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Exposición del Santísimo 

En San Pedro Apóstol TODOS LOS JUEVES de 19.30 a 20.30

En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

Ciclo B

VIGILIA PASCUAL. 3 de abril de 2021

VIGILIA PASCUAL. 5 de abril de 2015

Gn 1,1-2,2; Gn 22,1-18; Ex 14,15-15,1; Ex 15,1-18; Is 54,5-14; Is 55,1-11; Is 12,2-6; Bar 3,9-15.32-4,4; Ez 36,16-28; Rm 6,3-11; Mc 16,1-7.

 

El hueco del sepulcro acogía el destino inexorable del género humano: la condición mortal, de la que nadie puede escapar, y la condena del inocente, como la confirmación de una especie de “selección natural” donde el poderoso somete al débil hasta su anulación. La cavidad era pequeña, pero albergaba en su seno la esencia de la historia de la humanidad: muerte y tiranía, temporalidad y pecado. De nuevo el género humano sentenció el final irrevocable y la piedra de la tumba lo selló, pero hubo algo novedoso, porque en esta ocasión silenció al mismo Dios, el mismo que se presentó o se ausentó silencioso en el sinfín de injusticias de la historia. 

 

Por cierta condescendencia habría que otorgarle el turno de palabra a este Dios desacreditado con la pasión y muerte de su Hijo y de todos los hijos de los hombres antes y después del Maestro Nazareno. El final está claro y rubricado en el sepulcro. ¿Qué hubo al principio?

 

Con solo pronunciar Dios le dio el ser a cada una de sus criaturas y en cada una, encontró bondad y belleza (“vio Dios que era bueno-bello"). Desde el Principio su Palabra está ligada a la vida, a la bondad y a la belleza. La semana creadora llega a su culmen dándole vida al ser humano, hombre y mujer, en él cobra sentido cuanto creó anteriormente, provocando aún mayor admiración pues vio Dios que era muy bueno, muy bello.  

 

Palabra, vida, bondad y belleza estarán necesariamente unidas a la historia de la salvación y solo desde estos pilares podremos acercarnos a ver lo que ven los ojos de Dios y a sentir lo que siente su corazón, es decir, a su proyecto y a su voluntad.

 

Las mujeres que se acercaron el domingo al sepulcro del Señor no aguardaban encontrar más allá de lo que la evidencia de la cruz y lo que nuestra naturaleza concede. Una pesada piedra trazaba la frontera entre el terreno de los vivos y del muerto. Se preguntaban quién les movería aquella pesada puerta para acceder al interior de la tumba. Sin embargo, la encontraron corrida. El Dios que hizo rasgar los cielos y el velo del templo indicando la superación de la distancia entre lo divino y lo humano, aportaba la novedad que sobrepasaba la naturaleza humana abocada a la muerte. El anuncio de la resurrección de Jesucristo inauguraba la esperanza de la vida y de la victoria sobre toda injusticia. 

VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR. 2 de abril de 2021

VIERNES SANTO. 2 de abril de 2021

 

Is 52,13-53,12: Mirad, mi siervo tendrá éxito.

Sal 30: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.   

Hb 4,14-16. 5,7-9 se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

Jn 18,1-19,42: “Jesús, el Nazareno, rey de los judíos”.

 

En lo alto de la Cruz un letrero escrito por Pilato revelaba el motivo de la crucifixión: “Jesús, el Nazareno, Rey de los judíos”. Los sumos sacerdotes pidieron a Pilato que rectificase el letrero indicando: “Este ha dicho: soy el rey de los judíos”, pero Pilato respondió: “Lo escrito, escrito está” y el cartel escrito se quedó, tal y como se dispuso, allá sobre la cabeza del crucificado, explicando la razón de su condena. Pilato escribió, las autoridades judías protestaron para que se escribiera otra cosa y el condenado, el Hijo de Dios, llevado por unos y por otros, dejaba que escribiesen sobre Él (no acerca de Él, sino labrando su propia historia).

Inquieta que sean otros quienes escriban marcando el camino por el que has de andar. Sobre el Maestro escribió Judas, uno de los Doce, con caligrafía de traidor para facilitar su prendimiento. Escribieron las autoridades religiosas pidiendo revancha de asesinato. También lo hizo el pueblo, un día con tinta de alabanza cuando entraba en Jerusalén y otro con petición de crucifixión queriendo echarlo fuera de la ciudad. Escribió un extranjero venido de Roma, indiferente a la historia de la salvación, que cedió a las presiones y lo entregó para que lo crucificaran. Incluso sus mismos discípulos escribieron, con su abandono, el desamparo y la desprotección. 

