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En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

Ciclo B

DOMINGO VI DE PASCUA. 9 DE MAYO DE 2021

Hch 10,25-26.34-35.44-48:

Sal 97: El Señor revela a las naciones su salvación. 

1Jn 4,7-10: el amor es de Dios. 

Jn 15,9-17: “Os doy un mandamiento nuevo”. 

 

Muchos y diversos son los modos para decir “te quiero”; uno solo el ejercicio del amor, que no puede llevarse a cabo más que amando. ¿Qué cosa es el amor? ¿Puede exigirse? 

Dios había mandado desde antiguo por medio de la Ley judía, tan importante para la fe del pueblo de Israel. Ahora quedaba condensada en el mandamiento que Jesús da a sus discípulos: “Que os améis unos a otros como yo os he amado”. Lo hace antes del acontecimiento donde se hará más visible el amor incondicional de Dios por nosotros, en la entrega del Hijo en su pasión y su Cruz. Por lo tanto, Jesús pide lo que antes ha dado y da lo que previamente ha recibido, porque manda amar como el Padre lo ha amado y Él mismo los ha amado a ellos. Aquí el punto de partida: Dios ama libremente al Hijo, y este ama libremente a sus amigos. No hay ejercicio de amor sin libertad y solo amando uno puede ser realmente libre. Por tanto 

Una segunda tarea: permanecer en el amor. Un amor no perseverante tiene corto recorrido y ¿podrá llamarse realmente amor? El hecho de que Jesús insista en ello apunta a su importancia. La perseverancia o permanencia requiere un compromiso que no puede ser perturbado pos las oscilaciones internas (estado de ánimo, sentimientos, apetencias...) ni por las externas (garantía de que la aceptación del otro y su reciprocidad). Nada debería alterar el ejercicio del amor, ni siquiera la ofensa. Si hay menos amor o se deja de amar porque me encuentro decaído, el otro no me corresponde o me ofende se muestra que, claramente, ese amor necesita crecimiento. 

Otros aspectos para tener en cuenta: el amor lleva a una alegría plena; no pasajera o parcial, sino duradera e integral. La mayor muestra de amor es dar la vida por los amigos, es decir, considerar tan importante la vida del otro como la propia; acercarse a la mirada que Dios tiene hacia los demás. El amor es libre y gratuito, parte de una elección. Sin dejar de amar, no solo Dios elige para ser amigos suyos, sino también para un trabajo de amor que podríamos llamar “específico”: como el amor de los padres hacia los hijos, los maestros por sus alumnos, los sacerdotes por el pueblo... que capacita para amar a todos desde el ejercicio del amor por los más cercanos. Entonces, si es libre, ¿se puede mandar a amar? Lo que Dios pide no es otra cosa que llevemos a cabo lo que somos, lo que podría decirse también: “sé tú mismo”, “ejercítate en la felicidad”, “disfruta de todo cuanto te doy...” O también: “sed dioses”, porque el amor que viene de Dios nos configura como Él es: libres y eternos. 

Todo esto conlleva un aprendizaje a dejarse amar por Dios y acercar este amor a los otros al modo de Jesús. El episodio de Pedro y Cornelio nos muestra cómo el amor de Dios rebasa las fronteras del querer humano y lo lleva más allá. La búsqueda y deseo de Dios de Cornelio, militar pagano, se topó con la frontera de la Iglesia naciente que pensaba que no debía llevar el evangelio de Jesús a los no judíos. El Espíritu le hace traspasar este límite humano a Pedro para anunciar la alegría de Cristo a Cornelio y su familia. El Espíritu Santo se hizo presente en ellos y recibieron el bautismo. También el amor de Dios libera las mentalidades de sus prejuicios y estrecheces, pertrechándolas para un mayor y más libre amor. De muchos modos, pero con un solo amor, el que viene del Señor que solo se puede obrar amando como Él nos ama. 

DOMINGO V DE PASCUA (ciclo B). 2 de mayo de 2021

Jn 15,1-8: Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante. 

