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Exposición del Santísimo 

En San Pedro Apóstol TODOS LOS JUEVES de 19.30 a 20.30

En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

Ciclo B

DOMINGO IV T. ORDINARIO (ciclo B). 31 de enero de 2021

Dt 18,15-20: Suscitaré un profeta entre tus hermanos.

Sal 9: Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis vuestro corazón.

1Co 7,32-35: Hermanos: quiero que os ahorréis preocupaciones.

Mc 1,21-28: Una enseñanza nueva expuesta con autoridad.

Los frailes franciscanos custodios de Tierra Santa se empeñaron en el siglo XIX en adquirir una propiedad junto al lago de Galilea en Palestina, donde se elevaba un pequeño montículo de tierra. Les interesaba mucho lo que había debajo. La operación de la compra transcurrió por cantidad de dificultades. Finalmente lo lograron y comenzaron a escarbar. Debajo de del montículo esperaba escondido un antiguo pueblo que identificaron con Cafarnaúm. Hasta pudieron localizar gracias a los vestigios arqueológicos la casa donde muy probablemente se hospedaba Jesús, el hogar de Simón Pedro y su familia. A su alrededor se han desenterrado los muros de muchas casas elevados con piedra negra volcánica de la zona y sus calles. En un extremo del lugar asoma la sinagoga, bajo la cual se distingue el cimiento de otra sinagoga anterior. Es posible que debajo, ocultos a los ojos, se encuentren los restos de otra sinagoga anterior, quizás el sitio donde nos sitúa el pasaje evangélico de este Domingo.

La sinagoga era el espacio de reunión del pueblo para escuchar la Palabra de Dios junto con un comentario de la Palabra escuchada por parte de una persona autorizada, un maestro, alguien que tuviera un trato cercano con las Escrituras y dedicase tiempo a meditarlas. Esto sería el origen de las homilías de las celebraciones cristianas. La sinagoga no tenía necesariamente que ser un recinto cerrado, podía ser también una parcela al aire libre; lo importante era lo que se hacía allí y la congregación de los creyentes en torno a la Palabra de Dios. Allá va Jesús a enseñar y lo hace, así lo expresa la gente, con autoridad.

El que se ponía frente a la asamblea para explicarles la Palabra acercándoles sus enseñanzas tendría que estar cualificado con la autoridad de quien se alimenta de las Escrituras frecuentemente y, en definitiva, ha aprendido a escuchar a Dios a través de ellas. Por eso puede decir a los otros con una autoridad que no viene de él mismo, sino del Señor con quien ha trabado una relación muy cercana. Los llamados “escribas”, maestros de la Escritura, que en otras ocasiones habrían enseñado en aquella sinagoga, no tenían la autoridad de este nuevo Maestro de Nazaret. ¿El motivo? Porque no habían llegado a profundizar tanto con Dios por medio de su Palabra. En cambio, Jesús no solo extrae todo el significado de lo que Dios dice, sino que Él mismo es la Palabra y el Hijo de Dios. ¿Quién puede tener mayor autoridad que Él sobre esta materia cuando lo que el Padre dice lo pronuncia Jesús? Y no solo pronuncia, sino que lo hace, actúa. Un ejemplo paradigmático es la expulsión del espíritu inmundo del hombre que se encontraba en la sinagoga. Refleja el poder sobre el mal, sobre lo que esclaviza a una persona y lo retiene bajo un poder perverso. Con su palabra el Maestro nazareno lo doblega. No mantiene ninguna conversación con el espíritu impuro, aunque este le interroga; Jesús solo le ordena que se calle y que salga.

¿Qué autoridad confiere la Palabra de Dios a quienes la escuchan o leen, la interiorizan y conocen y aman a Dios más a través de ella para someter incluso a las fuerzas perversas y rechazarlas? Y más aún a quien se amista con este Maestro-Palabra que se ha hecho carne y nos sigue enseñando con autoridad para cambiar nuestra vida y el modo como interpretamos y abordamos los acontecimientos que vivimos. Esta amistad nos forma en la profecía. Si el bautismo ya nos capacitó para ser profetas, la relación habitual con Jesús nos habilitará para la autoridad del que dice lo que antes le escuchó a Dios.

