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Exposición del Santísimo 

En San Pedro Apóstol TODOS LOS JUEVES de 19.30 a 20.30

En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

Ciclo B

DOMINGO II DE PASCUA. DE LA DIVINA MISERICORDIA. 11 DE ABRIL DE 2021

Hch 4,32-35: En el grupo de los creyentes todos pensaba y sentían lo mismo. 

Sal 117: Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

1Jn 5, 1-6: Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. 

Jn 20,19-31: “Dichosos los que crean sin haber visto”. 

 

El grupo de discípulos de Jesús, desperdigados con su pasión y su muerte, volvieron a reunirse constreñidos por el miedo. Lo que habían compartido con el Maestro era suficiente para mantener los vínculos de grupo, pero un conjunto silenciado y estéril. El encuentro del Señor resucitado con ellos y el envío del Espíritu Santo va a generar unas relaciones que sobrepasan los límites del grupo para convertirlos en una unidad de comunión. Nace la Iglesia recibiendo un poder para “perdonar y retener los pecados”. La expresión es chocante, pero remite a un modo habitual en arameo, el idioma de Jesús y sus apóstoles, donde las binas de contrarios (dar y recibir, llevar y dejar, esparcir y recoger...) son habituales para significar totalidad. De ser una corporación derrotada y sin perspectivas, la comunidad de discípulos pasa a tener aquella magnífica prerrogativa capaz de generar una auténtica revolución histórica. La causa de la destrucción humana, de sus males y frustraciones: el pecado, tiene un antídoto que emerge de la misericordia del Padre en Jesucristo y que entrega a su Iglesia gracias al Espíritu Santo. La Iglesia puede perdonar y borrar así el pecado de cada hombre que se acerque a la misericordia divina. Por lo tanto, la Iglesia se convierte en la puerta para la renovación humana, para la salvación. 

Esto se produce en día de la Resurrección de Cristo, el primer día de la semana, cuando la familia cristiana se congrega para celebrar en la Eucaristía la comunión con Dios y entre los hermanos. Con la memoria de Jesucristo resucitado y de su obra salvadora, se hace actual su presencia aquí y ahora renovando todo por el Espíritu. 

Tomás se encontraba fuera cuando el Resucitado se les apareció a los otros discípulos. El testimonio de sus hermanos le resultó insuficiente para convencerlo. Es posible que la tristeza le influyera poderosamente, pero, ante todo, llama la atención que desestimara la expresión unánime de todos y no estuviese dispuesto a creer si no veía. Las razones de Tomás, de lógica aplastante, no alcanzaban a la realidad provocada por la Resurrección de Cristo, cuya verdad residía en la Iglesia en comunión. No es infrecuente que nuestras razones se enfrenten con firmeza a la tradición de la Iglesia y pongan en duda, por tanto, la credibilidad de la presencia del Señor en ella. La descripción de las primeras comunidades cristianas que ofrece el libro de los Hechos hace creíble una continuidad del Evangelio de Jesús más allá de su muerte, porque vivían en comunión. Tenían un mismo corazón y una misma alma, se cuidaban unos a otros y no dejaban que nadie pasase necesidad. De esta manera acreditaban que el Señor había resucitado realmente, porque ellos querían vivir en trance de Resurrección, que solo es posible desde la comunión con Dios y con aquellos a quienes, en esta dinámica, han de ser llamados y tratados como hermanos. Siendo la resurrección manifestación de la misericordia de Dios, los misericordiosos ofrecen la predicación más convincente de que el Resucitado vive y da vida. La desconfianza en la Resurrección genera distancia en la comunión con Dios y con la familia de los hermanos en Cristo. 

Es probable que, al escribir el evangelista este episodio en el que Tomás niega la resurrección del Señor tras el testimonio de sus hermanos, tuviese en mente a los cristianos de generaciones que no habían conocido directamente a Jesús o a sus apóstoles y tuviesen sospechas, como sucede hoy, no de que haya hecho tales milagros o predicados aquellas parábolas, sino de que haya resucitado. Lo primero que se amenaza el separarse de la comunión de la Iglesia o de ponerla en duda es la resurrección, precisamente su divinidad y su victoria sobre el mal y el pecado.