 

La semilla ajena a la tierra vivirá con facilidad de itinerancia y sin compromisos. Donde no hay compromiso, tampoco provecho alguno hasta que se vincule a un lugar. Entonces, vinculada a un terreno concreto iniciará una etapa nueva en su existencia. La primera actividad del grano introducido en la tierra es un despliegue en raíces para poder despegar en vertical con el primer brote. A la altura en el exterior le precedió la extensión en el interior; un trabajo oculto a los ojos, pero intuido en el tallo que salió a la luz. El proceso que comenzó en el ejercicio de las raíces culminará en el fruto y todo fruto lleva en sí el cuajo de la historia de la raíz. 

Lo que habían visto de Pablo delataba sus raíces y por ello no les parecía de fiar. Las permanecen escondidas y pervivirán, aun cuando se haya acabado con todo lo de fuera y no quede ni rastro a la vista de la planta. ¿Había cambiado su conducta? Aparentemente sí, pero podía fingir para algún fin dañino. Si no había cambio de raíces lo que veían era cosa de un actor. ¿Cómo cerciorarse de un verdadero cambio? El apóstol Bernabé lo abalaba; había constatado que realmente Pablo había cambiado sus palabras y sus obras lo acreditaban. Es muy difícil hablar apasionadamente del Señor si uno no se ha encontrado con Él; casi imposible perseverar en obras buenas si no son buenas también las raíces. Se arraigó a Cristo y germinó un Pablo nuevo, reconocido por sus frutos. 

La imagen del pastor recogida por Jesús ofrecía al guía y cuidador en itinerancia; la de la vid viene resaltando un vínculo de raigambre necesario para el fruto y con insistencia en el verbo “permanecer”. La permanencia requiere de perseverancia, fidelidad, confianza, compromiso... y paciencia. Si Jesús se presenta como vid, a los sarmientos los interpreta como discípulos, que darán fruto en la medida en que se encuentren, no solo sujetos sino injertados, introducidos en la misma cepa. Los frutos de los sarmientos delatan la raíz de la que se partió. Entre los buenos, hay también resultados mejorables o claramente indeseables. Las raíces del cristiano no solo ni principalmente han de tener un carácter teórico o doctrinal con razones para creer, sino que es más decisivo aún que haya cautivado el corazón, que parta del afecto. Las obras reconocidas como egoísmo, descuido del trato con Dios, indiferencia ante los demás, resentimientos, dureza para el perdón, indisposición para reconocer los pecados propios y para apreciar la valía de los otros... delatan raíces ajenas a Cristo. 

Además de permanecer subraya el verbo “podar”, que podríamos identificar con un interés por la humildad, la más bella de las virtudes. Que el sarmiento no se crea que el fruto es logro principal o exclusivo suyo, que no se olvide de la cepa y sus raíces, que agradezca el agua y el sol y la pámpana, que conozca que es miembro de un grupo donde él solo es un sarmiento entre muchos. La poda reduce al mínimo las dimensiones del sarmiento una vez que ha dado fruto o no, con expectativas que siga dando e incluso más. Despojarse de lo innecesario en un movimiento doloroso, para seguir creciendo y produciendo y sin perder nunca el amarre o la referencia en la vid, en Cristo. 

 

Que el fruto, el buen fruto, que comenzó en las raíces sea el éxito de la vid completa y con él se dé gloria a Dios Padre, el labrador. 

DOMINGO IV DE PASCUA (B). DEL BUEN PASTOR. 25 de abril de 2021

Hch 4,8-12: Ha sido en nombre de Jesucristo.

Sal 117: La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. 

1Jn 3,1-2: Mirad qué amor nos htenidePadrparllamarnohijodDios.

Jn 10,11-18: “Yo soy el buen Pastor”.