Bajo un montón de tierra, a veces de escombros, como los ruidos de la vida, la pereza, la dejadez o desidia frente a nuestras obligaciones, el desencanto, los avatares cotidianos, la falta de estímulo… se halla un tesoro maravilloso. Cuando se intuye su valor no se escatima en esfuerzos, como hicieron los franciscanos con aquella ruinas, para descubrir y enseñar a todos, ya no un pueblecito donde vivió Jesús, sino al mismo Hijo de Dios vivo que nos habla.

DOMINGO III T.ORDINARIO (CILO B). DÍA DE LA PALABRA DE DIOS. 24 de enero de 2021

Jon 3,1-5.10: Creyeron en Dios los ninivitas.

Sal 24: Señor, enséñame tus caminos.

1Co 7,29-31: La representación de este mundo se termina.

Mc 1,14-20: “Convertíos y creed en el Evangelio”.

 

Las tecnologías de hoy no prosperarán sin rejuvenecerse. Dicho de otro modo: o se actualizan o perecen. Precisamente de ahí el sustantivo “actualización”, una demanda habitual de programas y aplicaciones, esos recursos con tantas posibilidades de información. Si no sintonizan con los patrones de última hora pueden quedar limitados, sin acceso a novedades e incluso excluidos por obsoletos.

                La conversión a la que llama Jesús cuando se marchó a Galilea, tras la muerte de Juan, era, en toda regla, una llamada a actualizarse, a la gran actualización. La obsolescencia venía provocada por el pecado, una forma de envejecimiento y deterioro peculiar que dificulta la idoneidad para la mayor de las novedades, el Reino de Dios. Jesús urgía a prepararse, a actualizarse, porque estaba cerca este Reino.

                El tema del Reino de Dios o de los cielos no era desconocido para los judíos. Apuntaba a la justicia, la paz y la fraternidad como concreción de la soberanía del Altísimo, el cumplimiento de su alianza con su pueblo, demasiado castigado por injusticias, guerras y discordias. El acceso a lo nuevo estaba sujeto a rejuvenecerse o, lo que es lo mismo, convertirse. Para ello, en primer lugar, puede buscarse una motivación. El Reino mismo es provocador de ilusión: algo por lo que merece la pena, realmente, esforzarse y modificar comportamientos y evitar ciertas actividades. En el caso de los ninivitas, del libro de Jonás, por una inminente destrucción. En segundo lugar, es necesaria la lucidez para descubrir lo que hay que cambiar. Igualmente los habitantes de Nínive, a quienes Jonás dirigió su predicación, “creyeron en Dios”; parece que se habían olvidado de Él y su tipo de vida les llevaba de forma inexorable a la perdición. En tercer lugar, buscar los medios para el cambio, el esfuerzo y la perseverancia. En Nínive hicieron penitencia, una forma de mostrar su arrepentimiento.

                La urgencia para el cambio aparece en las dos lecturas y en el Evangelio. En Jonás se debe a la inminente destrucción de Nínive a los cuarenta días; en la Carta de San Pablo a que “la representación de este mundo se termina” y en el Evangelio a que “se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios”. La vida es demasiado preciosa para desperdiciarla, el aprovechamiento de cada instante es una forma inteligente de preferir lo mejor. Además, ciertamente no sabemos cuándo se van a terminar nuestros días. La actualización, por ello, es apremiante, no sea que se llegue innecesariamente tarde.

                La predicación de Jonás hizo escuela y la enorme ciudad, unánime, dio un respingo para desperezarse de su letargo de inercia irresponsable con su socialización de la maldad. La predicación de Jesús también cautiva cautivando la persona del Maestro y no solo sus palabras. Pero hace una invitación singular, indicando que lo sigan Simón y Andrés, Santiago y Juan, todos pescadores. No aparece aquí que a ellos los llame a ninguna conversión, aunque sí a una actualización de su oficio, que pasará de ser pescador de peces, a servidor para la conversión de todos a quienes interpela Jesús, como agentes del Reino de Dios. Tienen, por tanto, que actualizar su actividad conforme a aquello para lo que les llama el Señor.

                ¿Y tuvo éxito la llamada a la conversión de Jesús? En apariencia Jonás fue más convincente. Los ninivitas evitarían la destrucción inmediata y, de lo que pasó después no sabemos: ¿Perseveraron en su nuevo estilo de vida? ¿Se cansaron pronto? ¿Contagiaron a otras ciudades? El Maestro de Nazaret alcanzó el éxito de seducir unos cuantos corazones y de tocar quizás muchos más. Pero nunca justificaría la renuncia del protagonismo de cada una de esas personas para actualizarse frecuentemente, para no dejar de declararle el amor a Dios e interesarse por su Reino.

