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Exposición del Santísimo 

En San Pedro Apóstol TODOS LOS JUEVES de 19.30 a 20.30

En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

Ciclo B

SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR. MISA DEL DÍA. 25 DICIEMBRE DE 2023

Is 52,7-10: ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz!

Sal 97: Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios.

Hb 1,1-6: En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo.

Jn 1,1-18: Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

 

Deja el mensajero de la paz que camina sobre los montes que nos anuncia el profeta Isaías una identidad no desvelada del todo. ¿Lleva mensaje de otros o es el suyo propio? ¿Anuncia lo que ha visto o lo que intuye? ¿Es portador de unas noticias o es Él la noticia misma? ¿Nos anima a que lo contemplemos en las cumbres a que lo imitemos?

Para no quedarnos cortos, dada la importancia del mensaje que lleva, digamos que no solo ofrece un caminar de pasos hermosos, sino que hermosea cuanto pisa y deja en belleza tanto los montes por los que pasa como los ojos de quienes los contempla. Digamos que se trata del hijo de María y de José (al modo como lo fue, sin sangre propia pero de todo corazón). A este pequeño, de piernas aún inexpertas, lo trajeron de acá para allá. Primero lo arrimó el Espíritu Santo a las entrañas de María, donde tomó nuestra carne. Luego lo hizo correr ella también sobre los montes de Nazaret a Judea, para encontrarse con su prima Isabel. El Augusto, sin saberlo, provocó de nuevo el movimiento por un edicto suyo y allá que lo llevó María, bien fuera porque quiso acompañar a José, su esposo, bien porque se viera afectado por la ley caprichosa. De otro modo, los belemitas desviaron su paso para que no naciera en la posada, hasta que finalmente nació y fue colocado en un pesebre. Cuánta agitación en torno al pequeño mensajero de la paz.

Aun ya entre nosotros y recién parido, nada podía moverse con sus piececillos tan tiernos, pero movió desde los ángeles del cielo hasta los pastores, convirtiéndolos en mensajeros del Mensaje, en predicadores en las alturas y entre los hombres del nacimiento del príncipe de la Paz.

El mundo que avanzaba con el lastre del pecado y a oscuras, comienza a desperezarse con vitalidad como recién estrenada al rito del pálpito del Niño. Y el Juan del Evangelio nos enseña a movernos en dirección hacia los pasos que caminaba el Hijo de María, antes de serlo, cuando danzaba desde la eternidad con el Padre y el Espíritu, brincando y triscando de amor y luz.

Corrió Juan, el Bautista, el que saltó de alegría en el seno de su madre intuyendo al Salvador, a predicar sobre Él; el otro Juan, evangelista, nos mostraba cómo uno nos lleva al otro, el que solo bautiza con agua al que bautiza con Espíritu Santo y fuego.

¿Podremos quedarnos parados ante tal noticia, ante tanta belleza, ante tamaño mensaje de Paz, ante tanto Dios y tanto hombre en el Niño de Belén?  

DOMINGO IV DE ADVIENTO (CICLO B). 24 DE DICIEMBRE DE 2023

2Sam 7,1-5.8b-12.14a.16: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella?

Sal 88: Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.

Rm 16,25-27: Para traer a todas las naciones a la obediencia de la fe.

Lc 1,26-38: Su reino no tendrá fin.

 

Hasta aquí el límite de los preparativos. El Espíritu susurró a la Iglesia: “¡Adviento, Adviento!” y ella lo proclamó cincelado en la liturgia y vibró para que vibráramos sus hijos. El mismo Espíritu no nos dejó a la deriva de una preparación abocada más a esas cosillas en las que solemos entretenernos los humanos, entre comercios, adornillos puestos encima y sobre otras superficies, sentimientos más bien fugaces, y otras sin especial reciedumbre. Nos puso a trabajar concienzudamente: ¿cómo va tu vida? ¿qué esperas, a quién esperas? ¿hacia dónde quieres ir? ¿dónde está tu Dios en tu historia y qué te pide¿ ¡Prepara su venida! Aunque, hasta en los mejores trabajos hay quien, en términos coloquiales, se “escaquea”.

