JUEVES SANTO (ciclo B). 28 de marzo de 2024

Ex 12,1-8.11-14: Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta del Señor.

Sal 115: El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo
1Co 11,23-26: He recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido.

Jn 13,1-15: Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.

 

La mesa equilibra a todos situándolos al mismo nivel, cuando hay que sentarse para el banquete. Sean buenos o malos, exitosos o fracasados, a todos se les sirve la misma comida y a nadie se le prohíbe disfrutar de lo que se ofrece, alimento y conversación. Más aún cuando la comida tiene un sentido que la motiva y un vínculo que une a los comensales, algo para celebrar.

            El primer desnivel resuelto fue el que distancia a Dios y los hombres. El Hijo de Dios vino a comer con nosotros, sentándose a la misma mesa. Hablar de banquete en estos términos, es hablar del cogollo de la vida, donde se lleve a la mesa el fruto del esfuerzo y cogen energías para continuar con el trabajo. En esta cena de despedida, Jesucristo, Hijo de Dios, vino a comer al ras de sus discípulos, en ellos, al de toda la humanidad. Lo que realizó está cargado de significado: bajaba hasta nosotros, los suyos, para subirlos a ellos, a nosotros. El último gesto en torno a la mesa no dejaba lugar a dudas: Dios es el único grande, y lo muestra haciéndose el más pequeño. Sucedió en aquella y aún más bajo, al nivel de los siervos.

Para nivelarse con Dios habrá que descender con Él hasta llegar al servicio que Él hace por nosotros. Para esto hace falta humildad y la humildad se va recibiendo como don de Dios en la medida en que se hace silencio interno. De otro modo no se puede disfrutar de esta mesa tan singular, sino solo muy parcialmente.

El servicio es una expresión del amor. Este amor centraba la celebración del banquete, donde se hacía memoria de lo que Dios amaba a su pueblo, al que había liberado de Egipto sin que nada les dañase. Recogiendo esta historia consignada en la Palabra de Dios, se abraza la historia de la salvación del Pueblo Santo con todos los momentos en los se ha percatado de la acción poderosa de su Señor. La cena de despedida forma parte también de esta historia de salvación. Se va a convertir, por el deseo de Jesús, Señor de la historia, en un momento crucial para entender esa misma historia desde Cristo. Del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús brota la Eucaristía, se instituye el sacerdocio y mueve para la caridad fraterna. Tanto regalo para dejar que el Espíritu Santo nos eleve a la mesa preparada por Dios, donde nos sentamos con el título de reyes y de hijos.

            La invitación a este banquete del amor de Dios es abierta a todos, aunque algunos comenzaron a ausentarse y otros pusieron excusas para no acudir. Dios puede parecer demasiado pequeño o demasiado grande, dependiendo de cómo se le mire. Pero esta tarde y esta noche, que solo haya ojos para Él y para entender en aquella cena la cantidad de gracias ofrecidas por Dios para nuestra salvación.