Ciclo A

Exposición del Santísimo Y Oración

 

Exposición del Santísimo 

En San Pedro Apóstol TODOS LOS JUEVES de 19.30 a 20.30

En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

DOMINGO XXVIII DEL T. ORDINARIO (ciclo A). 15 de octubre de 2023

Is 25,6-10: El Señor preparará un festín de manjares suculentos.

Sal 22: Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos.

Fp 4,12-14.19-20: Sé vivir en pobreza y abundancia.

Mt 22,1-14: A todos los que encontréis, convidadlos a la boda.

 

En la cima de los acontecimientos más esplendorosos y esperados de un reino destaca la boda de un miembro de la casa real, especialmente cuando se trata del heredero. Es la base de la continuidad de la dinastía, la condición para la estabilidad y seguridad, la prolongación de un proyecto de paz y prosperidad. Si es el caso, además, de la boda del hijo de un rey bueno y paternal, ¿quién querría mantenerse al margen de algo con una repercusión tan importante para para el reino y todos sus ciudadanos?

Y, sin embargo, los invitados a aquella boda no hicieron caso. Fueron avisados con una primera invitación que les anunciaba con tiempo el acontecimiento para que se preparasen, pero fue rechazada. Aun así el rey insistió con una segunda que invitaba ya con inminencia y daba detalles del banquete, para animar a la participación. En esta ocasión, además del rechazo por parte de algunos, que recibieron el mensaje con indiferencia y se dedicaron a otras cosas, hubo una violencia inaudita e irracional contra los criados por parte de otros.

Este nuevo desplante provocó el castigo del rey contra la ciudad. Mandó incendiarla y acabar con los que fueron invitados y respondieron criminalmente. Por otra parte, buscó nuevos invitados fuera de la ciudad, entre los que vivían fuera, en despoblado, sin recursos, errantes, despojados… malos y buenos. ¿Quizás quiera indicar con esto que el hecho de aceptar la invitación es ya suficiente para entrar en la sala del banquete?  Con ellos, malos y buenos, la sala se llenó y pudo celebrarse la boda, que parece, según el relato, que consistía en el mismo banquete.

Eso sí, vinieran de un lugar u otro, fueran buenos o malos, tenían un requisito que no se explicita hasta el final: acudir con el traje de fiesta. Es lo mínimo para corresponder a la generosidad del rey, atalajarse de acuerdo con la celebración.

La pregunta que queda por responder y parece que podría aportar la clave para interpretar la parábola es el porqué del rechazo de la gente principal a la invitación. El Maestro se está dirigiendo, como en las historias precedentes que nos ha ofrecido el evangelio dominical de semanas anteriores, a sumos sacerdotes y ancianos del pueblo. A estos los identifica como los invitados desagradecidos que prefieren irse a sus asuntos: uno a una propiedad suya, su campo, y el otro a sus negocios (a ganar dinero). Ambas excusas son claramente débiles; ¿no habría otro motivo?

Para la cultura judía el banquete era un lugar donde se reproducía el orden social y hasta religioso: banqueteabas con los que compartían una similar situación económica o religiosa. El profeta Isaías había tomado la imagen del banquete para referirse al momento futuro en el que Dios congregaría a todos los pueblos y los haría sentar a la misma mesa para disfrutar de los mejores manjares. Anunciaba un momento de paz, de reconciliación y de premio universales. Pero el Dios que proclama Isaías, que es el Dios de Jesucristo, parece no coincidir con el de las autoridades religiosas a las que Jesús se está dirigiendo. Ellos no estarían dispuestos a sentarse a la mesa con cualquiera, pues su estatus y los méritos que habrían ido acumulando, los llevaba a considerar que el banquete tendría que ser exclusivamente para ellos, los buenos, los mejores. Conociendo al rey, sabrían que se expondrían a sentarse junto a un niño, a un borracho, a un pagano, a un maleante, a un corrupto, a un inculto para las cosas de Dios. En esa mesa no valdrían ni sus méritos ni sus títulos ni el prestigio ganado con el tiempo, porque el rey acepta a todos, malos y buenos.

Esta forma de pensar puede coincidir con la nuestra, al menos parcialmente, porque concebimos a Dios exclusivamente desde la justicia humana y no tenemos en cuenta lo que significa la justicia divina y su misericordia. Estar dispuesto a sentarse con quien sea a la mesa significa exponerse a la humildad, a la paciencia, al perdón y a ponerte al lado o enfrente de quien no te cae bien, de un desconocido o de tu mismo enemigo.

El orden social que pretende Dios puede dejarnos perplejos cuando no entendemos y desistir de su invitación. De hecho, la Eucaristía, que es el anticipo de ese banquete celeste, viene a ser el lugar donde estamos invitados todos los miembros de la familia de Jesucristo. La mayor parte de las excusas para no acudir no es tanto el desprecio por quienes nos vayamos a encontrar allí, sino por no valorar los vínculos que nos unen a Dios ya los otros cristianos. Sin haber saboreado previamente la paternidad de Dios y la fraternidad, la misa se antoja meramente ritual, poco atractiva, aburrida e innecesaria. El castigo se lo infringe uno mismo al no participar, pues renuncia a recibir los regalos tan necesarios para la vida espiritual que el Espíritu Santo dispensa gratuitamente en este banquete. 

Programación Pastoral 2021-2022