DOMINGO II T. ORDINARIO (ciclo B). JORNADA DE LA INFANCIA MISIONERA. 17 de enero de 2021

1Sam 3,3b-10-19: “Aquí estoy”.

Sal 39: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

1Co 6,13-15.17-20: ¡Glorificad a Dios con vuestro cuerpo!

Jn 1,35-42: ¿Qué buscáis?

Juan el Bautista tenía ojo de profeta, capacitado para ver las cosas de Dios y de los hombres. Entre sus paisanos, observaba la necesidad de una conversión de vida; con relación a Dios, anticipaba la llegada del Mesías. Hábil para distinguir a los pecadores, también lo sería para identificar al no pecador; mejor todavía, al que habría que quitar el pecado del mundo. Seguramente estaba familiarizado con el profeta Isaías y conocedor de las costumbres del sacrificio ritual, y por eso el Bautista llama a Jesús “cordero de Dios”: sobre el que la profecía de Isaías decía que, siendo inocente, cargaría con los pecados del pueblo, simbolizado como una oveja llevada al matadero, y que evocaría también al animal del sacrificio para la expiación de los pecados en el templo.

La agudeza que tenía el Bautista con la vista la adquirió Samuel con el oído. Aun sirviendo en el templo y durmiendo junto al Arca, aún no conocía al Señor, porque “no se le había manifestado ni había escuchado su palabra”. El referente más cercano a Dios que tenía era Elí, el sacerdote del templo de Siló; si alguien le llamaba en la noche entendía que no podría ser más que Elí. Fue Elí, el maestro y sacerdote, el que le indicó quién era el que llamaba a su oído. Entonces Samuel tuvo la experiencia de un encuentro directo con el mismo Dios. Fue un acontecimiento decisivo que cambió su relación con Él. El maestro, Elí, sabio en las cosas de Dios, indicó al alumno hacia Dios; el discípulo, ignorante aún, aprendió del maestro y fue adonde le decía. Pero entonces el pequeño se convirtió en maestro del grande. Dios no le dijo a Elí directamente, sino que le enseñó por medio de Samuel. Así Dios enseña y habla en su Iglesia y en el mundo, a través de quien quiere cuando quiere. Hay que estar atentos. Y esta jornada de la Infancia misionera invita a que los pequeños estén atentos para aprender y enseñar y tener el protagonismo que Dios quiere que tengan en su Iglesia, para oír y hablar, para ver e indicar.

Volviendo a Juan, no era el único de ojo atento. La vista adquiere un singular protagonismo en este pasaje donde aparecen verbos como fijarse, ver, buscar, encontrar, mirar en un espacio reducido. Buen discípulo de Cristo habría sido Juan, pero no estaba llamado él a esto, sino sus propios discípulos a los que indica a quién tienen que seguir. Se fiaron de él aunque ellos no alcanzasen a ver lo que veía su maestro. Se revela aquí de nuevo Juan agudo de mirada; no retiene para sí a los suyos, sino que los motiva para que sigan al verdadero Maestro. Habría andado con el ojo extraviado si hubiese callado la presencia del Cordero o hubiese rivalizado con Él. Esta es otra de las facultades de la vista sana: saber quedarse en el lugar que a uno le corresponde e invitar a otros a que alcancen el suyo.

Ahora eran los discípulos del Bautista los que andaban como corderillos siguiendo al pastor, que los invitó a que viesen dónde vivía, es decir, a compartir vida con él. No solo les convenció, sino que, al modo como había hecho su maestro Juan, también uno de ellos, Andrés, quiso atraer hacia Jesús a otro, a su hermano Simón. Fueron suficientes unas horas para que Andrés se acercara a la visión de Juan y convencerse del cordero, al que él llama Mesías. Por último será Jesús el que mire a Simón, hermano de Andrés, y le ponga el sobrenombre de Cefas, Pedro. Había visto más que a un pescador, a la piedra sobre la que edificaría su Iglesia.