Para ninguno de ellos preparó quejas Jesús, el Nazareno, aunque lo llevaron adonde Él no había pedido. Simplemente se anticipó a todos llevando traición, envidias, rencores, populismo, ignorancia, despotismo y cobardías, adonde Él quiso. Toda aquella corriente de acontecimientos entrelazados entre unos y otros para conducir a Cristo a una Cruz inexorable fue agarrada por Jesús en el madero como si se tratara de unas riendas guiando el destino irreversible hacia algo absolutamente libre: el amor. Si no fue libre para su condena y su crucifixión, fue libre, libérrimo, para amar, para perdonar, para ser condescendiente con su ignorancia y para salvar. Y de esta manera condujo aquella marea de malicia y podredumbre humana hasta el florecer de la misericordia divina. Su obediencia al Padre por amor, lo liberó de la esclavitud del destino. Qué poderoso es este “Rey de los judíos” a quien ni el flagelo ni los clavos ni el fracaso le hacen ceder a la maravilla del perdón incondicional y el amor hasta el extremo. 

¡Qué poderosos nosotros si, a ejemplo del Maestro, fuéramos conscientes del don del Espíritu que nos hace libres para ser de Cristo y de su misericordia, a pesar de que otros o los acontecimientos advenedizos escriban aventurando nuestro camino! El Padre, que no ha llamado a la libertad, no nos eximirá de lo que ajenos vayan a escribir en nuestra historia como lazos incómodos, pero sí que recogerá todo aquello en el corazón dócil a su amor, como abono para el brote de resurrección que anticipa su victoria y la nuestra en Él. 

JUEVES SANTO DE LA CENA DEL SEÑOR. DÍA DEL AMOR FRATERNO. 1 de abril de 2021

JUEVES SANTO. 1 de abril de 2021

Ex 12,1-8.11-14: Este día será para vosotros memorable. 

Sal 115: El cáliz de la bendición es la comunión con la sangre de Cristo. 

1Co 11,23-26: He recibido una tradición, que procede del Señor. 

Jn 13,1-15: Los amó hasta el extremo.

 

Nuestro Señor ha preparado un banquete. Que no haya descuido con esta mesa que tanto nos ha de alimentar. Que no falte el alimento, el que comieron nuestros hermanos mayores en Egipto, cuando el Señor los liberó de la esclavitud y los guio por el desierto acompañándolos en su caminar. Que no falten el cordero y las hierbas amargas; que haya pan ácimo, pan sin fermentar. Es necesario recibir el sustento necesario y celebrar la victoria del Señor que protege a su pueblo. 

Que no falten los manjares del nuevo banquete donde el pan y el vino han de traspasar las delicias de su condición para traernos mucho más que pan y mucho más que vino. Que no falte el que los ofrece asociados a su propia vida hasta hacerlos cosa suya, cuerpo suyo, exquisiteces para la participación divina y que no falten sus elegidos para que nunca deje de prepararse la mesa y transmitir lo que Él nos entregó. 

Que no falten las palabras que hacen memoria del pasado y del futuro para vivir el presente. Palabras que nos dicen lo que sucedió y que no quedará completamente resuelto hasta la gloria definitiva. 

Que no falte el agua para una milagrosa transformación, como sucedió en Caná cuando la boda. Si allí manifestó Cristo su compromiso de Esposo con la Iglesia partiendo de la simple agua de unas tinajas, aquí ratifica su amor con otro milagro que nace del agua. El agua no sube a la mesa del banquete por sí misma. Habiendo comida de pan, y bebida de vino, no se echa de menos el agua. Y, sin embargo, esto que celebramos, que nos dejó preparado Jesucristo, exigía un agua cualificada. 

La tomó al final del banquete. Estaba aparte, pero Él la arrimó a la mesa y a los comensales; era necesaria hacerla partícipe de aquello que se celebraba. El rumor del agua en la vida de Cristo suena en muchos momentos y todos vinculadas a la vida: su bautismo, el primero de sus signos en la boda de Caná, el encuentro con la samaritana... el costado abierto tras su muerte del que brotaba agua junto con la sangre. 

