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Exposición del Santísimo 

En San Pedro Apóstol TODOS LOS JUEVES de 19.30 a 20.30

En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

Ciclo B

DOMINGO XXI T. ORDINARIO (ciclo B). 22 de agosto de 2021

Jos 24,1-2.15-17.18b: “Yo y mi casa serviremos al Señor”.

Sal 33: Gustad y ved qué bueno es el Señor.

Ef 5,21-32: Este es un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.

Jn 6,60-69: “Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.

 

Los dioses fijan el referente de nuestras expectativas. Aspiramos a algo, cuya garantía de consecución parecen procurarla estos seres superiores o bien estimulan a alcanzarla. En este sentido, apenas habría que reprochar a Feuerbach y el conjunto de “filósofos de la sospecha” que apuntaban a considerar que los dioses eran una creación terrena que partía de los deseos y necesidades humanas. Si esto es así, la divinidad no rebasa significativamente el perímetro de lo meramente humano. A pesar de ciertas resistencias, y es claro que hay personas no creyentes, existen muchos indicios para considerar que el corazón del hombre tiene anhelos de confiar y esperar en algo superior a lo que llamamos dioses (en plural o en singular). Pero convendría aclararse sobre lo que esperamos de seres excelsos, porque será, si hay suficiente honestidad personal, aquello hacia lo que tendamos en la vida.

Josué espetó en Siquén a las tribus de Israel a que se decidiesen entre los dioses conocidos. No había alternativa entre dios y no dios, sino entre las diferentes divinidades. Unas representan al pasado, los dioses de sus ancestros antes de la vocación de Abrahán, otras al presente más inmediato, los dioses de los habitantes de la tierra de la Promesa a la que acaban de llegar. Tradición o modernidad; mantenerse identificados con el pasado y guardar las tradiciones de los mayores, preservando lo antiguo o actualizarse y asimilar la novedad común entre sus vecinos. En realidad unos y otros dioses ofrecían prácticamente lo mismo. La otra alternativa, la que escogen Josué y los suyos es la apuesta por el Señor. Las demás tribus asentirán al servicio de este Dios. El motivo es que reconocen que Él los ha liberado y sacado de Egipto y guardado por el desierto y ha hecho grandes prodigios. Reconocen que Él es su Dios. La diferencia con respecto a los dioses de antes y los de ahora es que de este Dios y Señor ellos tienen experiencia, pueden encontrar su huellas en su historia, reconocen que sus logros han sido gracias a Él. En otras palabras: pueden entender su historia y su realidad actual a su luz y lo descubren cercano y preocupado por ellos.

El pan que alimenta la carne no puede hacer nada por el espíritu, pero los judíos se conformaban con este pan y con un Jesús que se lo facilitase. A quienes les baste un dios de pan de estómago, les sobrará el pan que nutre el espíritu y el Dios que lo alimenta. Por eso les sobraba a los paisanos de Jesús todo lo que en el Maestro no fuese pan, ni sanación de dolencias. Querían a un Dios tan humano como ellos, pero lo suficientemente poderoso para hacer lo humano más llevadero. Mientras, Jesús les ofrecía un pan para hacerlos divino, palabras de vida eterna: un pan extraordinario que no es el pan de antes ni el novedoso de última hora, sino el de un Dios que acompaña nuestra historia.

Es prácticamente inevitable seguir a los dioses, porque es prácticamente inevitable que el corazón no busque una referencia definitiva hacia la cual dirigir la vida. Bendito sea Dios que se ha hecho hombre y desde el principio ha establecido una alianza nupcial, de compromiso de amor, con su pueblo, con su Iglesia. Algo para gustar y ver, no para desentrañar principalmente en razones. Para experimentar y darnos cuenta de que el encuentro con el Dios de Jesucristo llega más allá del pan cotidiano y nutre las entrañas con una alegría y una sensación de plenitud que lo revela como Aquel que estábamos buscando y al cual merece la pena seguir.  