 

Cuando las manos de Dios se implicaron con primor en la tierra dio forma al ser humano. El verbo hebreo que es utilizado en el momento de la creación de Adán puede ser traducido por también “construir”. Dios edificó al hombre con la misma tierra que ahora los hombres usan como adobe o ladrillo para levantar paredes y hacer sus casas. Los otros días de la creación Dios había creado una casa para el hombre, el último día Dios crea una casa para sí mismo en el corazón del hombre. Este hogar, al estar hecho de polvo de suelo, era poco consistente, pero tenía capacidad de solidez si era levantado sobre una piedra angular robusta y firme. Los arquitectos que no conocen los planes de la construcción de Dios rechazarán la piedra que para el Señor es fundamental, piedra angular, imprescindible para edificar. Esta piedra es identificada con Jesucristo, el Nombre del Padre, quien nos dice cómo debemos llamar a Dios y relacionarnos con el que nos construye para vivir en nosotros. Estos dos elementos: piedra angular rechazada y Nombre aparecen en la primera lectura y el salmo. Ambos remiten a Jesucristo como el que ha restablecido la movilidad en un paralítico y el que permite edificar con garantías. 

Además, Dios no solo nos ha escogido como hogar, sino también como hijos suyos. Si el mundo no lo conoce, debemos ser testimonio vivo de que Él vive en nosotros, de modo que, conociéndonos a nosotros, cómo vivimos, tendría que llevar a los hombres hacia Él. 

Junto con las designaciones de Jesucristo como “piedra angular” y “Nombre”, destaca la liturgia de este domingo la de “buen pastor”, donde abunda en detalles sobre el significado de las otras dos. La imagen sugiere mucho aun sin explicaciones. Jesús se define a sí mismo como Buen pastor empleando tres verbos: 

Yo soy: recuerda al nombre que Dios le dio a Moisés cuando este le pedía saberlo: “Yo soy”, le dijo. Aquí identifica el “yo soy” con un pastor que da la vida por las ovejas. Aclara que no es un asalariado, que se preocupa de las ovejas en la medida en que les procura un beneficio, sino que Él da la vida por sus ellas, sus ovejas. Define bien su identidad, determinada por su relación con las ovejas: es el que ama. Es indispensable que un guía o gobernante sepa bien quién es y lo demuestre con su vida, porque, de esa forma, se conocerá lo que se puede esperar de él y facilita a quienes tiene a su cargo saber también quiénes son ellos, qué lugar deben ocupar.

Yo conozco: al rebaño se le puede conocer en su conjunto, pero esto es más propio del asalariado que no ama al rebaño. En el caso de Jesús conoce a cada oveja y conocer es en este caso acoger, aceptar, identificar las necesidades y posibilidades de cada oveja en particular. Para ello hace falta una implicación afectiva grande. Pasar muchos ratos con alguien para aprender de él en lo que dice y calla. Es un requiso necesario para el amor; solo el que conoce, ama. 

Yo entrego mi vida: esto es lo decisivo donde se confirma lo anterior. Se trata de una entrega libre a partir de un mandato. Por amor al Padre obedece lo que este le manda, que es amar a cada oveja de su rebaño, y este amor lo lleve a dar su vida por ellas. La obediencia del Hijo es un acto de amor. Dejarse amar por Jesucristo implica obedecerlo, confiar en que lo que Él ofrece es lo mejor y parte del Padre para compartir su bondad y misericordia. 

El Dios “yo soy” que se reveló a Moisés y a su pueblo, se muestra ahora con mayor claridad en Jesucristo como el que es, el que conoce, el que ama entregando su vida. Será difícil encontrar otros dirigentes, gobernantes, pastores así, que busquen tanto el bien de su rebaño hasta dar su vida por él. Acompañados y enseñados por este Pastor, el Espíritu irá edificando en nosotros el hogar de Dios bajo la obediencia al mandato del amor del Padre. Entonces, contemplando la casa, entenderán quién mora allí, siendo testimonio de que Dios realmente vive y vivifica haciendo construcciones bellísimas.

DOMINGO III DE PASCUA (ciclo B). 18 de abril de 2021

Hch 3,13-15.17-19: Dios cumplió de esta manera lo que había predicho por los profetas.

Sal 4: Haz brillar sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro. 

1Jn 2,1-5: Quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. 