Lo que vieron aquellos primeros discípulos se les marcó en el corazón y recordaban el momento del día en el que sucedió: sobre la hora décima, hacia las cuatro de la tarde. Cuando la mirada se abrió a alguien muy grande (y el Bautista no era pequeño), tuvieron que ir disponiéndose con toda su existencia a cosas enormes, aunque solo podrían ir digiriéndolas paulatinamente. Pero ya había quedado la huella del cordero en su corazón, irremediablemente en el centro de su corazón.

Los sentidos han llevado a cultivar una sensibilidad por cosas desconocidas, mejor aún, por el desconocido. La educación de los sentidos para hacerse más sensibles, receptivos a la mirada y escucha de Dios genera una actitud vital que implica de forma íntegra a la persona. Pablo no quiere que el cuerpo se habitúe a una sensibilidad que le hace daño, que lo cosifica, sino que pide a la comunidad de Corinto, y en ella a nosotros, armonizar nuestros sentidos en Jesús y que nuestro cuerpo sea un templo bien trabajado para que more en él el Espíritu Santo y anticipar la plenitud de lo que somos, nuestra resurrección.

FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR. DOMINGO 10 de enero de 2021

Is 42,1-4.6-7: Mirad a mi siervo, a quien sostengo.

Sal 28,1-4.9-10: El Señor bendice a su pueblo con la paz.

Hch 10,34-38: Pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo.

Mc 1,7-11: Fue bautizado por Juan en el Jordán.

Los escenarios en los que se desarrollan los episodios del evangelista Marcos no son neutros, sino que ofrecen casi siempre un contexto para entender lo que sucede. El comienzo de este evangelio está ubicado en el río Jordán, el más importante de la Tierra de Palestina que atraviesa el país de norte a sur. Es una frontera natural y también teológica. A la tierra al Oeste del río vivía el pueblo judío, el pueblo santo, y al Este, llamado Transjordania, los pueblos no judíos, por lo tanto, no santos. Atravesar el agua del Jordán hacia un sentido u otro puede significar adentrarse en una tierra inhóspita, peligrosa, desamparada o acceder a la Tierra de la Promesa. Delimita el ámbito de lo antiguo y lo nuevo, las expectativas y el cumplimiento, el itinerario y la meta. Tras los cuarenta años del pueblo de Israel por el desierto finalmente llegaron a la Tierra donde manaba leche y miel superando la trinchera del Jordán, donde las aguas se frenaron en su curso para que pasaran. Rememoraba el gran acontecimiento de la salida de Egipto donde, hasta que el pueblo guiado por Moisés no pasa el mar Rojo a través de sus aguas, no se consuma definitivamente la liberación de los opresores. El agua barrió la esclavitud y la iniquidad al arrasar con las tropas egipcias y proporcionó un lugar seguro para el pueblo elegido.

Ahora es Jesús el que llega a este elemento fronterizo y no por casualidad. Juan está bautizando en el río, un ritual que busca una revisión y un cambio de vida motivado por la proximidad de un personaje mucho más importante que él, que va a bautizar con Espíritu Santo, con una fuerza divina que puede hacer cambiar las cosas. ¿Qué cosas?

La naturaleza, el cosmos creado por Dios, es para el evangelista Marcos un orden armonioso dentro del cual el ámbito humano está fuertemente alterado por relaciones desequilibradoras del necesario orden con que el Altísimo creó todo. La situación social y religiosa que describe Marcos revela graves desniveles entre una pequeña clase de poderosos y una gran masa de pobres, de una clase religiosa dirigente y un pueblo lejano a un cumplimiento exhaustivo de las leyes religiosas. Esta inequidad cada vez está más agravada.

La rasgadura en el cielo y la declaración de Jesús como Hijo amado de Dios acerca a una nueva esperanza para el orden en este mundo humano. Solo Dios puede causar la transformación y lo quiere hacer partiendo de lo humano. Será un hombre el que lo haga posible, el Hijo amado de Dios. Ya se atisba que es más que hombre y que tiene un vínculo especial y estrechísimo con el Santo. Su posición inicial es fronteriza, entre la tierra de los judíos y la de los paganos, entre el cielo y la tierra, entre la misericordia y la provocación, guardando un equilibrio. La brecha abierta en el cielo será paradigma de muchos más desgarrones, los que propicie este Hijo de Dios. El mundo suena a callo endurecido, la espada del Maestro saja para abrir al Espíritu; el corazón blindado en su pobreza es perforado por su Palabra para que el Espíritu ofrezca su docilidad para acostumbrarse a las manos de Dios. La novedad que nos trae requiere una nueva disposición a la que se llegará por agujeros, rajas, desgarros y descosidos en esta humanidad cuajada de quistes impermeables.

