Ciclo A

Exposición del Santísimo

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  • San Pedro Apóstol

  Todos los JUEVES de 19.30 a 20.30

  • Santa María la Mayor

  Todos los DOMINGOS de 19.00 a 19.30

  • Las Mínimas

  Todas las MAÑANAS de 9.30 a 13.00

Acercate a la Oración

jesus 7502413 1280«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».Él les dijo: «Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos hoy nuestro pan de cada día, perdónanos nuestros pecados, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos dejes caer en tentación”»  

Si quieres orar y estar junto a Jesús lo puedes hacer... 

 Todos los VIERNES a las 20:00 horas.

 En la Parroquia de SANTA MARÍA la Mayor.

SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO EN BELÉN. MISA DE MEDIANOCHE. 25 de diciembre de 2025

 

Is 9,1-3.5-6: Un hijo se nos ha dado.

Sal 95: R. Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor.

Tit 2, 11-14: Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación a los hombres.

Lc 2, 1-14: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor».

 

Tal vez será la única época del año en que, en el común de cualquier comunidad de ascendientes cristianos, nos preocupamos por buscar una decoración particular para nuestras casas, escuelas y lugares de trabajo, calles y oficinas. Prevalecen los adornos evocadores, con una simbología tan abierta, que flotan en la polivalencia de lo que le suscite a cada cual, donde puede caber todo, y sin necesidad de exégesis, solo capaz de arañar, digamos mejor acariciar, en la levedad de los sentimientos. Sin embargo, algunos aún perseveran en la audacia de introducir una historia a través de un relato construido con figuras humanas, en un asentamiento humano, con una domesticación de la naturaleza que recuerda a una civilización. En medio de ese contexto trabajado con más o menos esmero, y, aunque sea en un rincón del despliegue, estará copando el centro de atención un matrimonio con un hijo recién nacido. Es fácil distinguirlo e incluso conocer sus nombres: María, José y, entre ellos en un pesebre o sobre el regazo de su madre, el niño Jesús. A las figuras del belén navideño se les da un margen de, aproximadamente, un mes de exposición para contar su historia y bien que la cuentan. Pero, ¿qué entenderá el que la escucha? Si nos acercamos con cierto detenimiento e interés, podría parecer como si sus personajes nos estuvieran mirando tanto como nosotros a ellos. Quizás a fuerza de mirar acabaríamos entendiendo, si no se nos van los ojos en los miles de detalles de las figuras y sus oficios y su paisaje, o, porque, precisamente se nos van los ojos a ellos, habrá que explotar en algún momento la inteligencia para preguntarse: Y todo esto, ¿por qué?

Cuando existe historia la ornamentación queda pospuesta e irrelevante. Los relatos gustan en general, y cuando hablan de nosotros y nuestras cosas nos convertimos en unos cuentistas empedernidos, a veces con poca empatía hacia el que escucha. A cada anécdota, preocupación o proyecto (las mujeres más sobre cómo viven lo que pasa, los hombres más bien sobre lo que hacen) no dejamos de explicar, como en susurro incontenido, ¡existo, soy importante, quiero importarte! ¿Y si buscásemos en ese belén algo sobre nosotros? Para ello habría que escuchar más que decir.

La historia está servida en una bandeja de extensión indeterminada, dependiendo del afán y el esmero del belenista, casero o aficionado. De fondo existe una trama unilateralmente repetida: un lugar modesto, sea cueva, chozo o casa ruinosa, un niño recién nacido en medio de unos padres a los que cautiva sus miradas. Es la escena primigenia, al menos en la mente del artífice, lo demás podría hasta sobrar. Los evangelistas no fueron más allá; dos de ellos ni fueron, dejaron el episodio del nacimiento en la carne del Señor en los entresijos de lo obvio. A esa representación minimalista, en expresión hodierna, lo mínimo se expresa en lo nuclear de una familia: hijo, madre, padre. El llamado “misterio” se ha colocado en un lugar de visibilidad diáfana, lo pueden o deben completar unos pastores y, al menos, un ángel mensajero de la buena noticia. A estos pocos personajes se ciñó el evangelista Lucas. Mateo fue aún más escueto. Por eso bastará con mirarlos a ellos y aprender de sus historias para aprender también de la nuestra,

