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Exposición del Santísimo 

En San Pedro Apóstol TODOS LOS JUEVES de 19.30 a 20.30

En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

Ciclo B

JUEVES SANTO (ciclo B). 28 de marzo de 2024

Ex 12,1-8.11-14: Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta del Señor.

Sal 115: El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo
1Co 11,23-26: He recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido.

Jn 13,1-15: Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.

 

La mesa equilibra a todos situándolos al mismo nivel, cuando hay que sentarse para el banquete. Sean buenos o malos, exitosos o fracasados, a todos se les sirve la misma comida y a nadie se le prohíbe disfrutar de lo que se ofrece, alimento y conversación. Más aún cuando la comida tiene un sentido que la motiva y un vínculo que une a los comensales, algo para celebrar.

            El primer desnivel resuelto fue el que distancia a Dios y los hombres. El Hijo de Dios vino a comer con nosotros, sentándose a la misma mesa. Hablar de banquete en estos términos, es hablar del cogollo de la vida, donde se lleve a la mesa el fruto del esfuerzo y cogen energías para continuar con el trabajo. En esta cena de despedida, Jesucristo, Hijo de Dios, vino a comer al ras de sus discípulos, en ellos, al de toda la humanidad. Lo que realizó está cargado de significado: bajaba hasta nosotros, los suyos, para subirlos a ellos, a nosotros. El último gesto en torno a la mesa no dejaba lugar a dudas: Dios es el único grande, y lo muestra haciéndose el más pequeño. Sucedió en aquella y aún más bajo, al nivel de los siervos.

Para nivelarse con Dios habrá que descender con Él hasta llegar al servicio que Él hace por nosotros. Para esto hace falta humildad y la humildad se va recibiendo como don de Dios en la medida en que se hace silencio interno. De otro modo no se puede disfrutar de esta mesa tan singular, sino solo muy parcialmente.

El servicio es una expresión del amor. Este amor centraba la celebración del banquete, donde se hacía memoria de lo que Dios amaba a su pueblo, al que había liberado de Egipto sin que nada les dañase. Recogiendo esta historia consignada en la Palabra de Dios, se abraza la historia de la salvación del Pueblo Santo con todos los momentos en los se ha percatado de la acción poderosa de su Señor. La cena de despedida forma parte también de esta historia de salvación. Se va a convertir, por el deseo de Jesús, Señor de la historia, en un momento crucial para entender esa misma historia desde Cristo. Del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús brota la Eucaristía, se instituye el sacerdocio y mueve para la caridad fraterna. Tanto regalo para dejar que el Espíritu Santo nos eleve a la mesa preparada por Dios, donde nos sentamos con el título de reyes y de hijos.

            La invitación a este banquete del amor de Dios es abierta a todos, aunque algunos comenzaron a ausentarse y otros pusieron excusas para no acudir. Dios puede parecer demasiado pequeño o demasiado grande, dependiendo de cómo se le mire. Pero esta tarde y esta noche, que solo haya ojos para Él y para entender en aquella cena la cantidad de gracias ofrecidas por Dios para nuestra salvación. 

DOMINGO DE RAMOS (ciclo B). 24 de marzo de 2024

Is 50,4-7: El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes.

Sal 21: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Fp 2,6-11: Tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.

Mc 15,1-39: Realmente este hombre era Hijo de Dios.

 

 

Llega el Domingo de Ramos invitándonos a los últimos preparativos para la Semana Santa, y él es ya Semana Santa. Casi todo viene anunciado este día, abriéndonos a la contemplación del Cristo reconocido y exitoso hasta la del Jesús maltratado y derrotado. Él lo va a dejar todo dicho, a los hombres y al Padre, y nos quedaremos esperando la respuesta de Dios Padre a la obediencia del Hijo. No se puede llegar hasta allí sino recorriendo, punto por punto, los acontecimientos últimos, decisivos, de la vida del Maestro, y hacerlo como discípulo. A la Resurrección solo se accede tras conocer la hondura del pecado humano y la misericordia divina manifestada en la Cruz del Salvador y en el silencio de su sepulcro.

 

 

Las lecturas insisten en el hombre enviado por Dios hecho humilde, para pasar por uno de tantos, y maltratado para llevar los pecados de otros. Hecho fragilidad humana, para robustecerla de salud divina. ¿En qué quedará todo esto de comprensión, de vida, de celebración? La respuesta comienza a escribirse ya, en este pórtico hacia el Triduo Pascual. 