“Escaque” es el nombre de cada cuadrícula del tablero de ajedrez. El movimiento de las piezas por ellos se puede denominar escaqueo. Para conseguir la victoria prima la estrategia, articulada inteligentemente en silencio en suerte de meditación interior casi puramente matemática, pero donde no falta la intuición. Cada desplazamiento en el interior del tablero tiene una réplica del oponente. Movió Dios primero iniciando el juego. Propuso algunas reglas atípicas: no quería acabar con el rey del contrincante, sino reinar junto con él. Respondió su criatura, el hombre, poniendo patas arriba el tablero, con un movimiento de pecado amenazando con interrumpir el juego. Avanzó entonces Dios con una ficha imprevista por el oponente, su propio Hijo y puso en jaque a las tropas rebeldes. Pero antes de la estrategia final, destinada a tener dos vencedores en el juego y ningún perdedor, pidió permiso a la reina, que encubría su poder y su belleza tras apariencia de aldeana. Ella abrió la puerta a una nueva dimensión en la partida.

No sirven ya las normas de antes para avanzar en el juego, habrán de descubrirse las nuevas reglas donde priman la misericordia y la justicia, la fe y la esperanza, la alegría y la ternura, la luz y la belleza. Pero, sin embargo, aún pesa el antiguo modo de proceder, las normas antiguas y anticuadas. Por eso nos hemos tenido que preparar, nos tenemos que seguir preparando. El Adviento no se acaba, sino que se transforma. Deja de tener cochura de tiempo litúrgico para seguir prevaleciendo como actitud, posición cristiana vital. Y es lo que nos permite celebrar lo que vamos a festejar esta noche, el nacimiento en la carne del Hijo de Dios Salvador. Es lo que nos permite enorgullecernos de ser cristianos, conscientes de que el cristiano se hace, se va haciendo, alentado por el Espíritu que hizo posible la encarnación del Hijo de Dios en María, y antes inspiró ese mismo sí.

Ganó la reina, sus movimientos fueron perfectos, pero la partida aún está en juego y el Espíritu tiene mucho que decir en nosotros. Ganó el rey, pero quiere poner su corona a todos los peones del tablero. Comenzará haciéndolo con quien sea capaz de agacharse a la altura de un niño Dios empesebrado, en una casilla deslucida, en el centro del tablero de la salvación. 

DOMINGO III DE ADVIENTO (ciclo B). GAUDETE. 17 de diciembre de 2023

Is 61,1-2a.10-11: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido.

Salmo. Lc 1,46-50.53-54: Me alegro con mi Dios.

1Te 5,16-24: Estad siempre alegres. Sed constantes en orar.

Jn 1,6-8.19-28: “Yo no soy el Mesías”.

 

Irrumpe en escena el Bautista con una personalidad muy potente. Despierta la atención por su forma de vida, su sobriedad, la consagración a Dios y los gestos proféticos. Más aún por la repercusión de lo que hace, pues es capaz de convocar a gentes numerosas y de procedencias muy diversas.

Al fijar nuestra mirada en él, parece como si quisiera apartarla pronto de sí para encauzarla hacia el lugar donde se encuentra la fuente de claridad, al que él llama luz. Deja claro cuál es su misión y lo que no es, no sea que su atractiva figura lleve a confusión.

Los que el evangelista Juan llama judíos estaban un tanto confundidos por la persona de Juan. Se toman la molestia de enviar desde Jerusalén a sacerdotes y levitas para averiguar la verdadera identidad de Juan. Era innegable el efecto que había causado entre sus paisanos y, sin duda, la llamada a la conversión armonizaba perfectamente con la fe judía. Esto abría las puertas a sospechar que pudiera tratarse de un mensajero divino de especial relevancia… incluso el mismo Mesías. La sed que tenía el pueblo de referentes, de personas de Dios era grande en aquel momento, y las circunstancias sociopolíticas la avivaban. Comienza un interrogatorio donde los emisarios de Jerusalén preguntan y Juan contesta.

