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Exposición del Santísimo 

En San Pedro Apóstol TODOS LOS JUEVES de 19.30 a 20.30

En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

Ciclo B

DOMINGO IV DEL T. ORDINARIO (ciclo B). 28 de enero de 2024

Dt 18,15-20: Suscitaré un profeta entre sus hermanos.

Sal 94: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: “No endurezcáis vuestro corazón”.

1Co 7,32-35: Quiero que os ahorréis preocupaciones.

Mc 1,21-28: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?”.

 

Es una delicadeza humana prestar atención a lo que los otros necesitan. Otra delicadeza más: la espiritual, que atiende a lo que Dios dice para llevarlo y hacerlo inteligible a los otros y que eleva la petición de aquellos hacia Dios cuando no saben o no pueden. Ni se expresa siempre lo que hace falta ni el silencio presupone falta de necesidad; la delicadeza de espíritu lleva también a saber interpretar lo que realmente sucede. Se le podría llamar intuición de amor.

Para el que atiende así, no todo lo que se pronuncie deberá ser recogido en términos literales ni lo que se calle tendrá que interpretarlo como desinterés. Buscará entender, como se dice, entre líneas. Tras un “no quiero ir” puede existir un “me da miedo”; o en un “te odio”, encontrar un “estoy sufriendo y no sé como afrontarlo”.

El pueblo de Dios se expresaba a su anchas hablando de todo lo que en cada momento le preocupaba. Cuando hablaba, ¿quería decir lo que literalmente decía? Moisés adivina la necesidad de su pueblo tras escuchar sus peticiones. Pueblo asustadizo, perezoso, encogido o con temor de Dios. Decía:  "No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios, ni quiero ver más ese terrible incendio; no quiero morir”. Ese “no quiero” contenía un “quiero”, una necesidad de Dios, pero también los reparos de quien se sentía pequeño y abrumado por tanta grandeza divina.

Dios le va a prometer un profeta que les acerque sus palabras y las haga asequibles; un hombre con delicadeza para saber interpretar lo humano y lo divino. La autoridad del profeta, la calidad de sus palabras, vienen de Dios y serán efectivas en la medida en que busque decir lo que Dios le pide. Para ello ha de estar en diálogo asiduo con Él. Por su parte, el pueblo debe escucharlo, porque será prestar oído al mismo Señor, que lo ama y quiere lo mejor para ellos.  

A Jesús lo llamaron profeta, era portador de la Palabra de Dios e intérprete de ella. Más aún, Él vino como Palabra de Dios hecha carne. Todo lo que diga y haga manifiesta el amar de Dios.

El Evangelio de este domingo presenta a Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm. Allí se congregaba el pueblo el sábado para escuchar la Palabra de Dios y oír el comentario y la interpretación de un entendido en las Escrituras, como los escribas. Es Jesús quien toma la palabra, y suscita la admiración de los congregados, porque habla con autoridad y no como otros que les han hablado en otras ocasiones, aquellos escribas. Esta autoridad es vital para que los oyentes den credibilidad y tengan por cierta la Palabra. La autoridad sobre los presentes se hace extensiva también hacia las fuerzas del mal que retienen sometido y esclavizado a un hombre. Jesucristo, Palabra de Dios, tiene poder sobre el maligno y sus ataduras. No dialoga con el espíritu inmundo, sino que le ordena y este obedece; no se puede entrar en conversación con el mal. Además, a todo el que lo escucha y lo sigue seguirlo lo convierte en profeta de su Palabra entre Dios y los hombres.

El consejo de san Pablo de no casarse para no preocuparse con las cosas del mundo podemos relacionarlo con la necesidad de profetas. La vida célibe (sin compromiso matrimonial, en castidad, pobreza y obediencia) permite un compromiso más libre con la Palabra de Dios y su predicación para esta delicadeza espiritual que tanto nos hace falta, para conocer la voluntad de Dios y seguirlo, para, como se repite en el salmo de esta liturgia, escuchar la Palabra de Dios, ojalá, y no endurecer el corazón (la posición justamente opuesta al que queda enternecido por la intervención divina). 

DOMINGO III DEL T.ORDINARIO (ciclo B). Domingo de la Palabra de Dios. 21 de enero de 2024

Jon 3,1-5.10: Vio Dios sus obras, su conversión de la mala conducta.

Sal 24: Señor, enséñame tus caminos.

1Co 7,29-31: La representación de este mundo se termina.

Mc 1,14-20: Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.