DOMINGO V DE CUARESMA (ciclo B). DÍA DEL SEMINARIO. 17 de marzo de 2024

Jer 31,31-34: Haré una alianza nueva.

Sal 50: Oh Dios, crea en mí un corazón puro
Heb 5,7-9: Aprendió, sufriendo, a obedecer.

Jn 12,20-33: “Quisiéramos ver a Jesús”.

 

Los griegos prendieron la mecha y Jesús elevó un cohete desde la tierra hacia el cielo, muy alto, que volvió de nuevo a la tierra sin perder nada de su fuerza. ¿De dónde les vino el interés por el Maestro? Habrían oído hablar de Él o se sintieron interpelados por el modo de vivir de sus discípulos. En todo caso, fueron otros lo que les contaron, fuera con palabras fuera con su forma de vida.

¿Hasta cuándo les duró el interés por Jesús? El deseo profundo por el conocimiento ha sido suplantado por la curiosidad. El saber exige paciencia, continuidad, ciertas dosis de frustración y está reñida con esa disposición para devorar información inmediatamente, más respondiendo a unos intereses como instintivos, que, propiamente, a aquello que realmente es provechoso. Esto provoca precipitación y dispersión. “Temo al hombre de un solo libro”, decía un proverbio antiguo: es un gran rival, quería decir, la persona que está centrada y no dispersa.

No responde directamente Jesús al requerimiento para que lo conozca esos griegos. Arranca desde lo más deslucido de su mensaje, que es su propia vida y, precisamente, lo más crucial: la entrega, el despojamiento, la humildad extrema, la cruz. Y une cruz a gloria, entrega de sí a la máxima elevación.

El sufrimiento en la vida de Cristo no es un elemento circunstancial ni provocado solo por el pecado humano, sino el itinerario necesario para ir aprendiendo en obediencia, que va ejerciendo en su vida y que lo llevará a cumplir la voluntad del Padre hasta configurar en ella su propia voluntad. Ha de saber el que quiere seguir a Cristo, lo recio y exigente de esta vida.

Para darlo a conocer, recordarlo, acompañar en el itinerario de entrega, al modo de Cristo, los sacerdotes hacen también una entrega de vida para servir mejor en esta tarea de enseñar, guiar y celebrar.

Nuestra oración ha de tenerlos presentes, pidiendo a Dios que los jóvenes llamados a este ministerio, sean decididos, valientes y entregados, para ofrecerse a Dios y a su misión en Cristo.  

DOMINGO IV DE CUARESMA (ciclo B). LAETARE. 10 de marzo de 2024

Cr 36,14-16.19-23: “Hasta que el país haya pagado sus sábados, descansará todos los días de la desolación”.

Sal 136: Que se me pegue la lengua al paladar, si no me acuerdo de ti.

Ef 2,4-10: Estáis salvado por su gracia y mediante la fe.

Jn 3,14-21: Todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.

 

Cuando nuestros pasos comenzaron a hollar la tierra, esta tierra, ya muchos otros pasos nos habían precedido. Quisiéramos o no, el mundo estaba llenísimo de otras huellas y otras tantas seguirán tras nuestra partida. No solo somos historia, también pertenecemos a una historia que nos precede y nos continúa. Sería un disparate obviarla o rechazarla, y un despilfarro no tomarla en consideración para buscar interpretarla; más aún si se trata de la historia de nuestra vida, y de nuestra vida en la historia del hombre.

Las situaciones calamitosas pueden favorecer que nos interesemos por el sentido, es decir, que nos planteemos preguntas importantes y nos pongamos en disposición de encontrar respuestas. De otro modo corremos el riesgo de entender que estamos como arrojados ahí, en medio de los acontecimientos, sin más remedio que dejar que sucedan cosas o hacen nosotros que sucedan, sin más. Pero, por otra parte, se puede dar con un sentido equivocado.