Lc 24,35-48: En su nombre se predicará la conversión para el perdón de los pecados. 

 

Cierto día nos topamos una experiencia inquietante que debió causar algún tipo de zozobra en nuestra interpretación armoniosa de la vida: hay personas malas. Bastante pronto aprendimos y asimilamos que existen cosas llamadas “malas” que son dañinas y es necesario evitar, pero lo integramos de un modo más o menos natural. Pero que hubiera alguien que libremente eligiese lo malo, que hiciera daño a conciencia, seguramente causó una inmensa sorpresa. Lo peor llegaría cuando, con no poca decepción, descubrimos que nosotros mismos somos generadores de maldad. Esta es la conciencia de pecado, una de las sorpresas más frustrantes que tenemos que afrontar. 

En todas las lecturas de este domingo existe una referencia al pecado, incluso en el salmo, donde se recoge implícitamente en su contexto (pues sí está incluido en el salmo completo). Con la celebración de la Pascua tan presente durante el tiempo pascual, no parece encajar excesivamente este hecho, más acorde con la preparación de la Cuaresma, ya pasada. Pero la liturgia insiste en no hacernos olvidar esta condición tan desesperanzadora: hacemos aportaciones a la maldad del mundo, provocamos daños, somos pecadores. La sorpresa de este acontecimiento tan compartido, tan inexorable, y que a una conciencia medianamente sensible le puede causar tanto trastorno cuando lo reconoce, es capaz de acaparar el corazón y paralizarlo. 

Unas veces lo anestesia, otras lo arruga y reduce, otras lo endurece. El pecado lleva en sí un veneno que empuja a hacerse cómplices con él para callarlo, negarlo o reproducirlo. 

Las consecuencias del pecado entumecen y apagan. Los discípulos de Jesús no daban crédito a las mujeres que les insistían en que habían descubierto el sepulcro vacío y unos hombres les habían anunciado que había resucitado. 

Ante la frustrante experiencia del pecado humano se sobrepone el acontecimiento de la resurrección de Señor con un poder incuestionable sobre la maldad y el pecado. 

El capítulo 24 de Lucas se abre con la visita de las mujeres al sepulcro y la sorpresa de la tumba vacía. La sorpresa aumentó cuando dos hombres vestidos de blanco les anunciaron que Jesús había resucitado. Aunque se lo contaron a los apóstoles, estos no se sorprendieron, porque no las creyeron. No obstante Pedro fue al sepulcro y se sorprendió de que todo estuviera como habían dicho las mujeres. Luego Jesús hará camino hacia Emaús con dos discípulos que lo reconocerán al partir el pan y volverán a Jerusalén para contarles a todos su encuentro. Así la resurrección provoca la sorpresa de unos y la incredulidad de otros.

El evangelio de este domingo continúa con el relato, cuando Jesús, poco después de compartir los de Emaús lo sucedido con los discípulos reunidos en Jerusalén, el Resucitado se aparece a todos. Esta aparición les va a causar miedo, confundiéndolo con un fantasma, y luego sorpresa. Finalmente lo reconocerán realmente en las huellas de su pasión. 

Para reivindicar la realidad de resurrección, Jesús les va a pedir algo de comer y les va a remitir a las Escrituras para que las entiendan desde lo que ha sucedido, para que cobre su sentido la historia del Pueblo de Israel en ese hecho tan extraordinario de su Resurrección. 

Por lo tanto, la resurrección es un acontecimiento histórico que abraza y lleva a plenitud la historia, por estos tres elementos: Primero, culmina la Promesa de Dios a su Pueblo, tal como habían preparado y anunciado las Sagradas Escrituras. Dios ha cumplido su Alianza. Segundo, al enseñar las llagas de la pasión, muestra la visibilidad del amor más generoso con la entrega en la cruz y la misericordia de Dios que perdona los pecados del mundo; también como el premio de Dios Padre al servicio de amor del que ha dado su vida por todos. Tercero, Jesús pide de comer para confirmar que está vivo. Las comidas tuvieron mucha importancia en su ministerio público, porque en ellas enseñaba la misericordia del Padre y anticipaba la fraternidad del Reino de los cielos. Con esta conciencia, los discípulos de Jesús celebrarían una comida, la Eucaristía, en memoria del Maestro con conciencia de que Él vivía en medio de ellos. 

