DOMINGO I DE CUARESMA (ciclo B). 18 de febrero de 2024

Gn 9,8-15: Recordaré mi pacto con vosotros.

Sal 24: Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad.

1Pe 3,18-22: La paciencia de Dios aguardaba en tiempo de Noé.

Mc 1,12-15: Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás.

 

Lo que comenzó con fealdad, con el pecado de la humanidad corrupta, como para apartar la vista de ello, como para querer renunciar a lo que se había dejado pervertir… acabó en cambio con belleza. Donde Dios vierte su agua, su Espíritu, causa fecundidad y germina la vida. Podían haberse hartado los ojos del Señor del deterioro al que había llegado su criatura por voluntad propia, y, sin embargo, acogió, curó, recreó; en nada se desdijo de lo que había creado y siguió encantado con la obra de sus manos, sobre las que nunca dejó de estar ella, con las que jamás ha dejado de plasmar Él. El arco iris pronuncia el beso del agua y la luz, la apuesta del Dios vivo y leal por sus hijos amados, sean estos conscientes o no de su ternura. Él es fiel.

Tocó el agua también la carne de Cristo y solo mojado se habría quedado en su piel si no hubiera recibido también el Espíritu Santo. Ese mismo Espíritu llevó a Jesús a la sequedad del desierto. El Espíritu tiene estas cosas: hace vivir en abundancia y en escasez, para procurar lo que más necesitamos a cada momento. Allí esperaba la lucha, que endurece la carne irrigada por el agua de Dios y dispone las entrañas para toda batalla, para toda misión. Seco de toda cosa que no sea el Espíritu, en el yermo no solo se aprende austeridad, sino también a cultivar la belleza. Satanás muestra con saña la corrupción humana para hacernos detener en ella, la del mundo, la de otros, la propia y empuja y empuja a dejarse derrotar por la desesperanza, la desembocadura final de todo pecado.

El Maestro luchó en la aridez y en Él vencía la humanidad, el amor de Dios por los hombres, el arco iris de la alianza sobre el pecado y la destrucción. Se produjo una explosión de vida, ratificando su amor por el hombre, y el Espíritu lo llevó a un nuevo arco iris de predicación y milagros del Maestro, signo visible de la misericordia incondicional del Altísimo.

            Tanto es así, que este mismo Espíritu nos hizo descubrir cómo el agua, desde antiguo, ya apuntaba hacia esa victoria de Dios en nosotros sobre nuestro pecado; cómo el agua arrasaba, purificaba y luego hacía brotar algo nuevo con potente belleza.

            En el caos del mar del mundo, donde tantos se hunden, navegan a la deriva o permanecen náufragos aislados, la Iglesia avanza con Cristo en su popa y guiada por el Espíritu para rescatar, auxiliar, aportar una señal de esperanza.

Con nuestra presencia atraemos al Espíritu Santo, como canales a través de los cuales fluye el agua de su acción fecunda. En el bautismo se nos vertió su agua, convirtiéndonos en surtidores de su misericordia dentro de esta embarcación tan antigua y tan necesaria, porque aquí está Cristo, porque aquí quiere salvarnos el Salvador, sin renunciar a rescatar ninguna vida, por perdida, afeada o herida que se encuentre. De cualquier desierto habrá su victoria, porque embellece cuanto abraza.