El mismo Jesucristo llegó poderosamente a nuestra vida por medio del agua, un agua misteriosamente tocada por el Espíritu; se nos derramó y quedamos empapados de este Espíritu cuando nuestro Bautismo. Algo tan necesario para la supervivencia se había convertido en otra cosa completamente gratuita para la vida eterna. 

El agua de aquella cena de despedida contenía el rumor de nuestro bautismo y cuando volvemos a escuchar cómo es vertida sobre los pies de sus discípulos por el Señor, no ha de dejar de recordarnos nuestro compromiso con esta mesa, desde los alimentos primeros hasta el agua. El bautismo nos compromete con el alimento, que no ha de faltar en ninguna mesa, con el pan y el vino del Cuerpo de Cristo, con la Palabra... pero no estarán completos sin el servicio, no se aceptarán como regalos del amor de Dios si no nos convierte a los comensales en servidores el amor.

Que no falten los invitados a este banquete, que se quedan en él hasta el final y lo viven todo como banquete. Que no falten quienes se dejan servir por el Señor para comunicar alegres esta experiencia sin otro testimonio que su propio servicio. Que nadie nos llamemos cristianos, de Cristo, sino porque, buscándolo a Él, hemos tenido que inclinarnos para descubrirlo entre los pies (las pobrezas, heridas, humillaciones, pecados) de los hombres, y allí hemos aprendido el don de su misericordia. 

DOMINGO DE RAMOS (ciclo B). 28 de marzo de 2021

 

Mc 11,1-10: Bendito el reino que viene, de nuestro padre David. 

Is 50,4-7: Sabía que no quedaría defraudado. 

Sal 21: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Fp 2,6-11: No hizo alarde de su categoría de Dios. 

Mc 14,1-15,47: “Tomad todos, esto es mi cuerpo”. 

 

Todo lo que vamos a celebrar en estos días de Semana Santa queda anticipado en la liturgia de este domingo. No toda alabanza puede identificarse con el triunfo, ni el desprecio y el maltrato con la derrota. Cantaron los peregrinos que subían a Jerusalén acompañando al Señor proclamando con hosannas y bendiciones al Maestro montado en un borriquillo. Cantó también siglos antes Isaías un siervo de Dios sufridor de desprecios y ultrajes, pero con una misión de ánimo para con los abatidos, los necesitados de esperanza. Él mismo tendrá puestas su esperanza en el Dios que no lo priva de las burlas y golpes, pero sabiendo que no lo defraudará. Las otras lecturas apoyan esta experiencia del “Siervo de Yahvé”: el salmo acentuando la experiencia dramática de soledad y desprotección hasta clamar a Dios por verse como desamparado de Él y en la Carta a los Filipenses, indicando el itinerario del Hijo divino que asume lo humano haciéndose hombre, para por su obediencia, pasar por la humillación y la muerte, hasta su exaltación sobre todo y todos. 

Lo que cantó Isaías sobre aquel misterioso personaje tan cercano a Dios y tan atacado por los hombres, ha de completarse con lo que cantó el salmista y el mismo Pablo, pero no lo veremos hecho carne de historia sino en los relatos de la pasión que recogen los cuatro evangelistas. Este Domingo escuchamos el de Marcos, que ocupa una quinta parte de su Evangelio. Su narración se abre con la clara manifestación de la intención de acabar con Jesús, seguido de un extraño pasaje donde es perfumado con un caro ungüento por una mujer de la que no se dice el nombre. Ese episodio se conoce con el nombre de “unción en Betania”, que el mismo Jesús interpreta como un anuncio de su sepultura, cuando, según la costumbre judía, su cuerpo recibiría varios ungüentos aromáticos. El Maestro alaba el gesto de amor de la mujer y encontramos ahí una invitación a acercarnos al misterio de su pasión, muerte y resurrección con una actitud desprendida y generosa hacia Él, para que, más que comprender lo que conmemoramos sobre los últimos días del Señor, se trata fundamentalmente de amar y como cada uno puede y sabe. De este modo aquella mujer ejemplificaría al creyente que, amando, integra todo lo que padeció el Señor desde la mayor proximidad, asumiendo sus propios sentimientos, como señala san Pablo en el himno de Filipenses de la segunda lectura. 