La capacidad para sorprenderse es una apertura a la novedad de algo inesperado. Los discípulos de Jesús estaban cerrados a ella por la tristeza, el miedo y su falta de entendimiento de las Escrituras. La presencia del Resucitado rompe su trinchera para que entiendan todo lo que ha sucedido en su conjunto y desde la misericordia de Dios. La incredulidad se convierte en sorpresa, la sorpresa en alegría y la alegría en testimonio de que Él vive y da vida. La celebración de la Eucaristía tuvo aquí su comienzo con la certeza de participar de la misma vida del Señor resucitado con la Palabra y la comida, pan y vino, como les dejó indicado en la Cena de Despedida antes de su pasión y que cobraba ahora todo su sentido. Celebrar el banquete de la Eucaristía con esta conciencia y disposición nos hace testigos creíbles de la resurrección del Señor, capaces de suscitar sorpresa en los demás por el testimonio de una vida renovada, íntegra y fraterna.

DOMINGO II DE PASCUA. DE LA DIVINA MISERICORDIA. 11 DE ABRIL DE 2021

Hch 4,32-35: En el grupo de los creyentes todos pensaba y sentían lo mismo. 

Sal 117: Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

1Jn 5, 1-6: Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. 

Jn 20,19-31: “Dichosos los que crean sin haber visto”. 

 

El grupo de discípulos de Jesús, desperdigados con su pasión y su muerte, volvieron a reunirse constreñidos por el miedo. Lo que habían compartido con el Maestro era suficiente para mantener los vínculos de grupo, pero un conjunto silenciado y estéril. El encuentro del Señor resucitado con ellos y el envío del Espíritu Santo va a generar unas relaciones que sobrepasan los límites del grupo para convertirlos en una unidad de comunión. Nace la Iglesia recibiendo un poder para “perdonar y retener los pecados”. La expresión es chocante, pero remite a un modo habitual en arameo, el idioma de Jesús y sus apóstoles, donde las binas de contrarios (dar y recibir, llevar y dejar, esparcir y recoger...) son habituales para significar totalidad. De ser una corporación derrotada y sin perspectivas, la comunidad de discípulos pasa a tener aquella magnífica prerrogativa capaz de generar una auténtica revolución histórica. La causa de la destrucción humana, de sus males y frustraciones: el pecado, tiene un antídoto que emerge de la misericordia del Padre en Jesucristo y que entrega a su Iglesia gracias al Espíritu Santo. La Iglesia puede perdonar y borrar así el pecado de cada hombre que se acerque a la misericordia divina. Por lo tanto, la Iglesia se convierte en la puerta para la renovación humana, para la salvación. 

Esto se produce en día de la Resurrección de Cristo, el primer día de la semana, cuando la familia cristiana se congrega para celebrar en la Eucaristía la comunión con Dios y entre los hermanos. Con la memoria de Jesucristo resucitado y de su obra salvadora, se hace actual su presencia aquí y ahora renovando todo por el Espíritu. 

Tomás se encontraba fuera cuando el Resucitado se les apareció a los otros discípulos. El testimonio de sus hermanos le resultó insuficiente para convencerlo. Es posible que la tristeza le influyera poderosamente, pero, ante todo, llama la atención que desestimara la expresión unánime de todos y no estuviese dispuesto a creer si no veía. Las razones de Tomás, de lógica aplastante, no alcanzaban a la realidad provocada por la Resurrección de Cristo, cuya verdad residía en la Iglesia en comunión. No es infrecuente que nuestras razones se enfrenten con firmeza a la tradición de la Iglesia y pongan en duda, por tanto, la credibilidad de la presencia del Señor en ella. La descripción de las primeras comunidades cristianas que ofrece el libro de los Hechos hace creíble una continuidad del Evangelio de Jesús más allá de su muerte, porque vivían en comunión. Tenían un mismo corazón y una misma alma, se cuidaban unos a otros y no dejaban que nadie pasase necesidad. De esta manera acreditaban que el Señor había resucitado realmente, porque ellos querían vivir en trance de Resurrección, que solo es posible desde la comunión con Dios y con aquellos a quienes, en esta dinámica, han de ser llamados y tratados como hermanos. Siendo la resurrección manifestación de la misericordia de Dios, los misericordiosos ofrecen la predicación más convincente de que el Resucitado vive y da vida. La desconfianza en la Resurrección genera distancia en la comunión con Dios y con la familia de los hermanos en Cristo. 