El Pueblo de Israel partía de una posición precaria: habían perdido prácticamente todo y hasta su identidad como pueblo estaba en grave peligro. Conservaban aún una confianza, casi insensata, en su Dios, que parecía que les había abandonado. Entendieron la desgracia como un castigo merecido por su desobediencia, por haber querido centrar el sentido de su existencia en Dios, el único y soberano. Y observaron que participaban de un ciclo que volvía a repetirse: Dios entregaba el don, el pueblo lo recibía, pero manoseándolo, derrochándolo, esquilmándolo… lo que abocaba a la ruina, causada por el Señor para que se enmendaran. Después llegaba el reconocimiento del pecado y el arrepentimiento. Ninguna de sus imposturas como pueblo ni personales quedaban cerradas a la esperanza. Sin embargo, la fragilidad humana era tan patente, que inquietaba considerar estar atrapados en esa dinámica sin interrupción y sin remedio.

La reflexión de san Pablo introducía a Cristo para romper la circularidad de su Pueblo, de toda la humanidad. Dios hecho hombre había abierto una nueva puerta a la mayor de las excelencias: nos había elevado a compartir la condición divina, a sentarnos junto a Dios para la eternidad. Un torrente de tanta misericordia, de tanta generosidad empapaba por completo la historia para dejar el pecado como algo terrible, pero residual en comparación con la bondad de Dios. Y dejó a la Iglesia este oficio de esperanza: para rescatar, para sanar, para cuidar, para promover, para dejarse guiar y que el Espíritu vibre en cada persona.

Cuando el respetable Nicodemo se acerca a Jesús a escondidas, el Maestro le abre la historia de la Salvación a las claras. Lo antiguo encuentra su sentido en Él, y no solo el sentido, sino también la respuesta, la solución: la cruz y la resurrección de Cristo. Él es la llama que ilumina nuestra historia; en la que podemos reconocer nuestras mentiras y la verdad, la que nos faculta a ver realmente y no evitar enfrentarnos con nuestras sombras, con el pecado y el mal, que necesita ser tomado en serio para ser perdonado e integrado en serio en esta historia donde Dios se ha hecho presente. Es en esta historia que aprendemos a leer donde hallamos la entrañable misericordia de nuestro Señor y su amor personal, íntimo, en derroche por nosotros, donde no se oculta nada, sino que, por amor, se abraza y se integra. ¿No es para no dejar de alegrarse? 

DOMINGO II DE CUARESMA (ciclo B). 25 de febrero 2024

Gn 22,1-18: “Ahora sé que temes a Dios”.

Sal 115: Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.

Rom 8,31-34: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?

Mc 9,2-10: Discutían que querría decir aquello de “resucitar de entre los muertos”.

 

Las vistas que ofrece un lugar con una buena elevación sobre el entorno son apetecibles. Difícilmente se puede encontrar una mirada panorámica tan completa como desde lo alto. Su posición invita a contemplar sencillamente y aguzar el oído para percibir los sonidos allá en la altura.

Sube el maestro con tres discípulos y una invitación implícita: “Dejad que se llenen vuestro ojos de horizonte”. Las vistas las pone Jesús en sí mismo. Despliega ante la mirada atónita de ellos la luz de las Escrituras esclareciendo la Ley y los profetas, dando consistencia y cumbre a la Palabra de Dios pronunciada desde antiguo. Conversa con Moisés y Elías; los tres discípulos contemplan y escuchan.

Palabra y luz ocupan el protagonismo de la escena; unos hablan y otros escuchan, uno ilumina y los otros quedan iluminados. Cuando se pasa la luz más intensa, ¿qué deja más allá del instante? Quizás aquí puede discernirse entre luz y luz, una que pasa sin alimentar apenas y otra que se filtró hacia el interior, haciendo más peritos nuestros ojos para ver la realidad. La iluminación que nos llega con el torrente de información por medio de tantas luces de pantallas promueve ojos pasivos que se dejan hacer recibiendo y generan apetito de más estímulo. La luz del Señor primero es recibida, pero causa un ardor interno, primero para ver el mundo y la historia de otro modo, luego para ser portadores de ella. Se recibe para dar, nos convierte en actores importantes de lo que sucede, porque nos acerca a la fuente de luz de la historia, la resurrección de Cristo.