Tras esta unción premonitoria, insistirá Marcos en el complot contra Jesús y relatará a continuación la Cena de despedida, la oración en Getsemaní, los dos juicios: religioso y político, su condena, crucifixión, muerte y sepultura. Todo queda dicho sobre la obediencia del Hijo de Dios, sobre su entrega, sobre su amor por los hombres, pero también queda todo en suspense esperando la noticia que dé sentido a su asesinato. Así el relato de su pasión y muerte acentúa las expectativas del que confía en que Dios no puede defraudar ni dejar desamparado; acrecienta la espera en su resurrección, lo que dará sentido a todos los cantos, que cantaban al sufriente siervo y al aclamado en su subida a Jerusalén. 

DOMINGO V DE CUARESMA (ciclo B). 21 de marzo de 2021

Jr 31,31-34: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones.

Sal 50: Oh Dios, crea en mí un corazón puro.

Hb 5,7-9: Aprendió, sufriendo, a obedecer.

Jn 12,20-33: A quien me sirva, el Padre lo premiará. 

 

La importancia del grano de trigo es escasa para el sembrador si no llega en tropa. Poco le ha de preocupar que se eche a perder un grano que, por sí e individual es insignificante para sus expectativas, porque piensa en dimensiones de cosecha y lo que deje de dar un solo grano apenas resta, en todo caso nada perceptible en el montón. Sin embargo, así se mostraba este Maestro galileo al que querían ver unos griegos, unos judíos de cultura helenística. Sin duda, habrían oído hablar a Jesús y deseaban satisfacer su curiosidad una vez que se habían acercado a Jerusalén para celebrar la fiesta. El Maestro precave sobre lo que se van a encontrar: una gloria que no es la habitualmente esperable, sino que comparte la dinámica de la semilla de cereal donde su victoria ha de pasar por el riesgo de lanzarse a la tierra y desaparecer para luego romperse y germinar. 

El mensaje queda ofrecido para todo el que se interese por Jesús: habrá de encontrarlo glorioso, pero con una gloria de Cruz. Para llegar a la primera por medio de la segunda no escatimará en dos actitudes: obediencia y servicio. La carta a los Hebreos lo recoge: “Aprendió sufriendo a obedecer”. No habrá obediencia si no hay renuncia y esto llevará a la ruptura del cuerpo del grano, el sufrimiento de resistirse a su propia supervivencia. Puede entenderse de diversos modos este sobrevivir humano, pero en todos los casos es un entrar en pelea con la Vida en plenitud prometida y ofrecida por Dios Padre. El sufrimiento de Cristo le llegaría por medio de la traición, el abandono, el maltrato terrible de su cuerpo y la sensación de fracaso rotundo, hasta incluso percibir cierto distanciamiento por parte del Padre para dejarlo en la soledad más árida. Así es como se rompió como grano y murió para la vida. 

Para vivir la dinámica del grano de trigo no es suficiente con la fuerza de voluntad. Esta, además, puede provocar una violencia erosionante y contraproducente. El arte del grano se vive desde el corazón cautivado. El corazón grabado por el Ley del Señor del que habla Jeremías es aquel que se ha hecho accesible para Dios; lo ha dejado pasar, ha entablado conversación con Él y se ha dejado seducir. Es cierto que a veces un corazón se engatusa con facilidad por cualquier atractivo que le haga palpitar de un modo nuevo o viejo, y de ellos adolece en heridas y manchas. Por eso, cuando Dios llega a él lo purifica y lo rejuvenece. Es uno de los primeros síntomas de que lo que ofrece el Señor rebasa con creces lo que otras propuestas seductoras. Y además se ajusta y desborda con abundancia lo que el mismo corazón desea hasta no repudiar la obediencia ni la entrega ni la muerte, sino aceptarla alegre por estar con Él. Aquí es donde llegará el fruto y el triunfo y la gloria.

DOMINGO IV DE CUARESMA (B). "LAETARE". 14 de marzo de 2021

2Cro 36,14-16. 19-23: ¡Que el Señor, su Dios, esté con él!
Sal 136: Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti.
Ef 2,4-10: Estáis salvados por pura gracia.
Jn 3,14-21: Tanto amó Dios al mundo que envió a su primogénito.