Es probable que, al escribir el evangelista este episodio en el que Tomás niega la resurrección del Señor tras el testimonio de sus hermanos, tuviese en mente a los cristianos de generaciones que no habían conocido directamente a Jesús o a sus apóstoles y tuviesen sospechas, como sucede hoy, no de que haya hecho tales milagros o predicados aquellas parábolas, sino de que haya resucitado. Lo primero que se amenaza el separarse de la comunión de la Iglesia o de ponerla en duda es la resurrección, precisamente su divinidad y su victoria sobre el mal y el pecado.

VIGILIA PASCUAL. 3 de abril de 2021

VIGILIA PASCUAL. 5 de abril de 2015

Gn 1,1-2,2; Gn 22,1-18; Ex 14,15-15,1; Ex 15,1-18; Is 54,5-14; Is 55,1-11; Is 12,2-6; Bar 3,9-15.32-4,4; Ez 36,16-28; Rm 6,3-11; Mc 16,1-7.

 

El hueco del sepulcro acogía el destino inexorable del género humano: la condición mortal, de la que nadie puede escapar, y la condena del inocente, como la confirmación de una especie de “selección natural” donde el poderoso somete al débil hasta su anulación. La cavidad era pequeña, pero albergaba en su seno la esencia de la historia de la humanidad: muerte y tiranía, temporalidad y pecado. De nuevo el género humano sentenció el final irrevocable y la piedra de la tumba lo selló, pero hubo algo novedoso, porque en esta ocasión silenció al mismo Dios, el mismo que se presentó o se ausentó silencioso en el sinfín de injusticias de la historia. 

 

Por cierta condescendencia habría que otorgarle el turno de palabra a este Dios desacreditado con la pasión y muerte de su Hijo y de todos los hijos de los hombres antes y después del Maestro Nazareno. El final está claro y rubricado en el sepulcro. ¿Qué hubo al principio?

 

Con solo pronunciar Dios le dio el ser a cada una de sus criaturas y en cada una, encontró bondad y belleza (“vio Dios que era bueno-bello"). Desde el Principio su Palabra está ligada a la vida, a la bondad y a la belleza. La semana creadora llega a su culmen dándole vida al ser humano, hombre y mujer, en él cobra sentido cuanto creó anteriormente, provocando aún mayor admiración pues vio Dios que era muy bueno, muy bello.  

 

Palabra, vida, bondad y belleza estarán necesariamente unidas a la historia de la salvación y solo desde estos pilares podremos acercarnos a ver lo que ven los ojos de Dios y a sentir lo que siente su corazón, es decir, a su proyecto y a su voluntad.

 

Las mujeres que se acercaron el domingo al sepulcro del Señor no aguardaban encontrar más allá de lo que la evidencia de la cruz y lo que nuestra naturaleza concede. Una pesada piedra trazaba la frontera entre el terreno de los vivos y del muerto. Se preguntaban quién les movería aquella pesada puerta para acceder al interior de la tumba. Sin embargo, la encontraron corrida. El Dios que hizo rasgar los cielos y el velo del templo indicando la superación de la distancia entre lo divino y lo humano, aportaba la novedad que sobrepasaba la naturaleza humana abocada a la muerte. El anuncio de la resurrección de Jesucristo inauguraba la esperanza de la vida y de la victoria sobre toda injusticia. 

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