VIGILIA PASCUAL. 3 de abril de 2021

VIGILIA PASCUAL. 5 de abril de 2015

Gn 1,1-2,2; Gn 22,1-18; Ex 14,15-15,1; Ex 15,1-18; Is 54,5-14; Is 55,1-11; Is 12,2-6; Bar 3,9-15.32-4,4; Ez 36,16-28; Rm 6,3-11; Mc 16,1-7.

 

El hueco del sepulcro acogía el destino inexorable del género humano: la condición mortal, de la que nadie puede escapar, y la condena del inocente, como la confirmación de una especie de “selección natural” donde el poderoso somete al débil hasta su anulación. La cavidad era pequeña, pero albergaba en su seno la esencia de la historia de la humanidad: muerte y tiranía, temporalidad y pecado. De nuevo el género humano sentenció el final irrevocable y la piedra de la tumba lo selló, pero hubo algo novedoso, porque en esta ocasión silenció al mismo Dios, el mismo que se presentó o se ausentó silencioso en el sinfín de injusticias de la historia. 

 

Por cierta condescendencia habría que otorgarle el turno de palabra a este Dios desacreditado con la pasión y muerte de su Hijo y de todos los hijos de los hombres antes y después del Maestro Nazareno. El final está claro y rubricado en el sepulcro. ¿Qué hubo al principio?

 

Con solo pronunciar Dios le dio el ser a cada una de sus criaturas y en cada una, encontró bondad y belleza (“vio Dios que era bueno-bello"). Desde el Principio su Palabra está ligada a la vida, a la bondad y a la belleza. La semana creadora llega a su culmen dándole vida al ser humano, hombre y mujer, en él cobra sentido cuanto creó anteriormente, provocando aún mayor admiración pues vio Dios que era muy bueno, muy bello.  

 

Palabra, vida, bondad y belleza estarán necesariamente unidas a la historia de la salvación y solo desde estos pilares podremos acercarnos a ver lo que ven los ojos de Dios y a sentir lo que siente su corazón, es decir, a su proyecto y a su voluntad.

 

Las mujeres que se acercaron el domingo al sepulcro del Señor no aguardaban encontrar más allá de lo que la evidencia de la cruz y lo que nuestra naturaleza concede. Una pesada piedra trazaba la frontera entre el terreno de los vivos y del muerto. Se preguntaban quién les movería aquella pesada puerta para acceder al interior de la tumba. Sin embargo, la encontraron corrida. El Dios que hizo rasgar los cielos y el velo del templo indicando la superación de la distancia entre lo divino y lo humano, aportaba la novedad que sobrepasaba la naturaleza humana abocada a la muerte. El anuncio de la resurrección de Jesucristo inauguraba la esperanza de la vida y de la victoria sobre toda injusticia. 

VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR. 2 de abril de 2021

VIERNES SANTO. 2 de abril de 2021

 

Is 52,13-53,12: Mirad, mi siervo tendrá éxito.

Sal 30: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.   

Hb 4,14-16. 5,7-9 se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

Jn 18,1-19,42: “Jesús, el Nazareno, rey de los judíos”.

 

En lo alto de la Cruz un letrero escrito por Pilato revelaba el motivo de la crucifixión: “Jesús, el Nazareno, Rey de los judíos”. Los sumos sacerdotes pidieron a Pilato que rectificase el letrero indicando: “Este ha dicho: soy el rey de los judíos”, pero Pilato respondió: “Lo escrito, escrito está” y el cartel escrito se quedó, tal y como se dispuso, allá sobre la cabeza del crucificado, explicando la razón de su condena. Pilato escribió, las autoridades judías protestaron para que se escribiera otra cosa y el condenado, el Hijo de Dios, llevado por unos y por otros, dejaba que escribiesen sobre Él (no acerca de Él, sino labrando su propia historia).

Inquieta que sean otros quienes escriban marcando el camino por el que has de andar. Sobre el Maestro escribió Judas, uno de los Doce, con caligrafía de traidor para facilitar su prendimiento. Escribieron las autoridades religiosas pidiendo revancha de asesinato. También lo hizo el pueblo, un día con tinta de alabanza cuando entraba en Jerusalén y otro con petición de crucifixión queriendo echarlo fuera de la ciudad. Escribió un extranjero venido de Roma, indiferente a la historia de la salvación, que cedió a las presiones y lo entregó para que lo crucificaran. Incluso sus mismos discípulos escribieron, con su abandono, el desamparo y la desprotección. 