El padre José: soberano de la situación hasta no quebrarse por la imposición del déspota de turno, aun con nombre de emperador. Él es de dinastía real, con más ascendientes que Augusto. José acaba de emprender un proyecto de futuro con María y el niño que va a nacer, y debe regresar a sus raíces. Pasado, presente y futuro se tocan en Belén. El desacierto del César provoca un acierto ontológico. Las profecías antiguas adquieren su sentido en ese momento y la esperanza que permite sostenerse en el camino, anticipa su promesa: lo que un día llegaría, está con nosotros.

La Virgen Madre: Como suele suceder en la historia de la salvación, adelantan las mujeres a los hombres. Dios se dirigió primero a ella. Fue madre antes que esposa. Fiel a Dios primero, luego a José. Fiel a Dios primero, por encima de la previsión de un pueblo acusador, de un prometido despechado, de una ley inexorable. Acompañó a José hasta Belén: ¿lo exigía el decreto? ¿Quiso por propia iniciativa acompañar a su marido? De uno u otro modo obraría el Espíritu Santo; el mismo Espíritu que la llevó hacia las montañas de Judá meses antes, cuando el nacimiento del Bautista, la empujaba ahora de nuevo para el nacimiento de su propio Hijo. No quiso María ser Madre sin ser esposa, el hijo engendrado por el Espíritu Santo era hijo también para José; lo hizo padre, al modo como tenía profetizado Dios. Ni María sin José ni José sin María. Una autosuficiencia de ella había destrozado al esposo, devaluado en su hombría, en su virilidad, en su paternidad. María se dejó proteger por José, porque lo necesitaba. Ambos se necesitaban.

Los pastores: dejaron su sueño, sus ovejas, su vigilia, su vergüenza, su ignorancia… obedeciendo al ángel que les anunciaba el portento. De eso también somos capaces nosotros, estamos dispuestos a abandonar hasta nuestra alma si se nos ofrece un plan apetecible. Lo que apetece a los sentidos no tiene por qué apetecer, menos aún, nutrir, al alma. Sin embargo, el alma de los pastores corrió con ellos, no querían perderse la contemplación del Salvador. El campo les daba una libertad inusual entre los urbanitas; eran jefes de sí mismos con una libertad solo constreñida por la climatología y las pautas solares; y aun tan libres, se ataban a un ganado del que tenían que estar pendientes con atenciones diarias. Algunos vieron en ellos una imagen de los presbíteros. Tan sin ataduras que tienen el riesgo de disolver su vida en aquello anodino que tantas veces critican en sus predicaciones; tan sin ataduras que pueden ejercer un potencial de amor increíble a base de amistad con el Hijo de Dios, a fuerza de trabajar para que otros también se amisten con Él.

El Niño Dios recién nacido: El trabajo previo del Logos eterno entre los hombres había dejado todo dispuesto. El director de la orquesta no improvisa en el concierto. Atrás quedan horas y horas de afán sacrificado. Solo él conoce la partitura al completo; aun sin capacidad en lo humano de sostener un instrumento, ni siquiera la batuta, ha puesto a cada músico en su lugar para interpretar lo justo. Ya ha comenzado todo a sonar, comenzando por los ángeles, continuando por María y José y luego los pastores. Tras el Niño se intuyen al Padre y al Espíritu, sinfonía antes de toda sinfonía, condición de posibilidad de toda música, Belleza inmarcesible e inagotable.

¿Y qué encontré de mí en todo esto? Las historias de otros aleccionan ejemplarizando, pero son de otros. ¿Aún no te diste cuenta que es tu propia historia? ¿No has comenzado a afinar? ¿Llego tarde? A lo mejor, pero no sin remedio. A dejar que el Niño, con la ayuda de María y José y los pastores y los ángeles te hablen de ti, con la invitación de ser protagonista también de este belén, es decir, de la historia de la salvación, porque por ti nació el hijo de Dios en la carne.

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