Llega el agua del Espíritu a todo sobre el que se abrió el cielo para ser vertido sobre él el don celeste, reclutando guerreros de las fronteras que hostigan con su testimonio vital a los que se han adormecido en una inopia y un letargo circular, redondo, cerrado, perfectamente condescendiente con la iniquidad y el desorden consentido.

SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR. 6 de enero de 2021. Día del Catequista Nativo y el I.E.M.E.

Mt 2,1-12: Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo.

                A los Magos de Oriente no se les engatusa de cualquier forma; quien quiera llamar su atención habrá de proporcionarles algo que realmente merezca su tiempo, su interés, su atención. Esta es una peculiaridad de los buscadores auténticos, que tienen observadas muchas luces y andados muchos caminos, que han escudriñado miles de astros y contemplado la historia en su sucesión de acontecimientos: ya no les cautiva lo que sea, han aprendido a renunciar a lo bueno para quedarse solo, solo, solo con lo mejor.

                De las miríadas de estrellas del firmamento solo una despertó su admiración y solo en ella implicaron sus conocimientos para interpretar el significado de su luz. Renunciaron al estudio de los demás astros por dedicarse a este con todos sus recursos o bien si les prestaron atención a los otros fue para saber más de este lucero novedoso. También entendían que las estrellas singulares despiertan atenciones sobre acontecimientos importantes, por lo que no se detuvieron en el descubrimiento de su estrella como si fuera lo definitivo, sino que continuaron buscando y buscando a través del itinerario que la estrella les marcaba.

                Se encontraron con otros para quienes también brillaba la estrella e incluso luces mayores. A Herodes y a sus sabios, sumos sacerdotes y escribas, les llegaba la claridad de las Escrituras, más luminosas que todos los astros del cielo juntos, y, sin embargo, no encontraron en ellas lo que se les ofrecía. También él, el rey Herodes, buscó en lo que tenía a su alcance, pero no con la apertura y sabiduría de los Magos; porque buscaba mal, egoístamente, rechazando lo que Dios le presentaba por no pensar más que en aquello a lo que los Magos, los buscadores sinceros de lo mejor, no le habrían concedido siquiera un instante de su atención: el poder, la riqueza, el prestigio. Y se quedó sin regalo.

                Los que sí quedaron regalados fueron los Magos que finalmente encontraron al objeto de su búsqueda, al Hijo de Dios hecho carne, después de un largo, larguísimo recorrido que tal vez habría comenzado muchos años atrás cuando se iniciaron en el arte de la observación del cielo, en las investigaciones con resultados adversos, los caminos frustrados y los aciertos… aquello que les hizo sabios e interesados por las cosas mejores y capacitados para interpretar bien.

                Pero, a fin de cuentas, no se encontraron más que con un niño y con sus padres. ¿Mereció la pena su búsqueda y su larga aventura? El relato de Mateo nos dice solo que, al verlo “cayeron de rodillas y lo adoraron”. Toda su sabiduría, todos sus años de ciencia, todos sus éxitos y todo lo que tenían (y es posible que fueran muy ricos), se quedó así, arrodillado ante el Niño Jesús. Cuanto ellos eran y tenían quedó concentrado en un momento y un gesto: abajarse como signo de alabanza ante un pequeño que ellos contemplaron como mucho mayor que ellos, por el que había merecido la pena todo lo que llevaban tras de sí. No nos cuenta el relato qué experimentaron en el encuentro, pero por el gesto podemos suponerlo, y porque, al contar el evangelista que, al volver a ver la estrella tras su estancia en el palacio de Herodes se llenaron de gran alegría, esta alegría sería mucho mayor al dar con Aquel hacia quien les había ido guiando la estrella.

¿Podrían retener entre los suyos, incluso entre los desconocidos, la alegría de haberse encontrado con el que habían estado buscando desde hacía tanto? Habían buscado lo mejor y se habían encontrado con alguien todavía Mejor. Sabiéndose regalados, no dejarían de regalar a cualquier que se encontrasen la alegría de Dios con nosotros y no por otra causa sino porque ellos mismos lo habían experimentado. Y tal vez habrían aprendido también a que, si Dios había brillado en la carne humana, en cada pensamiento, actividad, proyecto humano… en cada hombre, podría encontrarse más luminoso un astro que apunta hacia Dios como el regalador fiel y constante.

