VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR. 29 de marzo de 2024

Is 52,13-53,12: Mirad, mi siervo subirá y crecerá mucho.

Sal 30: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.

Heb 4,14-16; 5,7-9: Se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

Jn 18,1-19,42: “¿A quién buscáis?”.

 

Tantos y tan variados, se elevan sobre nuestras cabezas proporcionando sombra y fruto. Y, antes de todo eso, belleza. Los árboles pueblan el mundo repitiendo un esquema de raíces, tronco, ramas y hojas. No es difícil dejarse fascinar por su prestancia. ¿Cuándo encontró el hombre motivos para arrancar su carne de madera ingeniando nuevos usos distintos a aquellos naturales que ya le proporcionaba? El propio movimiento del espíritu humano para indagar, explorar, crear le haría echar mano a lo que admiraba buscándole una utilidad novedosa. Tuvo que mediar un silencio contemplativo para vincular los árboles a las recientes ideas. De él extraía solo madera, y de ella labró la viga, la columna, el arado, el carro, la puerta… Le permitió seguir generando belleza extraída de algo bello.

Pero ¿Cuándo vinculó al árbol con la violencia y la crueldad, queriendo encontrar en él la flecha, el arco, el mástil para la lanza y la pica o un instrumento de tortura como la cruz. Secando sus maderas para el daño afeaba la belleza para las que habían sido creados.

Dios no renuncia a la belleza y, de la maldad humana, de su pecado, extraerá hermosuras inauditas. El arte que manifiesta el Padre en la Cruz de su Hijo alienta a toda carne humana herida o desolada por el pecado a que se acerque al amor extremo de Cristo entregado en la cruz. Exhaló el aliento definitivo para que ahora diga el Padre. Sabemos que pronuncia y pronunciará resurrección. La nueva belleza engendrada supera a la antigua, a pesar del pecado, en el pecado. Por la cruz nos ha traído la redención y la salvación.