DOMINGO XIX T. ORDINARIO (ciclo B). 8 de agosto de 2021

1Re 19,4-8: Con la fuerza de aquel alimento, caminó hasta el monte de Dios.

Sal 33: Gustad y ved qué bueno es el Señor.

Ef 4,30: Vivid en el amor como Cristo.

Jn 6,41-51: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo.

 

Qué duro cuando se pasa hambre severa y, peor aún, cuando no hay expectativas de pan a corto plazo. Pero no por eso puede echársele al estómago cualquier cosa.

El profeta Elías bajó del monte Carmelo lleno de éxito. Mientras sus paisanos había entregado su corazón a los diosecillos, los baales, él mostró ante ellos, mediante un prodigio portentoso, que el único es el Dios de Israel, el Dios de sus padres. Sin embargo este logro no le valió para resistir al rigor del camino por el desierto y se deseó la muerte. El pan inesperado venido del cielo le dio fuerzas para continuar con su travesía hasta el Horeb, el monte de la Alianza, donde el Dios que le había enviado el pan le encomendó una especial misión. Lo que con sus fuerzas resultaba irrealizable, lo consiguió con el alimento que Dios le había procurado.

Acostumbrados a comidas con potenciadores de sabor para estimular el gusto, resultará cada vez más difícil preferir el pan, pan; el que sabe a lo que es y no a lo que se disfraza. El Maestro no quiso disfrazarse de dispensador de pan gratuito para las multitudes, sino que obró como Hijo de Dios conmovido por la situación del pueblo, que andaba como ovejas sin pastor, y que necesitaba pan para no desfallecer. El pan multiplicado era ofrecido como un signo del cuidado providente de Dios Padre. No quisieron entenderlo así y, por ello, las palabras de Jesús que habla de sí como Pan de Vida les resultaban incomprensibles y perdieron interés por lo que les ofrecía.

El hambre que vuelve a nuestro cuerpo una y otra vez delata la preocupación que tiene el cuerpo por vivir y nos lo hace saber. Nadie se escapa. El hambre de plenitud también es común y nos deja en búsqueda de lo que satisfaga esta demanda, porque todos hemos sido llamados para ser hijos de Dios. Solo en Dios encontraremos lo necesario para saciarnos, pero no esperemos un pan cómodo ni fácil. Se trata de un alimento áspero, pero exquisito; gratuito, pero exigente, que nos lleva a comprometernos con lo que ese Pan es: pan de perdón y amor a los enemigos, de renuncia al amor propio y apertura confiada a Dios, de comunidad de hermanos y distribución de los bienes, de justicia y de verdad… También nuestro cuerpo demanda pan bueno, pan vivo, pan de que vida. El hambre no descuida el discernimiento y la elección, sino, al contrario, nos hace más cautos y observadores para darle crédito a ese alimento. No busquemos, no tomemos otro que no sea este Pan que nos ofrece Dios, si realmente creemos que es Dios Padre el que nos lo da, el Padre bueno y providente que nos ha hecho vivientes para una vida de calidad divina. 

DOMINGO XVIII T. ORDINARIO (ciclo B). 1 de agosto de 2021

Ex 16,2-4.12-15: “¿Y esto qué es?... Este es el pan que el Señor os da como alimento”.

Sal 77: El Señor les dio un trigo celeste.

Ef 4,17.20-24: Debéis renovaros en vuestra mente y en vuestro espíritu

Jn 6,24-35: «Señor, danos siempre ese pan.»

Puede ser que pidamos pan sin saber lo que pedimos. Buscamos algo que echarnos a la boca cuando nuestro estómago se incomoda por estar vacío. Sin esa queja vital no habría deseo, búsqueda o interés por el pan. El apetito por los alimentos más refinados no deja de ser apetito y responde a la misma llamada a la preservación de la vida. A eso nos sabe el pan, todo manjar de la clase que sea, a vida y a propósito de seguir viviendo.