El diálogo sugiere la importancia de hacerse interrogantes ante personas y acontecimientos destacados, que no solo llaman la atención, sino que también parecen esconder algo grande e importante. La claudicación a la búsqueda a través de preguntas interesantes reduce mucho las posibilidades de encuentro. Las expectativas con las que se le preguntaba a Juan quedaban como desechas ante la negación a las posibilidades contempladas en torno a él. Finalmente viene a decir que lo que él es está en función de alguien mucho mayor, que da sentido a su misión y a sus gestos de profeta. Remite, por tanto, a Jesús, quien puede iluminar el misterio del hombre y Dios.

La misión de Juan parte de la elección de Dios Padre. No se marcha al desierto y a predicar la necesidad de arrepentimiento y el perdón de los pecados por sí solo, sino porque le precede un envío divino. Si no fuera así, a pesar de su buena voluntad, su obra estaría abocada al fracaso. De modo implícito el Espíritu Santo se encuentra presente en el pasaje. Es el que capacita para cumplir con la voluntad de Dios; el que hace ungidos para la misión.

La unción es un elemento protagonista en las lecturas. El profeta Isaías lo proclama, aunque no parece que de sí, sino de otro. La presencia del Espíritu que es el que unge, el que consagra, que el pertrecha para el combate, permite nuevas realidades que hagan frente a la injusticia y lleven la misericordia divina entre los pequeños. Una vida empapada del Espíritu causa una alegría incontenible y contagiosa. El Ungido sobresaliente es Jesucristo, quien recibe el Espíritu y lo puede dar. No es ya profeta que anuncia, sino actor principal que ejecuta el plan de Dios, porque Él mismo es Dios. La intervención de Juan nos prepara para que, tras haber escuchado a sus mensajeros, vayamos centrándonos en conocer más a Cristo, el niño de Belén cuyo nacimiento celebraremos en breve y cuya venida gloriosa estamos esperando. Mientras, nosotros, ungidos por el mismo Espíritu, debemos preocuparnos por facilitar el trabajo de este Espíritu en nuestras vidas y ser, de este modo, profetas de Jesucristo muerto y resucitado, indicadores, como Juan, del que verdaderamente es importante y al cual han de ver cuando se encuentre en nosotros con la alegría del Evangelio. 

DOMINGO II DE ADVIENTO (ciclo B). 10 de diciembre de 2023

Is 40,1-5.9-11: “Aquí está vuestro Dios”.

Sal 84: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.

1Pe 3,8-14: El Señor tiene mucha paciencia con vosotros.

Mc 1,1-8: “Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino”.

 

Canta la madre como con susurro su nana a su niño para causarle paz. Lo acaricia con una voz sin asperezas, entregada a la ternura, para que se sienta protegido y pueda descansar. Se le acerca la voz casi pegándola al oído, buscando la intimidad y el cuidado en exclusividad, hablando al corazón, llevando un consuelo que brota de su palabra y su gesto. Toda su atención para él, hasta que la paz le lleve al sueño.

            Canta el profeta la ternura de su amigo por su pueblo. Lo hace a gritos, como contradiciendo a la nana. Lo hace así para quienes perdieron la inocencia infantil, habiéndose enfangado en la desobediencia de su pecado, para quienes han atravesado la amargura pedagógica del castigo, para quienes ahora quiere consolar anunciándoles esperanza. Están hechos para la vida no para la muerte. El sufrimiento padecido es fruto de su rebeldía contra Dios, al que no escucharon; pero ese trance desagradable no es estéril, ha abierto un espacio para ahondar en el significado de los acontecimientos. El grito irrumpe con más fuerza que los ruidos que los envuelven y que encapsulan en la tristeza y la frustración. Alza la voz el profeta para que ellos alcen el oído y atiendan unas palabras que se sobreponen sobre la desolación del desastre sufrido.  

Dios preparó un destierro para el pueblo rebelde, la lejanía de la casa de sus padres, de la tierra de sus amores. Fueron apartados de lo suyo para entender que el único es Dios. ¿De qué valía hacer familia para confabularse en el pecado? Quedándose solitario de sus cosas de antes, como en desierto, tendría mejor ocasión para escuchar a su Señor. Ahora ya puede Dios consolar, porque ellos quedaron pendientes de un consuelo necesario para su dolor.