Para ninguno de ellos preparó quejas Jesús, el Nazareno, aunque lo llevaron adonde Él no había pedido. Simplemente se anticipó a todos llevando traición, envidias, rencores, populismo, ignorancia, despotismo y cobardías, adonde Él quiso. Toda aquella corriente de acontecimientos entrelazados entre unos y otros para conducir a Cristo a una Cruz inexorable fue agarrada por Jesús en el madero como si se tratara de unas riendas guiando el destino irreversible hacia algo absolutamente libre: el amor. Si no fue libre para su condena y su crucifixión, fue libre, libérrimo, para amar, para perdonar, para ser condescendiente con su ignorancia y para salvar. Y de esta manera condujo aquella marea de malicia y podredumbre humana hasta el florecer de la misericordia divina. Su obediencia al Padre por amor, lo liberó de la esclavitud del destino. Qué poderoso es este “Rey de los judíos” a quien ni el flagelo ni los clavos ni el fracaso le hacen ceder a la maravilla del perdón incondicional y el amor hasta el extremo. 

¡Qué poderosos nosotros si, a ejemplo del Maestro, fuéramos conscientes del don del Espíritu que nos hace libres para ser de Cristo y de su misericordia, a pesar de que otros o los acontecimientos advenedizos escriban aventurando nuestro camino! El Padre, que no ha llamado a la libertad, no nos eximirá de lo que ajenos vayan a escribir en nuestra historia como lazos incómodos, pero sí que recogerá todo aquello en el corazón dócil a su amor, como abono para el brote de resurrección que anticipa su victoria y la nuestra en Él. 

JUEVES SANTO DE LA CENA DEL SEÑOR. DÍA DEL AMOR FRATERNO. 1 de abril de 2021

JUEVES SANTO. 1 de abril de 2021

Ex 12,1-8.11-14: Este día será para vosotros memorable. 

Sal 115: El cáliz de la bendición es la comunión con la sangre de Cristo. 

1Co 11,23-26: He recibido una tradición, que procede del Señor. 

Jn 13,1-15: Los amó hasta el extremo.

 

Nuestro Señor ha preparado un banquete. Que no haya descuido con esta mesa que tanto nos ha de alimentar. Que no falte el alimento, el que comieron nuestros hermanos mayores en Egipto, cuando el Señor los liberó de la esclavitud y los guio por el desierto acompañándolos en su caminar. Que no falten el cordero y las hierbas amargas; que haya pan ácimo, pan sin fermentar. Es necesario recibir el sustento necesario y celebrar la victoria del Señor que protege a su pueblo. 

Que no falten los manjares del nuevo banquete donde el pan y el vino han de traspasar las delicias de su condición para traernos mucho más que pan y mucho más que vino. Que no falte el que los ofrece asociados a su propia vida hasta hacerlos cosa suya, cuerpo suyo, exquisiteces para la participación divina y que no falten sus elegidos para que nunca deje de prepararse la mesa y transmitir lo que Él nos entregó. 

Que no falten las palabras que hacen memoria del pasado y del futuro para vivir el presente. Palabras que nos dicen lo que sucedió y que no quedará completamente resuelto hasta la gloria definitiva. 

Que no falte el agua para una milagrosa transformación, como sucedió en Caná cuando la boda. Si allí manifestó Cristo su compromiso de Esposo con la Iglesia partiendo de la simple agua de unas tinajas, aquí ratifica su amor con otro milagro que nace del agua. El agua no sube a la mesa del banquete por sí misma. Habiendo comida de pan, y bebida de vino, no se echa de menos el agua. Y, sin embargo, esto que celebramos, que nos dejó preparado Jesucristo, exigía un agua cualificada. 

