Gn 2,18-24: “Voy a hacerle alguien como él”.
Sal 127: Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.
Hb 2,9-11: Por la gracia de Dios Jesús gustó la muerte por todos.
Mc 10,2-16: “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”.
La Palabra de Dios busca filtrarse entre nuestros entresijos cotidianos para interpelarnos, enseñarnos, corregirnos, alentarnos. Habrá más provecho allá donde toque lo que nos afecta, donde le dejemos tocar; allá donde, enfrentándose a la palabra meramente humana, produzca una convulsión interna que le deje vencer al Dios que nos habla. Rendidos a la Palabra de Dios habrá victoria en nuestro corazón, que podrá seguir creciendo con este alimento divino. Para ello nuestras entrañas habrán tenido que ceder a defensas y endurecimiento, quedándose a la intemperie que le permite al Señor actuar en él.
La complejidad de la vida facilita que el corazón busque soluciones ante diferentes problemas queriendo protegerse él mismo. Esto se consigue encalleciéndose, haciéndose duro. Puede llegar a convertirse en ley incluso con una aceptación normalizada. Las desavenencias matrimoniales de los judíos o la disconformidad con la persona con la que se estaba casado permitían al varón alejarse de la mujer y romper el vínculo con ella. El hecho de que los fariseos le pregunten a Jesús sobre este tema “para ponerlo a prueba”, suscita la sospecha de que se trataba de una cuestión discutida o de que, aunque lo avalase la ley, no acababan de verlo bien del todo. Habiendo dos grandes escuelas rabínicas, una se mostraba más estricta a la hora de encontrar motivos para el divorcio y la otra ofrecía más posibilidades, pero ambas lo aceptaban.
Humanamente se encontrarían razones para esta ruptura, pero el Maestro interpela mirando a Dios y su Palabra. Él creó al varón y a la mujer desde el principio con la misma dignidad, y, con ello, la alianza matrimonial: compromiso de amor y fidelidad para toda la vida. Los argumentos humanos pueden entablar una batalla con los divinos. Actualmente es de aceptación común en la sociedad el divorcio, y, aunque no deje de considerarse un fracaso, sí una opción si las cosas no van como uno esperaba.
Las Escrituras no desmenuzan las razones de por qué este empecinamiento de Dios. La sociedad está sostenida en la familia y la familia tiene sus pilares en la incondicionalidad de una libertad y un amor de dos personas, hombre y mujer, que se unen en un proyecto que refleja las mismas entrañas trinitarias. El núcleo y cimiento de la sociedad se halla en el amor que decide implicarse en algo por lo que merece la pena arriesgarse a sufrir. Es más, el sufrimiento es un elemento importante para el crecimiento en el amor, porque el corazón ha de ir aprendiendo y renunciando y sacrificándose. Esto permite que haya acogida generosa, escucha entregada, crecimiento acompañado. Justo lo que necesitan los pequeños para crecer protegidos y en un ambiente sano; tanto los niños como todo pequeño por su situación de vulnerabilidad. Sin ellos el corazón no progresaría y la vida se oscurecería de modo irremediable.
Por tanto, lo que defiende Jesús es la configuración originaria con la que Dios ha creado al ser humana varón y mujer, y que solo puede aceptarse desde el misterio de la Cruz del mismo Cristo. Allí contemplamos el amor más entregado y vulnerable. Sufriendo, perdona y transforma la dureza humana en ternura y compasión. El Señor abre todas sus entrañas exponiéndose al desprecio y la crueldad, pero gracias a esa exposición abraza a todos los hombres. Esta es la fuente y la referencia del amor que Él vive desde la eternidad con el Padre y el Espíritu Santo, y es el patrón con el que ha modelado al hombre, varón y mujer, creados para que su misma vida irradie el vivir trinitario.