DOMINGO II DE NAVIDAD (ciclo B). 3 de enero de 2021

Sab 24,1-2.8-12: “Pon tu tienda en Jacob, entra en la heredad de Israel”.

Sal 147: El Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros.

Ef 1,3-6.15-18: Él nos eligió en la persona de Cristo.

Jn 1,1-18: Y el Verbo se hizo carne.

Pasar por un mismo itinerario muchas veces no garantiza que tengamos consciencia de lo que hay en él, ni siquiera de una modesta parte del total. Las cosas simplemente están ahí. Pero en alguna ocasión bien el comentario de alguien bien un acontecimiento fortuito nos despierta el interés sobre un edificio, un monumento, un jardín, una tienda… en los que no habíamos reparado antes con suficiente detenimiento. Quizás entre esos habituales desconocidos por los que, de repente, puede avivarse la curiosidad, están las casas; más intrigantes en la medida en que están llenas de vida y nos llevan a la intimidad de personas, es decir, allí donde nos expresamos y relacionamos tal cual somos.

                La lectura del Evangelio de este domingo nos llama la atención sobre una casa. La liturgia es persistente, pues es la tercera vez que nos ofrece este prólogo del evangelio de san Juan en estos días, y abre las puertas del hogar del Niño de Belén para asomarnos a lo íntimo de su vida familiar. Muestra lo que era antes de hijo de María y lo que será siempre como Hijo de Dios. Juan lo llama con el término “Logos” que nosotros traducimos por Palabra o Verbo. Su significado es muy rico y resulta complejo definirlo, pero podríamos decir que es Aquel que nos dice quién es Dios y qué es la realidad. Así como la palabra identifica cada cosa, la Palabra de Dios, su Hijo, nos habla del Padre y del Espíritu y de sí mismo, y de la obra creadora de Dios, como el mensaje que Dios Padre quiere comunicarnos, lleno de belleza, de verdad, de bondad, de justicia…

                El evangelista Juan también llama al Hijo de Dios Vida y Luz, en contraste con las tinieblas, que no lo han recibido y, aunque no lo explicita, con la muerte, que se opone a la Luz. Estos términos, Vida y Luz, suscitan el deseo de conocer al Niño de María. La casa de Dios se percibe, antes que nada, bella. Cuando uno se detiene a contemplarla se encuentra con un espacio armonioso, en el que se está a gusto, que transmite paz, consuela y fortalece. Luego pueden venir apreciaciones más en detalle, al modo como cuando nos quedamos ensimismados ante una casa extraordinaria que nos impresiona: ¡Qué jardín tan bien cuidado! ¡Cuánta limpieza! ¡Qué bien hecha que está! ¡No le falta detalle! ¡Cuánta belleza!

                Pues bien, la familia de esta impresionante casa ha enviado a su Hijo a nuestras casas, muy modestas, pero para Él encantadoras. Porque, primero, es Él quien las ha creado, todas bellas, y les ha proporcionado encantos que hacen a cada una única y a todas especiales. Nos cuenta Juan que muchos no han querido recibir al Hijo de Dios que ha venido a vivir entre nosotros e incluso lo han rechazado como vecino. Pero, no obstante, Él, que ha estado preparando esta acomodación en nuestra carne desde tiempo atrás, por los profetas, del primero al último, el Bautista, ha llegado a limpiar, a ordenar y a que nuestras casas formen parte de su palacio, recibiendo como moradores al Espíritu y al Padre también.

                ¿Qué tendrá esta casa nuestra que ha cautivado al mismo Dios para hacerla casa suya? Aunque solo sea por la dignidad de este visitante, ya paisano nuestro, ¿no habrá que procurar que todo esté lo más limpio y ordenado posible? Trabajar por la belleza, la bondad, la paz, la justicia, la verdad es hacer que Dios se sienta en su propia casa. Al mirarlo a Él, maravillados, todo nos habría de parecer poco por procurarle, cada vez, un lugar más digno en nuestro mundo. Será bueno antes detenernos a admirar maravillados la belleza del hogar divino y así valorar más en su justa medida que haya querido hacerse uno de los nuestros entre nosotros.

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