La tomó al final del banquete. Estaba aparte, pero Él la arrimó a la mesa y a los comensales; era necesaria hacerla partícipe de aquello que se celebraba. El rumor del agua en la vida de Cristo suena en muchos momentos y todos vinculadas a la vida: su bautismo, el primero de sus signos en la boda de Caná, el encuentro con la samaritana... el costado abierto tras su muerte del que brotaba agua junto con la sangre. 

El mismo Jesucristo llegó poderosamente a nuestra vida por medio del agua, un agua misteriosamente tocada por el Espíritu; se nos derramó y quedamos empapados de este Espíritu cuando nuestro Bautismo. Algo tan necesario para la supervivencia se había convertido en otra cosa completamente gratuita para la vida eterna. 

El agua de aquella cena de despedida contenía el rumor de nuestro bautismo y cuando volvemos a escuchar cómo es vertida sobre los pies de sus discípulos por el Señor, no ha de dejar de recordarnos nuestro compromiso con esta mesa, desde los alimentos primeros hasta el agua. El bautismo nos compromete con el alimento, que no ha de faltar en ninguna mesa, con el pan y el vino del Cuerpo de Cristo, con la Palabra... pero no estarán completos sin el servicio, no se aceptarán como regalos del amor de Dios si no nos convierte a los comensales en servidores el amor.

Que no falten los invitados a este banquete, que se quedan en él hasta el final y lo viven todo como banquete. Que no falten quienes se dejan servir por el Señor para comunicar alegres esta experiencia sin otro testimonio que su propio servicio. Que nadie nos llamemos cristianos, de Cristo, sino porque, buscándolo a Él, hemos tenido que inclinarnos para descubrirlo entre los pies (las pobrezas, heridas, humillaciones, pecados) de los hombres, y allí hemos aprendido el don de su misericordia. 

DOMINGO DE RAMOS (ciclo B). 28 de marzo de 2021

 

Mc 11,1-10: Bendito el reino que viene, de nuestro padre David. 

Is 50,4-7: Sabía que no quedaría defraudado. 

Sal 21: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Fp 2,6-11: No hizo alarde de su categoría de Dios. 

Mc 14,1-15,47: “Tomad todos, esto es mi cuerpo”. 

 

Todo lo que vamos a celebrar en estos días de Semana Santa queda anticipado en la liturgia de este domingo. No toda alabanza puede identificarse con el triunfo, ni el desprecio y el maltrato con la derrota. Cantaron los peregrinos que subían a Jerusalén acompañando al Señor proclamando con hosannas y bendiciones al Maestro montado en un borriquillo. Cantó también siglos antes Isaías un siervo de Dios sufridor de desprecios y ultrajes, pero con una misión de ánimo para con los abatidos, los necesitados de esperanza. Él mismo tendrá puestas su esperanza en el Dios que no lo priva de las burlas y golpes, pero sabiendo que no lo defraudará. Las otras lecturas apoyan esta experiencia del “Siervo de Yahvé”: el salmo acentuando la experiencia dramática de soledad y desprotección hasta clamar a Dios por verse como desamparado de Él y en la Carta a los Filipenses, indicando el itinerario del Hijo divino que asume lo humano haciéndose hombre, para por su obediencia, pasar por la humillación y la muerte, hasta su exaltación sobre todo y todos. 

Lo que cantó Isaías sobre aquel misterioso personaje tan cercano a Dios y tan atacado por los hombres, ha de completarse con lo que cantó el salmista y el mismo Pablo, pero no lo veremos hecho carne de historia sino en los relatos de la pasión que recogen los cuatro evangelistas. Este Domingo escuchamos el de Marcos, que ocupa una quinta parte de su Evangelio. Su narración se abre con la clara manifestación de la intención de acabar con Jesús, seguido de un extraño pasaje donde es perfumado con un caro ungüento por una mujer de la que no se dice el nombre. Ese episodio se conoce con el nombre de “unción en Betania”, que el mismo Jesús interpreta como un anuncio de su sepultura, cuando, según la costumbre judía, su cuerpo recibiría varios ungüentos aromáticos. El Maestro alaba el gesto de amor de la mujer y encontramos ahí una invitación a acercarnos al misterio de su pasión, muerte y resurrección con una actitud desprendida y generosa hacia Él, para que, más que comprender lo que conmemoramos sobre los últimos días del Señor, se trata fundamentalmente de amar y como cada uno puede y sabe. De este modo aquella mujer ejemplificaría al creyente que, amando, integra todo lo que padeció el Señor desde la mayor proximidad, asumiendo sus propios sentimientos, como señala san Pablo en el himno de Filipenses de la segunda lectura. 

