de marzo de 2018

 

Jr 31,31-34: Meteré mi ley en su pecho.

Sal 50: Oh Dios, crea en mí un corazón puro.

Hb 5,7-9: Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer.

Jn 12,20-33: A quien me sirva, el Padre lo premiará

 

¿Dónde encontrar lugar para que se perpetuasen los mandamientos de Dios a su pueblo? Las estrellas eran casi infinitas, pero muy lejanas; la arena del desierto en cantidades innumerables, pero tan mudable que, a poco que soplase el viento, borraría las letras trazadas en ella. Las Leyes de Dios encontraron idoneidad en unas losas de piedra y ahí se quedaron prendidas. Las Tablas de la Ley se convirtieron en el símbolo de la Alianza de Dios con Israel. Fuertes, duras, consistentes… aunque quebradizas; tanto como la fidelidad del pueblo hebreo, tan frecuentemente seducido por los diosecillos de los otros pueblos.

            Y con todo, no fue suficiente la roca para dejar a la vista de su pueblo la Palabra eterna. Como si Dios quisiese estar más cerca de un pueblo que le ponía resistencias y lo olvidaba. Jeremías anunciaba una nueva Alianza, renovación de la antigua, para la cual ya no bastaba un soporte contundente (al modo de las antiguas planchas de roca), sino algo de más cercanía a la sensibilidad humana: su corazón. Allí, encrucijada de vida, se contempla la presencia de Dios en la persona y su acción, hasta darnos cuenta de que sin esa presencia y esa acción ¿qué queda, en realidad, del corazón humano? Está tan impregnado en lo divino que no puede entenderse sin Él, tanto en lo que le sucede como lo que tendría que sucederle.

            Aquella presencia es tristemente olvidada y, claro, al descuidarse cualquiera de esos signos divinos en el corazón, se olvida de su propio corazón. Nuestros sentidos traen a la memoria agitando: especialmente cuando leemos y cuando vemos. Son dos modos de revivir o refrescar lo que nunca ha dejado de pertenecer a nuestro interior. Los griegos que se acercaron a Felipe pedían ver a Jesús. Habría llamado su atención. Y el maestro, en vez de acceder sin más a su petición, pronuncia un discurso con palabras de gloria, servicio, grano de trigo, muerte, fecundidad… que causan extrañeza. Bastaba con propiciar el encuentro, a no ser que hiciera falta conocer previamente y tener una predisposición para que el corazón de quien se acerque a Él pueda sintonizar con quien Él es realmente. Para allegarse a Jesús hace falta crecer, siendo capaces del interés por un Dios al que estamos desacostumbrados, y contemplarlo sufriente y crucificado, servidor y obediente, entregado y misericordioso. Y lo prodigioso es que, para el espíritu expectante (dispuesto, preparado, acogedor de la novedad) la contemplación de un Dios tal se ajusta a la perfección a las aspiraciones de su corazón y quiere hacerse obediente a Él para que sea quien lo guíe, para renunciar (y esto implica sufrimiento) a todo aquello que podría quitarle libertad o ya se la está limitando para escucharlo solo a Él.

Desde aquí, si nuestro corazón encuentra en el Maestro respuesta a sus inquietudes de vida, de sentido, de realización, ¿no implique que también ilumine sobre nuestra misión específica como discípulos suyos? En el corazón se encuentra la llamada y la respuesta o la negativa a la propuesta de Dios que solo se puede hallar en el encuentro con Jesucristo. Y, entre las propuestas, el seguimiento como aprendiz de pastor, de presbítero, de ayudante para acercar su Palabra, sus sacramentos, su compañía a los hombres.

            Se anuncia ya próxima la fiesta de la Pasión, Muerte y Resurrección del Hijo de Dios hecho carne y corazón humano para nuestra salvación. Aún queda tiempo para que nuestro corazón encuentre los medios para sintonizar con el Maestro entregado y Crucificado, si no, podrá pasar ante nosotros sin que nuestra indiferencia le permita cautivar con novedad nuestro corazón. 

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