            El Bautista eleva la voz como Isaías, como un nuevo proclamador de la misericordia divina en medio del hombre en su pecado. Lo hace también en el desierto, como evocando la vida yerma del creyente que ha de abrir un espacio de soledad para el encuentro con el Señor. El Evangelio de Marcos irrumpe anunciando al protagonista de su historia: Jesucristo, que es Buena noticia, que es Hijo de Dios. Comienza con una confesión de fe contundente que se va a ratificar al final de su relato, cuando el crucificado recién muerto sea reconocido como hijo de Dios por el militar romano.

            Pero ahora solo lo asoma brevemente para remitirnos poco después a Juan, como el precursor de este Hijo de Dios. El consuelo profético de Isaías, cuyo relevo toma el Bautista, ya no es suficiente. El bautismo de conversión al que invita Juan convoca a mucha gente. El evangelista utiliza incluso expresiones exageradas, dando a entender que se trataba de un acontecimiento masivo. Tan necesaria como el agua para la vida es el reconocimiento de los pecados para poder recibir el perdón de Dios. Pero ese perdón no lo concede Juan ni ningún profeta; ha de venir un salvador con poder sobre el mal. Y ahí está Jesucristo, al que Juan reconoce como aquel a quien no merece desatarle la correa de las sandalias.

            Si el desierto era preciso para que Dios recuperase el amor primero de los hombres, no lo dejará en el desierto, sino que hará de su vida un jardín próspero y bello con toda clase de frutos en el Espíritu. La destrucción del mundo de la Segunda carta de Pedro es signo de la nueva creación donde habitará la justicia. La obra de Dios no podrá quedar en ruinas, sino que será construida con esplendor.

Para ello, el Espíritu viene en nuestra ayuda con caricia de nana y grito de guerrero, para asumir nuestra responsabilidad como profetas del consuelo del Dios con nosotros. Siendo consolados somos convertidos en quienes acercamos el consuelo del Señor a este mundo. 

DOMINGO I DE ADVIENTO (ciclo B). 2 de diciembre de 2023

Is 63,16b-17.19b; 64,2b-7: Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él.

Sal 79: Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.

1Co 1,3-9: En vosotros se ha probado el testimonio de Cristo.

Mc 13,33-37: “Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento”.

 

“Érase que se era una vez” y “colorín colorado este cuento se ha acabado” nos evocan el inconfundible mundo de los cuentos. Lo reconocemos por su principio y su final, en un lugar y un tiempo, con una conclusión que se espera feliz. Entre uno y otro un tramo que aporta la sustancia de la historia, que puede cautivarnos desde el principio o relajar nuestras expectativas, dependiendo de la empatía o antipatía hacia los personajes, la trama, la resolución de conflictos. Si el protagonista de la historia fuera uno mismo los sentidos y el relato hiciera referencia a la propia vida, los sentidos se avezarían sin dificultad y la atención llegaría a su máximo nivel. El cuento más precioso consiste en nuestra historia personal, donde debemos reconocer un principio: el amor de Dios y un final: el amor de Dios. Un principio: el amor de Dios Creador que nos ha hecho para la salvación; una conclusión: la plenitud de la salvación.

            La breve parábola del evangelio de este primer domingo de Adviento nos habla de nuestra propia vida. Hay comienzo y final; el dueño de una casa que parte de viaje y deja encargo a sus trabajadores y el regreso de esta persona, aunque no se sabe cuándo.  Parece oportuno destacar algunos elementos: 1. A cada uno le encarga su tarea, lo que implica que tiene en cuenta personalmente a sus empleados y se preocupa de lo que tienen que hacer. 2. No les dice cuándo regresará. La dilatación de este momento puede generar incertidumbre, desánimo, corrupción o incluso descrédito. Es fundamental la confianza en que realmente va a volver y que a la vuelta revisará si se ha cumplido con lo mandado. Si se pierde esta referencia o bien se relaja mucho el trabajo o bien cualquier de los empleados podrá querer elevarse como dueño de la casa. 3. En relación con la lectura de Isaías, la vivencia del tiempo nos revela las fragilidades humanas y cómo, la confianza puesta por el Señor en nosotros, resulta una obligación enorme y casi inasumible con nuestras propias fuerzas. La súplica que expresa es, al mismo tiempo conmovedora y terrible. Tantas debilidades humanas solo pueden abocar a las desesperanza o la confianza en un Dios paternal. Apela a la misericordia de Dios, el que conoce nuestra masa y nuestro barro, para que actúe como Padre, perdone y fortalezca. 4. Por último, en la Primera Carta de san Pablo a los corintios, el apóstol reconoce al que da fuerzas y hace posible que la trama de nuestro cuento alcance un final feliz. Jesucristo nos conforta, nos sostiene y su Espíritu lo hace posible en nuestras vidas.

