Ciclo C

Exposición del Santísimo

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  • San Pedro Apóstol

  Todos los JUEVES de 19.30 a 20.30

  • Santa María la Mayor

  Todos los DOMINGOS de 19.00 a 19.30

  • Las Mínimas

  Todas las MAÑANAS de 9.30 a 13.00

Acercate a la Oración

jesus 7502413 1280«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».Él les dijo: «Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos hoy nuestro pan de cada día, perdónanos nuestros pecados, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos dejes caer en tentación”»  

Si quieres orar y estar junto a Jesús lo puedes hacer... 

 Todos los VIERNES a las 20:00 horas.

 En la Parroquia de SANTA MARÍA la Mayor.

DOMINGO XXVI DEL T. ORDINARIO (ciclo C). 28 de septiembre de 2025

Am 6,1a.4-7: Ay de los que se sienten seguros en Sion.

Sal 145: Alaba, alma mía, al Señor.

1Tm 6,11-16: Hombre de Dios, busca la justicia.

Lc 16,19-31: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».

 

¡Cuántas personas entrarían y saldrían cada día de la casa de aquel rico de nombre desconocido! El banquete exige huéspedes con quien compartir. Este hombre adinerado lo hacía diariamente y de modo espléndido. Se entiende que, en manjares, en ajuar, en comensales, uno de los más importantes actos sociales y de socialización. La casa llena de vidas efímeras y una, constante, en el umbral de la entrada, que tenía que ser esquivada por los que participasen del banquete, al entrar y al salir…

La parábola del rico y del pobre Lázaro, que Jesús inventa para interpelar a los fariseos a los que la dirige y a nosotros, recogería datos de la propia experiencia del Maestro en sus observaciones y en su propia intuición. Lázaro, echado en el portal de la casa del hombre espléndido, resultaría inicialmente interpelante para todo el que pasase por aquella puerta, tal vez molesto, luego, paulatinamente, se integraría dentro del paisaje de las escenas cotidianas y acabaría olvidándose. ¿Qué interés seguiría teniendo Lázaro para continuar esperando tras una puerta que no se le abría ni para entregarle lo que cayese de la mesa? ¿Confiaría en la bondad del dueño de la casa? Si era tan generoso con sus comensales, ¿no tendría acaso un pequeño gesto para con él? Y, ciertamente, no lo tuvo.

La primera parte de la parábola nos sitúa en el mundo terreno, donde cada uno nace en un contexto diferente, en este caso de opulencia o de pobreza, y cada cual decide administrar lo que le ha tocado o se ha ganado de modo diverso. El hombre rico podría ser lo que hoy podría considerarse una “buena persona”, generoso con los suyos, amigo de fiestas y de amistades buenas y regulares, sin hacer daño a nadie ni meterse en problemas. Podríamos incluso pensar que se trataba de una persona religiosa que cumplía con sus obligaciones cultuales y de piedad. La lectura del profesa Amós hace referencia, precisamente, a quienes tienen su seguridad en Sión y en el monte de Samaría (alusiones a los lugares sagrados de judíos y samaritanos), es decir, a quienes parecen ser creyentes cumplidores, pero se olvidan de los pobres. Acabarán en la ruina del destierro.

El banquete tenía ese lugar central entre las celebraciones domésticas, que, en cierto modo, anticipaba lo que sucedería en el Reino de los cielos, también representado a veces como banquete. El castigo del rico es proporcional a un pecado enorme cometido por él. La exclusión de Lázaro de su banquete, es rechazo al mismo Dios. El Señor esperaba al hombre rico en Lázaro. En lugar de esto se ha ido produciendo lo que, en palabras de la filósofa del siglo XX Hanna Arendt, podría llamarse “la banalidad del mal”, la pérdida progresiva de la percepción de que alguien lo está pasando mal, que sufre injusticia, que necesita ayuda, y terminar normalizando esa situación sin preocuparse en buscar una solución y socorrer al necesitado.

La casa del rico llena de banquetes y de púrpura, color imperial, y vacía de Dios. Dios esperaba en el umbral de la entrada de la casa, pero no se le recibió. Un banquete donde Dios está ausente, provoca amnesia de las obligaciones del creyente, que ha de extender su mesa para acoger a quien lo necesita. De modo extensivo, cualquier situación causada por la injusticia o de precariedad puede entenderse como de pobreza; también a quien es excluido o denostado por la defensa de la verdad y la belleza o al que está desorientado en la vida o reconoce haber hecho daño… En definitiva, a quien resulta, de primeras, incómodo abrir la puerta de la casa, llevarlo por el interior del hogar y sentar a la propia mesa.

La segunda parte nos lleva a contemplar el lugar de los muertos: Lázaro en el seno de Abrahán y el rico en un lugar de tormento. Existe una correspondencia entre lo hecho en vida y lo que se recibe tras la muerte. Las migajas que nunca obtuvo Lázaro de la mesa del rico son ahora recordadas en aquella gotita de agua en la punta del dedo de Lázaro que no puede llevar para aliviar la sed del rico. Por otra p arte, están las Escrituras: Moisés y los Profetas. El mal normalizado es consecuencia de una ceguera considerable que bloquea los sentidos para entender la Palabra de Dios. Nosotros tenemos mucho más que a Moisés y los Profetas, porque sabemos que la Palabra se ha hecho carne y contamos con el Nuevo Testamento de Jesucristo. Su fuerza es capaz de llegar hasta lo más interno de los huesos, iluminando la realidad y moviéndonos a una fe íntegra y senciera, si no se la bloquea por la obcecación en preparar banquete con todo detalle, salvo con el matiz crucial de invitar a Dios en aquellos donde nos está esperando.

 

¡Cuántas personas entrando y saliendo de la puerta de la Iglesia para el banquete preparado por el Señor! Esta celebración nos ha de nutrir para ver, contemplar e invitar como somos invitados por Dios.

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