 

Mal llama a mal y encierra en una dinámica de retroalimentación donde se hace difícil, muy difícil, dar con un elemento que rompa con esa corriente. La fealdad no solo se conforma con lo feo, sino que, si se le deja, no encuentra obstáculos en seguir extendiéndose. Dios acerca su Palabra para introducir la novedad de la sanación. Eligió a Jonás para llevar esta Palabra a la gran ciudad de Nínive, de la que se había apoderado el mal. Muchas personas entraban y salían de la ciudad, pero esto no conseguía romper con la maldad que se había enquistado allí. La situación solo podría cambiar desde algo externo que se colase dentro, en lo más profundo de la ciudad de donde emanase el mal; era necesario tocar, de alguna forma, el interior de cada habitante, sus entrañas.

Dios lo consiguió con su siervo Jonás. Anunció la catástrofe y, milagrosamente, los ninivitas recapacitaron y se arrepintieron del mal en el que vivían. Tal poder tiene la Palabra del Señor. Puso ante ellos el resultado consecuente de su perversión: la destrucción. Si alguien alcanza a darse cuenta de lo destructivas que pueden ser una decisiones, una actitud, una estructura, la conciencia se despierta y pide un cambio. Esto, en bastantes ocasiones, no ocurre hasta que se llega a cierto límite, un tipo de abismo donde, avanzar más lleva a caer al vacío. Otro modo, quizás más estimulante, es descubrir la belleza de aquello a lo que se está invitando y a lo que se puede aspirar. En todo caso, hay necesidad de que los ojos se abran al contraste entre la perdición y la salvación, entre la tragedia y la gloria.  

El Maestro invita a los discípulos a algo grande, a algo bello. Tras la expresión “pescadores de hombres” podemos entender: portadores de la Palabra de Dios, proclamadores de las maravillas que hace el Señor y de las que quiere hacernos partícipes a los hombres. El deseo de seguirlo se aviva conociendo la maldad provocada por el hombre y el insistente interés divino para salvar a su criatura. El drama hacia el que nos dirigimos si rechazamos al Espíritu Santo, que es quien hace posible la presencia de Dios en nuestras vidas: su paz, su alegría, su esperanza, su justicia, su amor… debe ser transformado en encuentro gozoso y gloria. Para ello Dios pide colaboradores, discípulos dispuestos a vivir con Él y estar dispuestos a la misión, a la belleza del Evangelio.

¿Qué preferimos: lo bueno o lo malo; lo feo o lo bello? La respuesta está clara. Lo que, posiblemente, no esté tan claro, es el camino que no lleva hacia una cosa y hacia otra. La reciedumbre de la Palabra de Dios, que golpea para macerar lo endurecido, para interpelar, para incomodar y provocar revisión, arrepentimiento, deseo de Dios, de lo bueno, de lo bello y esfuerzo para ser llevados hasta allí. Y la amistad con esta Palabra precisa tiempo, un tipo de lucha con el mismo Dios, y apertura a realidades que nos superar, comprensiones que no atisbábamos. Implica crecer y estar dispuesto a abrir las entrañas para dejarle hacer al Espíritu Santo. Pide, por tanto, sacrificio.  

El sacrificio es camino hacia la belleza; las renuncias a lo que sigue pegado a la maldad, nos permiten progresar en el encuentro con el Señor. Y la detección de la fealdad que puede envolvernos y que identificamos, no solo a nuestro alrededor, sino en nosotros mismos cuando somos conscientes del pecado, debe motivarnos para aceptar la invitación de Cristo que nos llama a una misión apasionante: el protagonismo en la actividad del Espíritu que lleva a su esplendor a todos y a todo. Todo esto, el mundo tal cual lo vemos, se termina, como indica san Pablo en la Primera Carta a los Corintios, y nosotros tenemos una responsabilidad importante en orden a que el hombre conozca la perennidad del proyecto de Dios. Somos portadores de la Palabra divina para la conversión, el perdón de los pecados y que la misericordia de Dios brille desde el corazón de sus hijos para un mundo nuevo, para una humanidad gloriosa. 

DOMINGO II. T. ORDINARIO (ciclo B). 14 de enero de 2024

1Sam 3,3b-10.19: “Aquí estoy; vengo porque me has llamado”.

Sal 39: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

1Co 6,13c-15a.17-20: “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?”

Jn 1,35-42: “Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)”.