Así nuestra historia no podrá tener final feliz sin la perspectiva de la vuelta del Señor, Jesucristo, para que sea Él mismo quien, coprotagonista en nuestro cuento, haga de esa espera, el tramo entre principio y conclusión, un lugar de la fecundidad del Espíritu, que alimenta nuestra esperanza, nos robustece en la fe y nutre nuestro amor.

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO. 21 de noviembre de 2021

Dn 7,13-14: Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.

Sal: El Señor reina, vestido de majestad.

Ap 1,5-8: Todo ojo lo verá; también los que lo atravesaron

Jn 18,33-37: ¿Eres tú el rey de los judíos?

Si hablamos de reino, entendemos ante todo un tipo de relación donde ha de existir alguien que reine y otros que reconocen esa autoridad y obedecen. De modo de organización responde a la necesidad de regular las relaciones de unos con otros y que exista un orden en la sociedad. En este sentido el rey es un servidor de utilidad pública. Este papel se desempeña hoy, por lo general, desde lo que se denomina “soberanía popular”, en la que el pueblo elige a sus gobernantes, que en ningún caso se van a llamar “reyes”, aunque tengan funciones básicamente similares, aunque con una importante diferencia: su oficio o mandato no le viene al rey del pueblo, sino de una fuerza (llamémosla así) que trasciende una elección democrática, anterior incluso a la constitución del mismo pueblo o sociedad. En muchos casos, la legitimación de por qué esta persona tenía que ser rey se basaba en la sucesión casi siempre biológica y esta, en sus orígenes, en una elección divina o de una fuerza superior. En cierta manera, el orden existente en el cosmos, sostenido por el dios o los dioses, se reproduce a pequeña escala en este pequeño mundo humano donde un soberano representa al dios con algunas de sus atribuciones. A los demás no les toca más que obedecer.

En la escena que nos presenta Juan en el texto evangélico de esta fiesta de Jesucristo Rey del universo, se encuentran dos representantes reales: uno Pilatos, que se sabe delegado del emperador, y otro Jesús el Nazareno, que entiende que es Hijo del Rey supremo, Dios. De fondo actúa un tercer actor, aunque no aparece en escena: el pueblo judío, que, en es el que da legitimidad a los reyes obedeciendo o se la quita desobedeciendo. Son los que entregan a Jesús a Pilato, reconociendo que este tiene poder; pero no así el Nazareno, al que quieren deslegitimar acabando con su vida. Preferían el orden imperial, al orden traído por Jesús y, paradójicamente, detestaban que les gobernase un pueblo extranjero y pagano, mientras esperaban que Dios les enviase a un verdadero rey.

La realeza de Cristo, es decir, su servicio hacia los hombres no descansa ni en el reconocimiento de las autoridades, ni en el del pueblo. Es Rey, independientemente de que acepte su soberanía. Por eso su Reino no es de este mundo, aunque es para este mundo. En el careo con Pilatos vincula su reinado con la verdad. La verdad puede entenderse como el reconocimiento del amor misericordioso de Dios Padre y la necesaria fraternidad humana, pero, ante todo, es la persona de Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre. El orden ofrecido por este Rey se halla en un encuentro personal con Él, dejándole ser gobernante en la propia vida, para cogobernar con Él. Pero es también un reconocimiento comunitario, como Iglesia, donde se hace presente ese Reino y, al modo de la levadura, va transformando el mundo para facilitarle el acceso a la Verdad. 

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