DOMINGO III ADVIENTO (ciclo B). GAUDETE. 17 de diciembre de 2016

 

Is 61,1-2a.10-11: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido.

Salmo: Lc 1,46-48.49-50.53-54: Me alegro con mi Dios.

1Te 5,16-24: Estad siempre alegres.

Jn 1,6-8.19-28: No era él la luz, sino testigo de la luz. 

A la Luz hay los mejores cuidados. No pretendas imitarla, no rivalices con ella, no le des la espalda, no la sustituyas por otras… Solo disfruta de la claridad que ha traído a tu vida, de cómo acaricia sobre cuanto toca y lo colorea, de cómo nos trae conocimiento de lo que existe, de cómo esclarece todas las cosas. La luz con que Dios abre la obra creadora es reflejo de la Luz de su Hijo eterno. Al que anunciaba Juan el Bautista.

Aquella Luz aclaraba la existencia del Bautista. Él quedó aclarado y pudo aclarar a los demás. Primero sobre lo que no era: él no era la Luz, tampoco el Mesías, ni Elías ni el Profeta. Así supo para sí y aclaró a los otros lo que era: testigo de la Luz. El que había habituado su ojo a la claridad, podía hablar por experiencia propia de ello. Y aquí claridad significa autenticidad.

El ungido por Dios del que habla el profeta Isaías puede indicar al Mesías esperado derramando luz para consuelo de quienes sufren y de los que no saben. Puede indicar hacia sí mismo, profeta, y en él también hacia nosotros, que por la Luz que nos ha nacido en la carne humana podemos ser portadores de su alegría. Si es que antes nos alegramos nosotros de haberla conocido. La conoció el profeta Isaías y se alegró, dejándonos testimonio de ella, la conoció el Bautista y se alegró, y nos dejó sus palabras como testigo, la conoció María de Nazaret y exultó de júbilo agradecido al Padre, y nos dejó su “hágase” expresado en su oración del Magnificat (“proclama mi alma la grandeza del Señor…”).

Para saber lo que no somos y no aspirar a lo que no se nos ha prometido, ¿qué otro camino hay que hacerse cercano a la Luz? No somos el Mesías (y no podemos llevar la salvación a nadie, ni siquiera a nosotros mismos), no traemos una novedad tan grande como para marcar un hito, un punto de inflexión, proezas inauditas; no somos Elías ni el Profeta, dos concreciones de ese mesianismo en personajes que esperaban para el cumplimiento perfecto de la Ley y la Palabra de Dios. La negación exige un sacrificio, que nos lleva a renunciar a aspiraciones y proyectos en los que esperábamos irradiar luz propia, para dejar que sea la Luz del Verbo de Dios la que luzca y, que seamos configurados conforme a su claridad, para reflejar la belleza del color que nos trae personalmente y de modo diferente a cada uno. Pero ese sacrificio es tan fecundo… Porque nos encamina a conocer lo que no somos y lo que somos, hijos amados de Dios, y a testimoniar con alegría y generosamente la luz que Él ha puesto en nosotros, como un traje de gala triunfal, y que da color a todo nuestro mundo. El que convirtió el agua del Bautista en agua de vida eterna por el Espíritu Santo, nos hará también a nosotros contempladores de la Luz eterna para una alegría completa y sin fin.