 

El jovencísimo Samuel se presentó tal cual era y todo lo que era cuando escuchó su nombre en la noche. Se levantó y dijo: “Aquí estoy”. ¿Qué expresaba de aquella forma y con esas palabras? ¿Obediencia, docilidad, diligencia, disposición para el trabajo…? No hay quejas por la inoportunidad, tampoco petición de explicaciones o enfado justificado por el momento y el modo. Detrás de un “aquí estoy” puede haber mucho. La nocturnidad lo hace todavía más interesante. Podríamos imaginarnos a nosotros mismos durmiendo profundamente por la noche y siendo despertados por alguien que reclama nuestra atención pronunciando nuestro nombre…

Existen múltiples formas de reclamar la atención de alguien. Unas de las que esperan un éxito mayor e inmediato son aquellas que cautivan a través de elementos de vivo interés como un estímulo placentero, que reporta alegría. Lo sabe el mundo comercial y las estrategias psicológicas desde las que actúa. Se puede obtener un comprador coyuntural o un fiel de larga duración; depende si el que es interpelado le ofrece algo de su dinero o su corazón (algo exagerado, pero posible, cuando uno se deja embaucar casi sin darse cuenta, haciendo de ello una parte importante de su vida). También cabe la posibilidad de levantarse ante el reclamo de sus propios pensamientos. Es fácil que aquí surja una especie de sonambulismo, donde parece que se está despierto, pero, más bien se está dormido. Por eso es importante también conocer a aquel o aquello que nos llama. No es lo mismo atrapar la atención con cosas que engatusan que pronunciar un nombre. Para pronunciarlo tiene que haber alguien y tiene que conocerte, y que el fin por el que te llama sea bueno para ti. Hay quien pronuncia constantemente el nombre otro para someterlo. Una llamada espera una respuesta. ¿A decimos “aquí estoy”, aquí me tienes, dispón de mí, cuenta conmigo? ¿A quién estamos dispuestos a decirlo? Samuel lo hizo, como discípulo, con su maestro, el sacerdote Elí. Lo haría con mucha más entrega, prestando su oído, su escucha a Dios: “Habla, que tu siervo escucha”. Tuvo la ayuda de una persona con más experiencia que le indicó hacia dónde tenía que dirigir su atención.

               El Evangelio nos muestra también a un maestro y dos discípulos, Juan el Bautista y otro. En este caso la historia no se desenvuelve durante la noche, sino de día y con unos discípulos que ya parecen buscando. Su búsqueda los ha llevado a Juan. Y es Juan el que les habla invitándoles a mirar a quien él mira. Las palabras en torno al ver se van a repetir. La escucha es completada con la vista, entendiendo ver como conocimiento profundo de la realidad. El nuevo maestro al que les ha remitido Juan les ha invitado a ir y ver: “Venid y veréis”. Seguirlo es expresión de su discipulado. Lo primero que aprenden es el lugar donde vive Jesús, donde mora. Por el contexto del pasaje y el contenido del evangelio de Juan la vivienda del Maestro es su relación con Dios Padre en el Espíritu, el hogar de la familia trinitaria. Los protagonistas que se acercaron a contemplar el amor entre Padre e Hijo recuerdan el primer encuentro con Jesús como algo profundamente grabado en su memoria: “Las cuatro de la tarde”. Y se quedaron con este nuevo maestro aquel día. Lo que les ofrecía superaba la enseñanza y la morada del Bautista. Pero no solo quedan cautivados, sino que llaman a otros, Andrés a su hermano Simón, para que vean lo que  ellos han visto, al que ellos han mirada y que reconocen como Mesías. Jesús, ante Simón, se le queda mirando y profetiza la misión de este nuevo discípulo con un nombre nuevo: “Cefas” o Pedro, como piedra y fundamento de su Iglesia. Han encontrado al Mesías, a quien merece la pena prestar el oído y la mirada, la atención. Con Él irán aprendiendo cada vez una entrega mayor.

               De esta entrega habla Pablo hablándonos del cuerpo humano. Él lo declara “templo del Espíritu”; por lo tanto, morada de Dios, donde se escucha y contempla la vida trinitaria. Nuestro cuerpo dice: “aquí estoy” y, al decirlo y realizarlo, todo lo que somos está ahí. Por eso precave del peligro de dejar cautivar nuestro cuerpo por lo relativo a la sexualidad en un ámbito inadecuado, porque queda implicada toda la persona y afecta a la morada de Dios. Las llamadas del afecto y la sexualidad son muy poderosas, pero no se les puede conceder la atención sin más, sino en la medida en que sean constructivas para nosotros, desde el orden que Dios nos pide.

               Es Dios quien llama por nuestro nombre y nos llama para el seguimiento, para conocer la vida divina, para que a través de nuestros sentidos, escucha y mirada, nos llenemos más de su amor. Nuestra respuesta debe ser un: “aquí estoy” incondicional a quien pronuncia nuestro nombre, porque nos ama. 

FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR. 7 de enero de 2024

Is 42,1-4.6-7: 60,1-6: Sobre él he puesto mi espíritu.

Sal 28: El Señor bendice a su pueblo con la paz.  

Hch 10,34-38: Dios estaba con Él.

Mc 1,7-11: “Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto”.

 

El protagonismo del Hijo en estos estos acontecimientos en torno a su nacimiento, la maternidad y virginidad de María, el anuncio a los pastores y la adoración de los magos de Oriente no ha disminuido la presencia de aquel que ha movido todos los hechos, que ha dicho y se ha realizado: el Padre.

En todo podemos rastrear su presencia. Es quien tiene establecido los tiempos y sus contenidos, el que guía la historia, al que no puede ocultar la maldad humana, el que pone en movimiento todos por su libre misericordia.

La paternidad de Dios vibra en cada una de las escenas celebradas en estos días. Es quien regala la fecundidad a Isabel y Zacarías, el que elige a su hijo Juan como precursor del Mesías, el que envía el ángel Gabriel a María, y lleva el anuncio del nacimiento de Jesús a los pastores, el que puso la estrella que guio a los magos… El Padre sabe, el Padre da misión a cada uno y, los que lo obedecen, van abriendo las puertas al Salvador y su salvación. En el episodio del bautismo de Jesucristo en las palabras de Marcos, es la primera vez que se explicita el diálogo del Padre hacia el Hijo: “Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto”.

Que haya Padre significa que hay principio en el amor, que hay una misión, un sentido, una orientación para los pasos. Al torrente de amor paterno que prodiga el Padre al Hijo este responde con su obediencia. El Padre abre el diálogo expresando el amor de predilección por su Hijo, el Hijo responde con su vida obediente, que lo lleve a manifestar esta amor paterno por todos nosotros. Lo hace cumpliendo, como siempre ha hecho, con la escucha y la realización de su voluntad. Con su bautismo se abre un periodo nuevo. Si anteriormente la voluntad del Padre fue ocultamiento y crecimiento en el silencio, la cotidianidad y la discreción, ahora pide publicidad a su vida y a su misión.

Comienza en un entorno de pecado y de reconciliación. Juan el Bautista aborda la tragedia del mal e invita a hacer revisión personal y pedir perdón a través del gesto del agua. Jesús se presente como el que puede realmente perdonar los pecados, porque tiene consigo al Espíritu Santo. Por eso Juan lo reconoce como mayor y más poderoso que él.

Qué buena ocasión para hacer memoria de nuestro bautismo y lo que Dios ha provocado en nosotros. El Padre nos ha vinculado a su amor por medio del Hijo en el Espíritu Santo que se nos ha dado. ¿Hemos ido respondiendo a su misericordia con obediencia? ¿Nos sabemos partícipes de su misión? ¿Vivimos como si realmente tuviéramos un Padre común? Nuestro mundo está tan necesitado de la paternidad de Dios, a la que le ha dado la espalda, que nuestra misión de hijos es cada vez más urgente. No nos descuidemos. 

SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR. 6 DE ENERO DE 2024

Is 60,1-6: ¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz!

Sal 71: Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra.

El 3,2-6: También los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo.

Mt 2,1-12: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?”.

 

No por tener muchos guías se llegará antes ni mejor o ni siquiera se garantiza que se llegue. Si han de ser varios, tampoco tienen por qué trabajar a la vez, sino cada uno a su tiempo; lo más importante es que conozcan el camino y con quien se camina, porque no basta con ser claro, también que esta claridad pueda asimilarse con provecho.  De parte del guiado, es preciso saber interpretar, saber apreciar, dejarse conducir. Cuando convergen ambos polos diáfanos, es decir, sin aspavientos ni adornos innecesarios, el que guía y el que es guiado, uno esmerándose y el otro dócil, entonces no habrá meta que se resista. Más aún si el que guía, mediando personas, cosas y acontecimientos, es el mismo Dios.