Desde esta claridad miramos hacia un lado y hacia otro, la primera lectura y la segunda. Vemos a dos padres y el sacrificio de su hijo único. El acceso a la luz de Cristo pasa por la densidad de la oscuridad, donde o nos dejamos llevar por el Espíritu de Dios, o no querremos ir. Aquí se manifiesta la fe, la que mostró Abraham, a la que nos invita el Padre. La confianza en Dios y en su promesa fue mayor que el instinto paterno y el deseo de posteridad en la descendencia. La fe fue su luz; penetrando por las tinieblas del sacrificio inesperado llegó a la claridad de Dios en el que confió. El pilar de nuestra fe se encuentra en la entrega que hizo el Padre de su Hijo en la cruz. Si Dios nos ama tanto, ¿cómo no confiar en que Él quiere lo mejor para nosotros y la fe nos alumbra en nuestro camino?

Como Abraham tras la Palabra de Promesa de Dios, más aún como Pedro y Santiago y Juan tras los pasos de Jesús, que no rechacemos avanzar por donde nos lleva Dios, aunque esté a oscuras, para acceder a la luz de la misericordia, invisible para quienes se han resistido con miedo a dejarse guiar por el Espíritu hacia donde no sabían, porque era de noche. 

DOMINGO I DE CUARESMA (ciclo B). 18 de febrero de 2024

Gn 9,8-15: Recordaré mi pacto con vosotros.

Sal 24: Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad.

1Pe 3,18-22: La paciencia de Dios aguardaba en tiempo de Noé.

Mc 1,12-15: Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás.

 

Lo que comenzó con fealdad, con el pecado de la humanidad corrupta, como para apartar la vista de ello, como para querer renunciar a lo que se había dejado pervertir… acabó en cambio con belleza. Donde Dios vierte su agua, su Espíritu, causa fecundidad y germina la vida. Podían haberse hartado los ojos del Señor del deterioro al que había llegado su criatura por voluntad propia, y, sin embargo, acogió, curó, recreó; en nada se desdijo de lo que había creado y siguió encantado con la obra de sus manos, sobre las que nunca dejó de estar ella, con las que jamás ha dejado de plasmar Él. El arco iris pronuncia el beso del agua y la luz, la apuesta del Dios vivo y leal por sus hijos amados, sean estos conscientes o no de su ternura. Él es fiel.

Tocó el agua también la carne de Cristo y solo mojado se habría quedado en su piel si no hubiera recibido también el Espíritu Santo. Ese mismo Espíritu llevó a Jesús a la sequedad del desierto. El Espíritu tiene estas cosas: hace vivir en abundancia y en escasez, para procurar lo que más necesitamos a cada momento. Allí esperaba la lucha, que endurece la carne irrigada por el agua de Dios y dispone las entrañas para toda batalla, para toda misión. Seco de toda cosa que no sea el Espíritu, en el yermo no solo se aprende austeridad, sino también a cultivar la belleza. Satanás muestra con saña la corrupción humana para hacernos detener en ella, la del mundo, la de otros, la propia y empuja y empuja a dejarse derrotar por la desesperanza, la desembocadura final de todo pecado.

El Maestro luchó en la aridez y en Él vencía la humanidad, el amor de Dios por los hombres, el arco iris de la alianza sobre el pecado y la destrucción. Se produjo una explosión de vida, ratificando su amor por el hombre, y el Espíritu lo llevó a un nuevo arco iris de predicación y milagros del Maestro, signo visible de la misericordia incondicional del Altísimo.

            Tanto es así, que este mismo Espíritu nos hizo descubrir cómo el agua, desde antiguo, ya apuntaba hacia esa victoria de Dios en nosotros sobre nuestro pecado; cómo el agua arrasaba, purificaba y luego hacía brotar algo nuevo con potente belleza.

            En el caos del mar del mundo, donde tantos se hunden, navegan a la deriva o permanecen náufragos aislados, la Iglesia avanza con Cristo en su popa y guiada por el Espíritu para rescatar, auxiliar, aportar una señal de esperanza.

Con nuestra presencia atraemos al Espíritu Santo, como canales a través de los cuales fluye el agua de su acción fecunda. En el bautismo se nos vertió su agua, convirtiéndonos en surtidores de su misericordia dentro de esta embarcación tan antigua y tan necesaria, porque aquí está Cristo, porque aquí quiere salvarnos el Salvador, sin renunciar a rescatar ninguna vida, por perdida, afeada o herida que se encuentre. De cualquier desierto habrá su victoria, porque embellece cuanto abraza. 

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