Aun así, sabemos que el pan no nos lo resuelve todo, porque no satisface todos los apetitos. La lucidez que nos acompaña a los reclamos del estómago no siempre es compañera ante otros profundos deseos que afloran incordiando y recordando que no solo necesitamos pan. De otro modo: sintiendo hambre, intentamos hacernos con algo para comer, pero ¿adónde acudimos cuando experimentamos necesidad de paz, de bienestar, de cariño, de integridad? Nuestra existencia se revela con multitud de precariedades de difícil resolución si no se acude al lugar oportuno. Peor aún, aumentará el deseo en la medida en que descubramos el fraude de lo que pensábamos que calmaría nuestra hambre, pero no lo hizo.

Un día Jesús dio pan al pueblo que le escuchaba atento. Lo repiten los cuatro evangelistas. Para dos de ellos lo hizo una vez, para otros dos, en un par de ocasiones. Solo Juan hace un seguimiento de lo que aconteció después con un pueblo que busca desesperadamente al Maestro fabricante de pan y un Maestro que espera que el signo se convierta en un descubrimiento de lo que Él ha venido a ofrecer. Las expectativas se cruzan sin llegar a un entendimiento; pueblo y Jesús esperan algo del otro que no está dispuesto a dar, porque se mueven en esferas diferentes: una de pan a secas y otra de Pan vivo que da la vida eterna.

¿Cómo conciliar la oferta y la demanda? Quizás aprendiendo a identificar los deseos del interior que buscan satisfacerse y detenerse a discernir qué es lo que realmente los sacia. Jesús se presenta como el Pan enviado por Dios Padre para dar respuesta a esos anhelos que reclaman plenitud de vida, frente al remedio para la mera supervivencia de los panecillos.

La historia del hambre y del pan es antigua. Lo que sintió el pueblo de Israel en el desierto lo sentimos nosotros hoy. Lo que buscaba el gentío de Palestina en Jesús, nos interesa también. No hemos aprendido a identificar la raíz de los apetitos y la llamada que Dios hace a través de ellos para pedir lo que ofrece, Vida: la plena, la radiante, la preciosa, la eterna. 

SOLEMNIDAD DE SANTIAGO APÓSTOL. DOMINGO 25 DE JULIO DE 2021

Hch 4,33;5,12.27-33;12,2: El rey Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan.

Sal 66: Oh, Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

2Co 4,7-15: El tesoro del ministerio lo llevamos en vasijas de barro.

Mt 20,20-28: El que quiera ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor.

Lo que no pueden hacer las madres por ellas mismas por sus hijos (y es mucho lo que sí que pueden), lo piden a otros. Allá va su corazón, sea donde sea, espoleado por el amor a sus pequeños. Su alegría es el triunfo de los hijos; tanto más éxito, cuanto más los vea encumbrados.

No quiere Dios Padre a sus hijos menos que una madre. Los ama en su Hijo único, el Nazareno. Todo lo que en amor comparte con Jesucristo, lo compartirá también en Él con la humanidad. Más se preocupa el Señor en amar que en asignar puestos de dignidad, aunque sea en el mismo cielo, si bien esto último tendrá que ver en lo que uno se dejó amar y amó.

Recondujo Jesús la petición de una madre, la de los Zebedeos, a través de las entrañas maternas divinas. Y Dios Padre, que no deja de mirar a su Hijo y complacerse en Él, verá a los amigos de su hijo, a quienes se acerquen a su mensaje y quieran seguirlo, en Él y por Él. Si hizo a su hijo siervo, siervo querrá a los discípulos; si lo hizo apasionado, con pasión por todo lo humano hasta dar la vida, también esperará en este sentido de sus seguidores. Hay más certeza y claridad en esta posición aquí en la tierra, la de servidor, que en la ubicación de cada cual en el Reino.

Esto no es una imposición, sino una invitación. Cristo invita a apasionarse por el ser humano, el que tiene cochura de barro, como una vasija, pero guarda grandes tesoros, porque Dios ha volcado en Él su misericordia. Cuanto más amor a los hombres, más servidores del amor de Dios, más unidos a la pasión del Señor, más apasionados por la vida.