Dos guías les indicaron a los Magos: La estrella y la Palabra, la razón y la fe. Para ser exactos, uno solo guiaba, el Altísimo, que se servía de estos dos ayudantes: primero el cosmos y luego las Sagradas Escrituras. La inquietud humana por saber y profundizar en el misterio de las cosas también procede del Señor. Así nos ha plasmado, buscadores de su Creador, para encontrar el "inencontrable", para ofrecer las manos a quien es inabarcable, pero se deja tomar de la mano para caminar juntos más allá. Como con travesuras de quien es avezado en juegos, Dios poniendo pistas aquí y allá: en el firmamento y en la Biblia. El hallazgo podrá traer desconcierto, no coincidir con lo que se esperaba, apuntar a otra parte distinta a la que se sospechaba… aunque siempre será maravilloso. No con maravilla de cosmos, que es muchísima, pero restringida; no con peso de Palabra de Dios, inconmensurable, sabia, eterna, pero indescifrable sino desde el Verbo encarnado. Solo el encuentro con Cristo hecho carne culminó la búsqueda, pero no detuvo el movimiento. A partir de entonces tuvieron que comunicar y transmitir la alegría del recién nacido Salvador y el deseo de que el anuncio de su venida llegue a todos los lugares del mundo para que recibir el regalo de la esperanza del Dios con nosotros.

            Un signo celeste los puso en camino. Se dejaron seducir más por su mensaje que por su belleza. El rey Herodes, aun sin saberlo, les sirvió también de mediador al facilitarles el acceso a las Escrituras. Para un buen buscador todo, aun incluso lo que despista, les sirve para seguir avanzando.

            Lo que le pudieron ofrecer tres regalos fantásticos por lo que llevaban tras de sí quedaba tan pobre en comparación con lo que el Niño ofrecía, que recuerda nuestra pobreza al querer ofrecer y entregar a Dios. Con ello también mostramos, como guías, como un hilo que lleva a nuestro corazón y lo que allí hay. 

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA. JORNADA POR LA FAMILIA Y POR LA VIDA. (ciclo B). 31 de diciembre de 2023

Ecl 2,6.12-14: El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros.

Sal 127: ¡Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos!

Col 3,12-21: El Señor os ha perdonado, haced vosotros lo mismo.

Lc 2,22-40: “Mis ojos han visto a tu salvador”.

 

Los ancianos suelen contar los días de su vida, hacia atrás y hacia adelante. Con perspectiva en retroceso, llevan las cuentas de lo que hicieron, y cuando aventuran su futuro, de lo que aún les gustaría hacer. El tiempo pasado se recuerda en activo, el que está por llegar más en pasivo, antes hicieron ahora, más bien, se dejan hacer. Pero existe un elemento que condiciona historia y provoca que pueda estar hinchada de quejas o de sonrisas y caricias: la esperanza.

Lucas nos habla de dos abuelitos desde esta doble perspectiva indicando su identidad por lo que han venido haciendo y siendo. Su historia, la de ambos, está trabada en un argumento que se sostiene en la relación con su Dios, un Señor amigo de la vida, que promete y alienta a esperar. En torno a la esperanza del niño Salvador, Simeón cuenta sus días aguardando el cumplimiento de la promesa. No espera con los brazos extendidos a que llegue el final de sus días, sino el principio, lo que le da sentido a todo lo vivido. En el momento en que recibe al hijo de María y José, al Hijo de Dios hecho carne, sostiene el milagro de la vida que llena de sentido toda vida humana y toda circunstancia humana, desde la concepción hasta la expiración.

A la vida se la puede atacar desde muchos flancos. Los más desconcertante son las agresiones que se producen cuando se piensa que se la está protegiendo. La situación de pecado en la que nos encontramos sumergidos por un despropósito frente a la familia trinitaria: la desobediencia al Padre, el olvido de la muerte y resurrección de Cristo y la indiferencia ante el Espíritu, lleva, en sus consecuencias más lamentables, a la desesperanza. Por lo tanto, a la pérdida del sentido global, armonioso, absoluto.

El pecado puede provocar el conflicto, pero, aún peor, considera todo conflicto, aun natural, irresoluble y propone más pecado como solución. Esta tesitura amarga, dramática, puede llevar a plantear una visión de los que somos desde la desesperanza, o, lo que es lo mismo, desde el conflicto perpetuo donde la única solución es restringir, coartar, asfixiar, apagar algunas de las vidas que en esa maraña de desenvuelven. Desde la desesperanza, la pérdida vendrá siempre de la parte más vulnerable. Así se apañan en buena medida las ideologías.

El mirar de la Iglesia, que comparte con Simeón, con Ana, con María y José y el mismo Dios, llena sus ojos de niño, esto es, de esperanza. No evita mirar al pecado y lo que destruye, pero cimienta su visión desde la promesa de vida de Dios y se deja sostener por le esperanza en este mismo Dios. Consciente de las limitaciones humanas, pone su confianza en la misericordia divina, pero hace trabajar a los hombres, en quienes Dios mismo ha depositado su esperanza. Aborda los conflictos en su complejidad, sin simplificaciones, pero extendiendo los brazos para que llegue el salvador y con su luz amanse los corazones y avive la alegría para poder descansar en paz. 

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