 

La historia es una parlanchina incansable, aunque no se le preste la atención suficiente. Lo que ella dice se entiende de modos diversos dependiendo de la persona y el momento. Conversamos mejor con los acontecimientos mejor cuando nos acercamos a ellos desde la distancia procurando descubrir su significado.

El Pueblo de Israel, al vivir en lo inmediato, renunciaba a la historia, a la comprensión de lo sucedido en base a la Alianza de Dios con ellos. Los libros de las Crónicas aportan la interpretación de los acontecimientos desde los ojos de la clase sacerdotal. La mayor parte de los episodios narrados ya están recogidos por los libros de Samuel y Reyes, pero aquí la perspectiva enriquece la valoración de los hechos. La primera lectura de este domingo, del segundo libro de las Crónicas, recuerda insistentemente en el amor de Dios por su pueblo que buscaba su bien con oportunidades repetidas a pesar de su infidelidad hasta que, finalmente, dada la maldad de todos (y el libro se encarga de enumerar grupos de dirigentes y el pueblo en su conjunto como culpables del rechazo a Dios), van a sufrir un terrible castigo: la conquista de Jerusalén y la destrucción del templo, la deportación a Babilonia y el destierro durante setenta años... hasta el regreso. Al final no aguarda la desgracia, sino la restauración de la alianza y la resconstrucción del lugar sagrado. La perspectiva hilvanada de los hechos les ofrece la interpretación profunda y real: han sido infieles y por eso le ha sobrevenido la desgracia, pero el amor de Dios, tras la purificación por el castigo, les ha devuelto lo perdido.

También un fariseo miembro del sanedrín, el tribunal de justicia judío, llamado Nicodemo, tenía interés por la conversación. Había visto los milagros y signos que hacía Jesús. Para algunos compañeros eran una provocación por parte de alguien no autorizado ("¿de dónde le viene esa autoridad?"). Él entendía que aquellos prodigios y gestos proféticos no podían venir sino de un hombre de Dios. Le llamaría poderosamente la atención aquel maestro galileo. Es posible que tuviese que pelear internamente entre retener su curiosidad para no llamar la atención y acercarse a Él, aun sabiendo que no iba agradar a sus compañeros fariseos. Juan nos dice que fue de noche, como a hurtadillas, y tuvo una conversación con el Maestro, porque, intepelado por la novedad que Él traía, quería conocer el designio de Dios en todo ello. La conversación personal, atenta, incluso nocturna (en el contexto silencioso de la noche) invita a una nueva lectura de la historia, la historia que más nos interesa: la de la Salvación.

Primero el Maestro le indica cómo lo sucedido en el Antiguo Testamento anticipa lo que va a suceder con Él. La serpiente sanadora elevada por Moisés preludia la Cruz Salvadora de Jesús, el sanador y, por tanto, será el signo más patente del amor misericordioso de Dios, que quiere que todos se salven. La alusión a que Él no ha sido enviado para juzgar, parece una pequeña ironía, porque Nicodemo es miembro del tribunal religioso que va a juzgar a Jesús. La actitud de Dios difiere de los hombres, que van a juzgar y condenar al mismo Hijo de Dios. Y, sin embargo, Él es la Luz, el que nos aclara quiénes somos, el que ilumina la historia para entenderla y descubrir a Dios en ella, frente a los esfuerzos humanos por oscurecer su presencia.

La lucidez, la claridad implica un reconocimiento del pecado y la situación a la que aboca el mal al ser humano, la muerte, y la consciencia de que prevelece, con mucho, el don de Dios y su misericordia. Pablo lo predica en este fragmente de su carta a los Efesios. Es abrumadora la cantidad de palabras que le dedica a las muestras del amor de Dios al hombre con respecto a la escueta expresión sobre el pecado y la muerte, que queda envuelto por todo lo concerniente al don divino. Pero a esto no se puede hacer memoria de la bondad divina, sin recordar la infidelidad humana, especialmente la propia, personal.

La lengua ineficaz y la incapacidad para la acción, nos expresa el salmo 136, son signo del olvido de Jerusalén, de la casa de Dios, de la relación con el Señor. No sería un mal ejercicio revisar en nuestra vida, cómo ha repercutido nuestro olvido de Dios y cómo se ha visto afectada nuestra palabra y nuestro obrar. Conversar con la historia, en Cristo, nos hace capaces de más luz.

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