Bajo el patrocinio de Santiago, el primero entre los apóstoles en ser invitado a vivir la pasión de Jesús en su propia carne, aprendamos el servicio como el puesto más sublime de cercanía con Dios y, como nación, como el ejercicio necesario para allegarse a quienes más sufren, a los débiles y amarlos acompañándolos y asistiéndolos como una madre haría con sus hijos. 

DOMINGO XVI T. ORDINARIO (ciclo B). 18 de julio de 2021

Jr 23,1-6: “Le pondré pastores que las pastoreen”.

Sal 22: El Señor es mi pastor, nada me falta.

Ef 2,13-18: Por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estabais lejos.

Mc 6,30-34: Andaban como ovejas sin pastor. Se puso a enseñarles con calma.

 

Tampoco la autofoto (o selfi) nos libra de la homogeneidad del rebaño; más bien la acentúa. Tal vez se quiera inmortalizar ese momento genuino donde el fotógrafo y el fotografiado coinciden, como un ejercicio de absoluta autonomía, reivindicación de libertad y soberanía. Te ves allí en un primer plano: único, exclusivo, original… cuando el objeto del retrato es, probablemente, la inercia gregaria, la repetición de estereotipos, la réplica inútil y estéril… como sucede con el resto. Lo que pudiera parecer un acto reivindicativo de autonomía, puede no ser más que un amago vacío ante la falta de arrojo para una verdadera reivindicación de la originalidad y exclusividad.

Dios, el verdadero y único Pastor, buscó entre su rebaño pastorcillos aprendices para salvaguardar lo peculiar e irrepetible de cada uno de los miembros de su pueblo. Llámase rebaño, pueblo o comunidad, las relaciones y recursos del grupo han de estar al servicio de cada persona particular. El rebaño no puede reducir al anonimato a la oveja ni disolver su especificidad. Siempre han hecho falta los pastores audaces para evitar la pérdida de la identidad en un conjunto aséptico y homogéneo. Esta uniformidad interesa a los malos pastores, que pretenden sacar rédito de su condición, mientras someten al pueblo a la inopia, la indiferencia y la resignación. De estas ubres conformistas se extrae dinero, poder y anuencia con la ideología de turno.

Lo primero que hizo el Maestro cuando se encontró con la multitud que estaba esperándolo como oveja sin pastor, fue enseñarles. Le enseñaría sobre la predilección de Dios Padre para cada uno de ellos y cómo eran preciosos a sus ojos; también sobre la exigencia de un Reino de los cielos al que solo se puede acceder por la puerta estrecha; sin duda que les hablaría de la misericordia divina y la implicación de cada uno en el perdón del ofensor; de la ignorancia ante Dios de los sabios y entendidos y la sabiduría revelada a los pequeños y humildes… Lo primero de lo que libra la educación es la ignorancia de sí mismo, para no creerse uno más, sino “alguien” que emplea sus recursos con fines constructivos. Al paso que se va construyendo la persona, colabora también con la construcción de la sociedad. Este alguien es peligroso para quien quiera controlar la masa anónima y despersonalizada.

Mientras Jesús y sus discípulos se desplazan en barca, la multitud fue corriendo por tierra hasta el lugar donde sabían que iba a atracar Él. Qué sagaces las personas tras las huellas de un verdadero pastor. Su búsqueda los pone en movimiento. En cambio, qué adormilados cuando otorgamos nuestra confianza a los pastores dañinos; no hace falta buscarlos vienen a nosotros o se nos imponen. Necedad triple cuando se persigue su rastro.

El pueblo disperso, temeroso, lúdicamente distraído, conformista con la injusticia o del bando del opresor es un buen aliado para el pastor provechado y malo. Nuestra inseguridad nos sugiere repetir lo del común, no alzar la voz, discreción y la evitación de complicaciones o problemas. Mientras den un programa marcado, nos evitarán el esfuerzo de pensar si es justo, promotor de la dignidad, favorecedor de los débiles. Nos evitarán la molestia de ser únicos y originales, capaces de pensamiento crítico, plural, dispuestos al diálogo; nos privarán del engorro de ser nosotros mismos. Todo lo contrario de lo que nos ofrece el Señor, el Pastor y aquellos a los que llama para que hagan de pastorcillos de su rebaño. 