Tras esta unción premonitoria, insistirá Marcos en el complot contra Jesús y relatará a continuación la Cena de despedida, la oración en Getsemaní, los dos juicios: religioso y político, su condena, crucifixión, muerte y sepultura. Todo queda dicho sobre la obediencia del Hijo de Dios, sobre su entrega, sobre su amor por los hombres, pero también queda todo en suspense esperando la noticia que dé sentido a su asesinato. Así el relato de su pasión y muerte acentúa las expectativas del que confía en que Dios no puede defraudar ni dejar desamparado; acrecienta la espera en su resurrección, lo que dará sentido a todos los cantos, que cantaban al sufriente siervo y al aclamado en su subida a Jerusalén. 

DOMINGO V DE CUARESMA (ciclo B). 21 de marzo de 2021

Jr 31,31-34: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones.

Sal 50: Oh Dios, crea en mí un corazón puro.

Hb 5,7-9: Aprendió, sufriendo, a obedecer.

Jn 12,20-33: A quien me sirva, el Padre lo premiará. 

 

La importancia del grano de trigo es escasa para el sembrador si no llega en tropa. Poco le ha de preocupar que se eche a perder un grano que, por sí e individual es insignificante para sus expectativas, porque piensa en dimensiones de cosecha y lo que deje de dar un solo grano apenas resta, en todo caso nada perceptible en el montón. Sin embargo, así se mostraba este Maestro galileo al que querían ver unos griegos, unos judíos de cultura helenística. Sin duda, habrían oído hablar a Jesús y deseaban satisfacer su curiosidad una vez que se habían acercado a Jerusalén para celebrar la fiesta. El Maestro precave sobre lo que se van a encontrar: una gloria que no es la habitualmente esperable, sino que comparte la dinámica de la semilla de cereal donde su victoria ha de pasar por el riesgo de lanzarse a la tierra y desaparecer para luego romperse y germinar. 

El mensaje queda ofrecido para todo el que se interese por Jesús: habrá de encontrarlo glorioso, pero con una gloria de Cruz. Para llegar a la primera por medio de la segunda no escatimará en dos actitudes: obediencia y servicio. La carta a los Hebreos lo recoge: “Aprendió sufriendo a obedecer”. No habrá obediencia si no hay renuncia y esto llevará a la ruptura del cuerpo del grano, el sufrimiento de resistirse a su propia supervivencia. Puede entenderse de diversos modos este sobrevivir humano, pero en todos los casos es un entrar en pelea con la Vida en plenitud prometida y ofrecida por Dios Padre. El sufrimiento de Cristo le llegaría por medio de la traición, el abandono, el maltrato terrible de su cuerpo y la sensación de fracaso rotundo, hasta incluso percibir cierto distanciamiento por parte del Padre para dejarlo en la soledad más árida. Así es como se rompió como grano y murió para la vida. 

Para vivir la dinámica del grano de trigo no es suficiente con la fuerza de voluntad. Esta, además, puede provocar una violencia erosionante y contraproducente. El arte del grano se vive desde el corazón cautivado. El corazón grabado por el Ley del Señor del que habla Jeremías es aquel que se ha hecho accesible para Dios; lo ha dejado pasar, ha entablado conversación con Él y se ha dejado seducir. Es cierto que a veces un corazón se engatusa con facilidad por cualquier atractivo que le haga palpitar de un modo nuevo o viejo, y de ellos adolece en heridas y manchas. Por eso, cuando Dios llega a él lo purifica y lo rejuvenece. Es uno de los primeros síntomas de que lo que ofrece el Señor rebasa con creces lo que otras propuestas seductoras. Y además se ajusta y desborda con abundancia lo que el mismo corazón desea hasta no repudiar la obediencia ni la entrega ni la muerte, sino aceptarla alegre por estar con Él. Aquí es donde llegará el fruto y el triunfo y la gloria.

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