DOMINGO XV DEL T. ORDINARIO. 11 de julio de 2021

Am 7,12-15: “Ve, profetiza a mi pueblo Israel”.

Sal 84: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.

Ef 1,3-10: Nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones.

Mc 6,7-13: Salieron a predicar la conversión.

 

Pronto les concedió el Maestro oficio a los Doce. No esperó una cualificación excepcional. Tras unos meses, quizás solo semanas, de permanencia con Él, los envió para predicar la conversión, expulsar demonios y curar enfermos. En el aprendizaje de las cosas de Dios no todo es recibir con atención paciente; también es entrega generosa y esforzada mientras se va aprendiendo, aunque no se tengan todas las lecciones sabidas ni aprobadas. La carrera del cristiano contiene muchas prácticas.

            Desde el momento en que uno recibe algo de Dios, ya está cualificado para dar. Y tendrá que dar en la medida en que le pide Jesús que dé. Primero hubo llamada: “Llamó a los Doce”. Luego misión: “Los fue enviando de dos en dos”. También instrucciones para hacer y dejar de hacer. Y en todo ello la autoridad que les otorga para acreditarlos, para capacitarlos en la lucha contra el mal: “Les dio autoridad sobre los espíritus inmundos”. Antes de que conozcan al Crucificado y Resucitado, ya se han convertido en sus agentes para el Reino, para preparar al pueblo a la misericordia de Dios. Por muy poco preparados que se sintiesen, con apenas recursos, sin brillo elocuente o inexpertos en la materia, el Maestro los enviaba, el Hijo de Dios los capacitaba con su Espíritu. Suficiente.

            También encontraban precedentes en episodios antiguos donde los trabajos encomendados por Dios parecían resultar demasiado grandes para su trabajador. Amós era pastor y cultivador de higos. El Señor lo mandó a Betel, dejó sus rebaños e higueras y fue. No fue por otra cosa, sino porque se lo dijo su Señor. Al sacerdote Amasías no le pareció conveniente su presencia en aquel territorio real. Suficiente tenía en rey con sus cosas como para ser importunado por un hombrecillo insignificante. Los poderosos disponen sus asuntos a su manera, las más de las veces al margen de Dios y en contra de sus leyes. Si no se les recuerda Quién es su Señor y su condición de servidores para quienes llaman súbditos suyos, causaran estragos de injusticia. También ellos son enviados para una misión de gobierno y prosperidad del pueblo.

A Amós se le quería como profeta, pero de otros; la religión oficial no toleraba que se inmiscuyera alguien no acorde al régimen. Se lo recordó el sacerdote Amasías. La respuesta de Amós impresiona: se reconoce inexperto, pero aún más enviado por Dios. Hará lo que Este le diga, no lo que quieran los hombres, ni siquiera el mismísimo rey. ¿Tendrá éxito un profeta tan imperito? No se arrogó él ese trabajo, sino que se lo pidió el Señor, y por lealtad a su Dios no dejará de hacerlo, aun sabiéndose poca cosa.

 

            El caso no extraña en exceso a quienes pasan tiempo con el Señor. Y, por lo general, no hay que esperar mucho para que Él pida ponerse en movimiento. Los bendecidos por Cristo con toda clase de bendiciones están llamados a una santidad que tiene mucho de obediencia y de beligerancia; de aceptar la misión a la que llama Dios y enfrentarse a unas actitudes deshumanizadas entre los paisanos. La sensibilidad cultivada en la contemplación del plan divino para la humanidad, se levanta contra todo aquello que atenta contra esta belleza. La cuestión es acuciante, por eso urge acudir allá donde Dios pida, con el instrumental necesario para la misión, pero sin apegarse a los medios ni a los éxitos. Sobre todo atentos a su palabra y a cumplir con el oficio que Él nos pida. 

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